El regreso de Daisy
Se fue de Brasil por la falta de oportunidades. En Espa?a empieza a pasar lo mismo
Hace un par de meses mi amiga Daisy tuvo una cita muy importante. Como si de un truco de magia se tratara, entr¨® en el registro de la Calle Pradillo de Madrid como brasile?a y sali¨® como espa?ola. ?Tachaaaan! Parece f¨¢cil, pero es un truco muy complicado. Fueron demasiados los a?os de espera para tener los mismos derechos que un ciudadano que naci¨® aqu¨ª, a pesar de tener, desde hace mucho, las mismas responsabilidades. Minutos despu¨¦s de jurar fidelidad al Rey y a la Constituci¨®n, mientras miraba el noticiero de la tele tom¨¢ndose un caf¨¦ en un bar cerca del registro, Daisy se percat¨® de algo que la dej¨® sin palabras.
Cuando lleg¨® a Madrid, fueron muchas las cosas que llamaron la atenci¨®n de Daisy: la manera como la gente hablaba, muy alto y de forma muy directa, lo mucho que fumaban, hasta en los ascensores y en el metro, lo fuerte que sab¨ªa el caf¨¦, incluso si lo ped¨ªas con leche, la inmensa cantidad de bares, casi todos con el suelo repleto de servilletas, huesos de aceitunas y colillas, y lo t¨ªmidos que eran los hombres, que tardaban siglos en ligar. Antes de venir, hab¨ªa visto la pel¨ªcula Ay Carmela e imaginaba al hombre espa?ol como el soldado republicano que aparec¨ªa al principio de la cinta, preguntando a Carmela si pod¨ªa calentarse las manos en su escote. Le encant¨® el descaro del soldado, influido seguramente por la soledad de la guerra o la ginebra. Los hombres que Daisy conoci¨® tardaban tanto en dar el primer paso, que ella misma ten¨ªa que preguntarles si les apetec¨ªa calentarse las manos. En eso, todo hay que decirlo, los brasile?os son m¨¢s r¨¢pidos y ya vienen con las manos calientes.
Despu¨¦s de esta primera impresi¨®n, donde asentamos la mirada en las diferencias cotidianas y las hacemos mayores de lo que realmente son, poco a poco, Daisy empez¨® a darse cuenta de lo que era realmente diferente, y a apreciarlo. Por ejemplo: la inmensa clase media espa?ola, y esa sensaci¨®n de que aqu¨ª las diferencias sociales no son tan grandes. La primera vez que llam¨® un fontanero a su casa y ¨¦l la trat¨® de igual a igual, Daisy se qued¨® anonadada. En Brasil no era as¨ª, el clasismo imperaba. Aqu¨ª casi todos se trataban de t¨² a t¨², y eso significa algo m¨¢s que el simple uso o desuso de ciertos pronombres personales. Otra cosa que le impresion¨® a Daisy fue el sistema p¨²blico de salud. Hace no mucho tuvo que ser operada dos veces por una hernia. En Brasil, Daisy jam¨¢s confi¨® en la salud p¨²blica, y la privada, despu¨¦s de dos cirug¨ªas y varios d¨ªas hospitalizada, sangrar¨ªa de tal manera su cuenta bancaria que su mejor opci¨®n ser¨ªa morir en la mesa de operaciones. Pero lo que m¨¢s le chocaba, sin embargo, era la sensaci¨®n de seguridad. Que cualquier latinoamericano me corrija si me equivoco, pero eso de regresar a casa de madrugada caminando por las calles y que no te pase nada¡ Eso es un lujo. No est¨¢ pagado con dinero. Bueno, s¨ª lo est¨¢. Esto ocurre en Espa?a justamente porque la gente tiene una mejor divisi¨®n del dinero, no hay tanto en manos de tan pocos como pasa en Brasil.
Tambi¨¦n es cierto que Brasil cambi¨® mucho en esos a?os. 30 millones de brasile?os salieron de la pobreza, el pa¨ªs pas¨® de deudor a acreedor del Fondo Monetario Internacional y es actualmente la sexta econom¨ªa mundial. Daisy nunca tuvo ¨ªnfulas nacionalistas, sino todo lo contrario. Consideraba el nacionalismo como algo negativo, que imped¨ªa a los brasile?os ver el pa¨ªs como realmente era. Pero estaba claro para ella que las pol¨ªticas sociales de los ¨²ltimos gobiernos le permitieron volver a tener orgullo de un Brasil que la desterr¨® por falta de oportunidades. Por eso, mientras ve¨ªa el catastr¨®fico noticiero de la tele espa?ola en el bar cerca del registro, Daisy pens¨® en Brasil y en Espa?a, en c¨®mo han cambiado las cosas estos ¨²ltimos a?os. Y encontr¨® un s¨ªmil entre los dos. Algo que le aterroriz¨®.
Hace 12 a?os, Daisy se fue de un pa¨ªs en crisis, gobernado por neoliberales que priorizaban las medidas econ¨®micas por encima de las sociales y que cre¨ªan en un desarrollo dependiente de los pa¨ªses m¨¢s ricos de la zona. Un pa¨ªs que llevaba a cabo una fuerte pol¨ªtica de privatizaciones y que consideraba las inversiones en salud y educaci¨®n como meros gastos p¨²blicos. Se cre¨ªa y se dec¨ªa que la administraci¨®n privada ser¨ªa m¨¢s eficaz que la p¨²blica. Sin embargo, la misi¨®n de cualquier empresa privada es obtener beneficios, lo que en demasiadas ocasiones prevalec¨ªa sobre el bienestar de los ciudadanos. Daisy se fue de un pa¨ªs que ya no cre¨ªa en su clase pol¨ªtica y donde la corrupci¨®n imperaba impunemente, ya que muchos de los procesos judiciales a los corruptos, como se dec¨ªa en Brasil: terminaban ¡°en pizza¡±. Algo termina en pizza cuando se habla mucho, no se llega a ninguna parte y despu¨¦s, ya cansados, los interlocutores piden una pizza. Durante mucho tiempo Daisy crey¨® que el propio Brasil terminar¨ªa en pizza, y justamente por eso parti¨®. Se fue de un pa¨ªs que no juzg¨® los cr¨ªmenes cometidos durante la dictadura, dejando impunes las torturas y asesinatos sufridos por m¨¢s de 20.000 presos pol¨ªticos. Un pa¨ªs cuya ya escasa clase media desaparec¨ªa, absorbida por una galopante crisis social. Un pa¨ªs cuyo gran triunfo nacional era ganar mundiales de f¨²tbol.
Se fue de un pa¨ªs en crisis, donde los? neoliberales? priorizaban las medidas econ¨®micas por encima de las sociales
De alguna manera, y sin saber muy bien c¨®mo, al aceptar la nacionalidad espa?ola, Daisy pens¨® que estaba regresando a este mismo pa¨ªs.
Carla Guimar?es es escritora, guionista de televisi¨®n y de cine.
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