Plantar alcachofas en la Casa Blanca
"En el camino hacia la Casa Blanca, Hillary Clinton se cruz¨® con Michelle Obama. El contraste entre las dos mujeres es digno de la m¨¢s envenenada sociolog¨ªa"
"Tiene una hermosa voz¡±, dice Michelle Obama de su marido, ¡°y a m¨ª me canta muy a menudo¡±. Puede que el becario Barack la enamorara por el o¨ªdo cuando la conoci¨® en el bufete de los abogados Sidley & Austin, en Chicago, donde ella trabajaba. La voz del presidente Barack Obama es oscura y aunque hable de pol¨ªtica, de derechos sociales, incluso de inevitables bombardeos, tiene la cadencia de un blues. Sus discursos fluyen con ritmo sinuoso, a veces sincopado, al que solo le falta acompa?arlo con los golpes contra la tapa del libro sagrado para crear el contrapunto, como lo hace un predicador negro de cualquier capilla de Harlem en los oficios religiosos del domingo.
Frente a este swing envolvente de Barack Obama, que oscila en torno a un eje interior, la sensaci¨®n que da Michelle es la contraria. Esta mujer parece una roca afirmada en el suelo, fuerte e inconmovible. Basta con ver a la pareja bajar por la escalerilla del avi¨®n presidencial. Barack desciende con un trotecillo muy flexible, doblados los brazos junto a la cintura, sonriendo de lado. Al instante aparece su esposa detr¨¢s, en la puerta de la aeronave, con la sonrisa abierta a merced de una dentadura insoslayable, con sus caderas potentes y firmes, como las de una maternidad arcaica. De hecho, las divinidades m¨¢s antiguas fueron femeninas y negras. El poder¨ªo f¨ªsico parece estar en manos de esta mujer.
Las primeras damas de Estados Unidos han dejado, cada una, un rastro distinto, m¨¢s all¨¢ de cambiar las alfombras, tapizar los tresillos, empapelar las paredes de la Casa Blanca y dejarse vestir por un determinado modisto. Eleonor Roosevelt fue escritora, diplom¨¢tica, intrigante, envuelta en una sexualidad turbia; la mujer de Eisenhower, la famosa Mamie, transform¨® el triunfo de la Segunda Guerra Mundial en una sonrisa bondadosa de arroz con leche; Jacqueline Kennedy, esnob, afrancesada, se dedic¨® a coleccionar artistas e intelectuales mientras el presidente fornicaba por los ascensores, una al d¨ªa, como en la dieta de la manzana; lady Bird, la mujer de Lindon John?son, tuvo un perfil de siniestra se?ora Macbeth con el cad¨¢ver de Kennedy a la espalda; luego est¨¢n Rosalynn Carter, anodina; Barbara Bush, superpetrolera tejana; Nancy Reagan y Laura Bush, con estilo de mu?ecas Barbie, capaces de hacer inmejorables tartas de calabaza.
Hillary Clinton ya fue otra cosa: un extra?o caso de feminista y esposa humillada por el manirroto sexual de su parido, un trauma que super¨® solo por la ambici¨®n. Su inteligencia se midi¨® frente a la magia social de su contrincante dem¨®crata Obama y perdi¨® la nominaci¨®n. En el camino hacia la Casa Blanca se cruz¨® con Michelle, y el contraste entre las dos mujeres es digno de la m¨¢s envenenada sociolog¨ªa. Despu¨¦s de haberse dejado las u?as ara?ando el poder, Hillary Clinton conoc¨ªa todos los trucos y atajos de la pol¨ªtica, pero frente a su experiencia profesional Michelle Obama representaba, incluso por su figura f¨ªsica, el impacto de la naturaleza, una sensaci¨®n terrenal, despojada de cualquier vicio. No importaba que esta mujer, hija de un simple trabajador de los servicios hidr¨¢ulicos de Chicago y de un ama de casa, por su esfuerzo personal se hubiera licenciado en Princeton para graduarse despu¨¦s en Derecho por Harvard. Su marido hab¨ªa nacido en Hawai de un padre intelectual africano y de madre blanca, educado con incrustaciones musulmanas en Indonesia; en cambio, Michelle viene desde el fondo de la esclavitud, negra por los cuatro costados, de una estirpe que ha pasado el control de calidad a lo largo de innumerables sacrificios. Si sus antepasados, negros esclavos, levantaron la Casa Blanca, la llegada de esta mujer a sus salones es el ¨²ltimo desaf¨ªo de la historia.
Una primera dama de Estados Unidos debe aportar su estilo, adscribirse a una causa, de acuerdo con la bondad universal. Michelle Obama ha decidido crear una huerta ecol¨®gica, un jard¨ªn comunitario en la trasera de la Casa Blanca, que sirva de ejemplo de una dieta sana, de una vida natural. Dedicarse a plantar y cultivar r¨²cula, repollo, br¨®coli, guisantes, zanahorias y alcachofas a la sombra del Ala Oeste mientras en el Despacho Oval se prepara una lluvia f¨¦rtil de acero sobre Ir¨¢n puede ser una idea revolucionaria. Los ni?os norteamericanos est¨¢n demasiado gordos. La obesidad infantil es ya un esc¨¢ndalo social. Tambi¨¦n Michelle Obama tiene una tendencia a engordar y ha tomado la iniciativa contra la grasa propia y ajena. Est¨¢ muy vigilada. Un d¨ªa fue sorprendida devorando una hamburguesa y tuvo que arrepentirse de ese pecado. No obstante, ah¨ª est¨¢n sus potentes caderas, de maternidad arcaica, como dos asas donde el presidente Obama puede agarrarse cuando la historia comience a temblar bajo sus pies.
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