La estrategia de pudrir las aguas
La consecuencia l¨®gica del enfoque nacionalista es la autoexclusi¨®n de cualquier posible acuerdo
La Presidencia danesa del Consejo de la Uni¨®n Europea nos est¨¢ llevando en estos meses a fijarnos algo m¨¢s en ese peque?o y pr¨®spero pa¨ªs. No resulta f¨¢cil encontrar demasiados parecidos entre Dinamarca y Espa?a, pero aun as¨ª hace pocos a?os las Islas Feroe, el archipi¨¦lago del Atl¨¢ntico Norte constituido en regi¨®n aut¨®noma, fueron tomadas por alg¨²n avispado como referencia para justificar sus reivindicaciones nacionalistas. La an¨¦cdota, ya casi olvidada, tiene m¨¢s enjundia si recordamos que, casi en las mismas fechas, se estaba fraguando la reorganizaci¨®n territorial danesa, algo que pas¨® por aqu¨ª totalmente desapercibido. Tras un amplio debate, en 2005 los daneses optaron por reducir sus regiones a cinco y eliminaron dos terceras partes de los municipios al exigir a cada t¨¦rmino jurisdiccional una poblaci¨®n m¨ªnima de 30.000 habitantes. Una muestra m¨¢s del pragmatismo de los pa¨ªses n¨®rdicos, capaces de priorizar sus intereses y afrontar sin prejuicios algunas transformaciones profundas para garantizar su modelo social.
Los precedentes de este socio europeo no pueden llevarnos muy lejos, del mismo modo que las comparaciones obsesivas de algunos con el federalismo alem¨¢n o con el modelo canadiense resultan de escasa utilidad. Los esquemas de organizaci¨®n territorial son id¨®neos o no en la medida en la que ofrecen respuestas satisfactorias a las necesidades pol¨ªticas de un pa¨ªs en un momento determinado. No hay dos federalismos iguales, como tampoco existe un modelo ¨²nico para eso que se suele llamar Estado centralista. El T¨ªtulo VIII de la Constituci¨®n fue una soluci¨®n inteligente y ¨²til para soslayar un bloqueo que hubiese podido comprometer la buena marcha de la Transici¨®n pero, superada ya esa etapa, es necesario pararse ahora a evaluar con rigor los resultados. Los ¨¦xitos son evidentes: la descentralizaci¨®n pol¨ªtica ha dado una respuesta satisfactoria a las aspiraciones de autogobierno de buena parte de las regiones, ha facilitado un desarrollo econ¨®mico m¨¢s equilibrado y, en t¨¦rminos pol¨ªticos, ha ofrecido un sano contrapoder moderador. Pero los fracasos tambi¨¦n saltan a la vista: la r¨¢pida expansi¨®n de las Comunidades Aut¨®nomas condujo, en ocasiones, a la multiplicaci¨®n de estructuras administrativas caras, poco justificadas y con escaso control. Y, adem¨¢s, lejos de haber dado satisfacci¨®n a los m¨¢s nacionalistas, nuestro modelo apenas ha servido para diluir algunas formaciones regionalistas marginales.
Llejos de haber dado satisfacci¨®n a los m¨¢s nacionalistas, nuestro modelo apenas ha servido para diluir algunas formaciones regionalistas marginales
El modo en el que Dinamarca afront¨® su reestructuraci¨®n administrativa, en cambio, s¨ª nos puede servir de ejemplo. La sociedad espa?ola se enfrenta ahora al reto de transformar el funcionamiento del Estado de las Autonom¨ªas para hacerlo perfectamente coherente con el modelo social que pretendemos mantener y mejorar. A partir de nuestra realidad, de nuestras necesidades y de nuestras aspiraciones hemos de ser capaces de redefinir el modelo para garantizar su viabilidad. Los retos siguen siendo los mismos de siempre: conciliar con eficacia la descentralizaci¨®n pol¨ªtica y la unidad nacional, abrir espacio a las aspiraciones de singularidad sin merma de la solidaridad, articular las diferencias al tiempo que se proscriben los privilegios. Pero a todos ellos hay que a?adir ahora uno m¨¢s acuciante: el resultado tiene que contribuir a sostener con eficacia los niveles de bienestar alcanzados. Para conseguirlo, el di¨¢logo fluido entre las grandes fuerzas pol¨ªticas nacionales es imprescindible y urgente.
Mientras este gran acuerdo llega, aquellos que no parecen dispuestos a buscar una idea compartida de Espa?a no pierden el tiempo. Hace pocos d¨ªas Oriol Pujol, nuevo secretario general de Convergencia Democr¨¢tica de Catalu?a, se explicaba con enorme claridad: ¡°¡sabemos que estamos entrando en un callej¨®n que se va estrechando, porque las posibilidades de que la pol¨ªtica espa?ola entienda y atienda los planteamientos del pacto fiscal son muy, muy, muy peque?as¡±. Lo llamativo no es que se defienda con ah¨ªnco lo propio, eso lo hacen con cotidiana asiduidad todos los responsables pol¨ªticos en cualquier parte del planeta, lo peculiar es que se pretenda en ocasiones mostrar un cierto sentido de Estado o una voluntad de acuerdo cuando, al mismo tiempo, se reconoce que el camino emprendido lo hace imposible. En el fondo, desde este punto de vista, la reclamaci¨®n de un pacto fiscal o de un Estado propio no difiere mucho del planteamiento que gui¨® la conformaci¨®n de una mayor¨ªa excluyente para la aprobaci¨®n del nuevo Estatuto; como cualquiera pod¨ªa comprender, un camino abocado al fracaso desde sus torpes comienzos. Bien sea el reflejo de una t¨¢ctica negociadora, bien la expresi¨®n de las m¨¢s ¨ªntimas convicciones, la consecuencia l¨®gica de tal enfoque es la autoexclusi¨®n de cualquier posible acuerdo.
La provocaci¨®n forma parte de los malos h¨¢bitos de algunos pol¨ªticos de todos los partidos, pero tiene una dimensi¨®n especial en la manera de hacer de determinados l¨ªderes nacionalistas. El nuevo l¨ªder convergente dio prueba de ello en su reivindicaci¨®n de la independencia econ¨®mica para Catalu?a cuando apel¨® a una supuesta necesidad de huir de las ¡°aguas podridas¡± de Espa?a que ¡°ahogan¡±, esgrimi¨®, a Catalu?a. Mientras se exhiben los s¨ªmbolos y los sentimientos propios como fundamento de la acci¨®n pol¨ªtica, se ofende gratuitamente la sensibilidad ajena. Solo se puede entender a quienes as¨ª act¨²an asumiendo que lo que buscan es, precisamente, pudrir las aguas de la convivencia.
Gabriel Elorriaga es
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