Aparcar de o¨ªdo
La forma de dejar el autom¨®vil refleja la educaci¨®n c¨ªvica de cada sociedad
Cuando no al tiento, es decir, al primer toque, al segundo o hasta al tercero. Ustedes los habr¨¢n visto muchas veces, a conductores espa?oles quienes, m¨¢s que aparcar su autom¨®vil entre otros dos y en la calle, se hacen sitio a golpe de parachoques. Las ayudas electr¨®nicas han logrado aliviar esta manifestaci¨®n at¨¢vica del descuido nacional por todo lo que nos es ajeno, pero son impotentes contra la salida en tromba de ocupantes de veh¨ªculos que abren sin mirar las portezuelas de los suyos hasta que ya no pueden m¨¢s porque ya han golpeado las de sus vecinos. Si no me creen, interrumpan la lectura de este art¨ªculo y bajen al aparcamiento para contar las marcas que la ineducaci¨®n ha dejado en su propio coche, un acabado martel¨¦ idiosincr¨¢ticamente nacional.
Estas cosas no ocurren por necesidad. Por viejo, uno es viajado y se lo puede contar. Si visitan Manhattan, ver¨¢n que sus habitantes, despu¨¦s de haber aparcado en la calle, comprueban inmediatamente si han dejado espacio suficiente delante y detr¨¢s de su coche para que sus vecinos puedan desaparcar los suyos. O en las ciudades alemanas, en las cuales es frecuente aparcar los coches en bater¨ªa, el uno junto al otro y ocupando media acera, pero donde nunca he visto salir a un conductor abriendo de o¨ªdo la portezuela de su auto. Y si hay un percance, su responsable deja una nota en el parabrisas del vecino. Luego, en invierno, muchos motoristas dejan aparcadas sus motocicletas en la calle con la lona puesta: no las roban. En los aparcamientos interiores de Frankfurt, es frecuente reservar para las mujeres las plazas m¨¢s pr¨®ximas a la entrada (Frauenparkpl?tze).
Pero la pr¨¢ctica social m¨¢s fascinante de la que tengo noticia -ustedes me ayudar¨¢n a conocer otras que la superan- tiene lugar cada invierno, tras una fuerte nevada, en las calles de ciudades del Norte de los Estados Unidos de Am¨¦rica. Tras la tormenta, ver¨¢n aparecer a docenas de vecinos provistos de sendas palas, quienes extraer¨¢n la nieve de alrededor de su autom¨®vil, dejar¨¢n expedita la plaza y colocar¨¢n sobre ella un objeto, una silla rota o -a¨²n peor- de pl¨¢stico y de colores desapacibles, un tiesto con una planta espantosamente muerta, o una mesa que ya no se ten¨ªa en pie. All¨ª, la norma social es que la plaza es de quien se la trabaja y el objeto puesto sobre ella sobre ella advierte a otros conductores de que el aparcamiento tiene un due?o temporal, hasta que la nieve se funda. Los infractores o los viajeros ignorantes de que, en Chicago, el aparcamiento es de quien lo ha rescatado de la nieve, pueden encontrarse con su coche, indebidamente aparcado a costa del sudor ajeno, rayado o con un par de neum¨¢ticos desinflados. Esta convenci¨®n social hace las delicias de mis colegas empe?ados en mostrar a sus estudiantes c¨®mo las pr¨¢cticas culturales son m¨¢s importantes que las reformas legales (Susan Silbey: "J. Locke, op. cit.: Invocations of Law on Snowy Streets", disponible en la red).
Las pr¨¢cticas culturales son m¨¢s importantes que las reformas legales
Pueden criticarlas, por supuesto, pues no es obvio que los vecinos puedan apropiarse temporalmente de un espacio p¨²blico -la calle, que es de todos- por el procedimiento de excavar una plaza de aparcamiento. Pero son pr¨¢cticas propias de culturas productivas. La silla de pl¨¢stico rojo sangre sobre la plaza reci¨¦n liberada de nieve proclama ante la comunidad que alguien se ha molestado en hacer cosas ¨²tiles y que nadie hab¨ªa hecho antes.
En las culturas latinas conozco pr¨¢cticas aparentemente similares, pero que son puramente extractivas, propias de quienes conocemos mil maneras de trasladar recursos de un lugar a otro, de cambiarlos de mano, sin necesidad de producir nada ¨²til por el camino.
As¨ª, cualquier viajero que haya visitado Sevilla con su coche habr¨¢ sido advertido perentoriamente por sus resignados habitantes de la cultura de los gorrillas, aparcacoches que les indican d¨®nde hay plazas libres en la calle y les ofrecen protecci¨®n a cambio de una propina. Pero si declinan el servicio, pueden encontrarse luego con su coche rayado. He visto lo mismo en otras culturas hispanas. En M¨¦xico, por ejemplo, a los aparcacoches les llaman "franeleros" y, a la hora de tratar con ellos, aconsejo perspicacia, prudencia y paciencia. Siempre llama mi resignada atenci¨®n la falta de relaci¨®n de este ¨²ltimo tipo de pr¨¢cticas con cualquier g¨¦nero de actividad que a?ada valor a la comunidad, son redistributivas y rozan la extorsi¨®n. Hasta para los detalles m¨¢s peque?os de nuestra vida cotidiana, este pa¨ªs necesita educaci¨®n. El derecho es poca cosa, cr¨¦anme.
Pablo Salvador Coderch es catedr¨¢tico de Derecho Civil de la Universidad Pompeu Fabra
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