Democracia m¨¢s all¨¢ de las naciones
La globalizaci¨®n est¨¢ despolitizada, discurre sin direcci¨®n o con una direcci¨®n no democr¨¢tica, impulsada por procesos ingobernables o con autoridades no justificadas, lo que plantea dificultades de legitimidad y aceptaci¨®n
Supongamos, aunque sea mucho suponer, que las naciones son democr¨¢ticas o que, al menos, sabemos c¨®mo se crean y desarrollan instituciones democr¨¢ticas en el marco del Estado nacional. ?Qu¨¦ pasa entonces cuando hablamos de instituciones m¨¢s all¨¢ de las naciones, como la Uni¨®n Europea o de las instituciones propiamente internacionales? En esos ¨¢mbitos, ?es posible y deseable que las decisiones se tomen democr¨¢ticamente o estamos obligados a rendirnos a la imposibilidad de semejante tarea?
Tenemos aqu¨ª un problema, tal vez el m¨¢s grave al que se enfrenta actualmente la organizaci¨®n pol¨ªtica de la humanidad. La globalizaci¨®n est¨¢ despolitizada, discurre sin direcci¨®n o con una direcci¨®n no democr¨¢tica, impulsada por procesos ingobernables o con autoridades no justificadas. Numerosas materias de decisi¨®n se est¨¢n desacoplando del espacio de la responsabilidad estatal y democr¨¢tica, lo que plantea dificultades de legitimidad y aceptaci¨®n. Cada vez hay m¨¢s pol¨ªticas intrusivas que la opini¨®n p¨²blica tiene dificultades para entender y aceptar (desde las intervenciones militares derivadas de la responsabilidad de proteger a las poblaciones hasta el control sobre las econom¨ªas de otros pa¨ªses con los que se comparte un destino com¨²n). ?C¨®mo se justifican democr¨¢ticamente las presiones de los mercados especulativos, las prohibiciones para que ciertos pa¨ªses desarrollen determinados armamentos o las exigencias europeas de austeridad presupuestaria? ?Qui¨¦n tiene derecho a decir a Grecia, a Siria o a Ir¨¢n lo que tienen que hacer?
El problema se agrava a medida que adquieren una creciente importancia instituciones que corresponden escasamente a nuestros criterios de legitimaci¨®n democr¨¢tica. Las instituciones internacionales resultan fundamentales para la soluci¨®n de ciertos problemas pol¨ªticos pero son estructuralmente no democr¨¢ticas si aplicamos los criterios por los que medimos la calidad democr¨¢tica de un Estado nacional. Este conjunto de circunstancias despierta de entrada una l¨®gica insatisfacci¨®n, como se comprueba en el alto ¨ªndice de desafecci¨®n hacia la pol¨ªtica, las protestas locales y globales, una desesperanza en relaci¨®n con la capacidad de esta para ejercer sus autorizadas capacidades de gobierno en las actuales circunstancias y, m¨¢s concretamente, un falta de identificaci¨®n respecto de las instituciones internacionales y la Uni¨®n Europea, que son especialmente vulnerables frente al populismo.
Estando as¨ª las cosas, a nadie puede sorprenderle que se debilite la identificaci¨®n con el proceso de integraci¨®n europea, al que se acusa de incumplir las exigencias democr¨¢ticas que, por lo visto, satisfacen perfectamente sus Estados miembros. A derecha e izquierda hay un movimiento general de retorno al espacio seguro, sea en clave de identidad nacional o de protecci¨®n social. Seg¨²n la sensibilidad ideol¨®gica que se tenga, a uno le preocupar¨¢ m¨¢s una cosa u otra, pero en cualquier caso parece imponerse un retorno de las viejas referencias y un rechazo general hacia cualquier forma de experimentaci¨®n pol¨ªtica.
A nadie puede sorprenderle que se debilite la identificaci¨®n con el proceso de integraci¨®n europea
Este movimiento de regresi¨®n hacia lo conocido cristaliz¨® en aquella sentencia del Tribunal Constitucional alem¨¢n sobre el Tratado de Lisboa en 2009 que tomaba la democracia nacional como modelo para valorar la legitimidad de la Uni¨®n Europea, como si no apreciara la novedad institucional que la Uni¨®n representa. Exig¨ªa el control democr¨¢tico del poder sin tomar en cuenta la otra cara de la moneda: la realizaci¨®n y salvaguarda de la democracia requiere hoy instituciones capaces de actuar m¨¢s all¨¢ del Estado nacional. Y el Tribunal lo hac¨ªa adem¨¢s reclamando un control de las instancias europeas por organismos alemanes que si fuera ejercido tambi¨¦n por otros Estados miembros bloquear¨ªa las decisiones a nivel europeo.
Desde una posici¨®n inequ¨ªvocamente federal pero con unos efectos que justifican el retorno al ¨¢mbito nacional, J¨¹rgen Habermas escribi¨® un art¨ªculo en los principales peri¨®dicos europeos en octubre del a?o pasado en el que acu?aba el t¨¦rmino ¡°Europa postdemocr¨¢tica¡± para referirse a la actual situaci¨®n de la Uni¨®n, monopolizada a su juicio por las ¨¦lites y los imperativos de los mercados sin legitimaci¨®n democr¨¢tica. La proliferaci¨®n de gobiernos ¡°t¨¦cnicos¡± o de pol¨ªticas que se justifican por criterios de t¨¦cnica contable m¨¢s que por aceptaci¨®n democr¨¢tica expl¨ªcita parec¨ªa corroborar dicha acusaci¨®n. El esquema de Habermas es muy socorrido: ¨¦lites opacas contra pueblos dem¨®cratas, sistema contra mundo de la vida. Como si los ciudadanos supi¨¦ramos perfectamente lo que debe hacerse y de qu¨¦ modo, mientras que nuestros pol¨ªticos ni saben ni pueden.
?Tiene este dilema una soluci¨®n que no sea ni c¨ªnica ni populista? ?Hay alguna v¨ªa intermedia entre la tecnocracia y la demagogia?
Es cierto que las justificaciones puramente funcionales, apol¨ªticas de las instituciones internacionales y de la Uni¨®n Europea son insuficientes. No es aceptable que unas ¨¦lites de unos pocos pa¨ªses, excluyendo a las opiniones p¨²blicas nacionales y globales, condicionen las pol¨ªticas nacionales de otros pa¨ªses. Ahora bien, la incidencia de las decisiones pol¨ªticas internacionales en los espacios dom¨¦sticos no es siempre una intromisi¨®n injusta, sino una realidad cada vez m¨¢s presente que requiere de legitimaci¨®n. Si la democracia no pudiera ser m¨¢s que popular y cercana, si fuera impensable m¨¢s all¨¢ de los espacios y en los asuntos para los que la autodeterminaci¨®n es posible y deseable, entonces ya podr¨ªamos despedirnos de aventuras por encima del Estado nacional y regresar ¡ªsi esto fuera posible¡ª a sociedades m¨¢s simples y en espacios delimitados. Parad¨®jicamente este abandono no contribuir¨ªa a que los problemas globales fueran resueltos con mejores criterios democr¨¢ticos sino a que, simplemente, quedaran abandonados a su suerte, que es lo menos democr¨¢tico que existe.
Pensemos en el ejemplo de la crisis que atraviesan actualmente las econom¨ªas europeas. Tal vez estemos ante un problema formalmente similar al que se enfrentaba la comunidad internacional en el conflicto yugoslavo en los a?os 90: con un sistema de toma de decisiones obsoleto para resolver un problema urgente y con una soberan¨ªa democr¨¢tica que es una disculpa similar al argumento de respeto a la soberan¨ªa que dificultaron dar una salida a aquel conflicto.
Tal y como est¨¢n las cosas, no podemos avanzar en la necesaria federalizaci¨®n europea confiando en el sost¨¦n de unas poblaciones a las que no resulta inteligible la construcci¨®n europea, que han sido bombardeadas durante a?os con discursos proteccionistas y a las que ahora se alimenta con una imagen de Europa como un agente disciplinador al servicio de los mercados, sin recordar las responsabilidades que compartimos y las ventajas mutuas de las que somos beneficiarios. Nos resulta intelectual y pol¨ªticamente muy c¨®moda la apelaci¨®n al pueblo soberano o el recurso a la cr¨ªtica de nuestros dirigentes. Le hace a uno sentirse moralmente intachable en compa?¨ªa de la inocente multitud. Alguien deber¨ªa recordarnos, no obstante, que no habr¨ªa l¨ªderes populistas si no hubiera pueblos populistas.
?Hay alguna v¨ªa intermedia entre la tecnocracia y la demagogia?
En el fondo, el problema no es si en los ¨¢mbitos globales puede o no haber una democracia similar a la que se configura en los Estados nacionales, sino c¨®mo superar la incongruencia entre los espacios sociales y los espacios pol¨ªticos. Lo fundamental es que haya gobierno o gobernanza leg¨ªtimos y no tanto que puedan o no extenderse globalmente los requisitos democr¨¢ticos que s¨®lo valen, estrictamente hablando, para los espacios delimitados. En este sentido, las instituciones internacionales (tambi¨¦n la Uni¨®n Europea, que no es propiamente una organizaci¨®n internacional sino algo m¨¢s intenso) posibilitan que la pol¨ªtica recupere capacidad de actuaci¨®n frente a los procesos econ¨®micos desnacionalizados.
Es un error considerar que el fortalecimiento de la Uni¨®n Europea y de las instituciones internacionales supone necesariamente una amenaza frente a la democracia. De lo que se trata es de entender el equilibrio entre los niveles nacionales, europeos e internacionales como un desaf¨ªo para extender la democracia a procesos in¨¦ditos. Las interdependencias econ¨®micas y sociales (muy especialmente en Europa) hacen que las decisiones de unos tengan efectos sobre otros de manera que la mutualizaci¨®n de los riesgos e incluso la intervenci¨®n de otros deber¨ªa ser entendida en el contexto de la propia responsabilidad democr¨¢tica. La soberan¨ªa, que en su momento fue un medio de configuraci¨®n de sociedades democr¨¢ticas, actualmente s¨®lo transformada y compartida sirve para encontrar ¨¢mbitos de decisi¨®n que a¨²nen eficacia y legitimidad democr¨¢tica.
Es indudable que existe un conflicto entre los principios normativos de la democracia y la efectividad de la pol¨ªtica para resolver algunos problemas colectivos de singular envergadura. Pero las instituciones internacionales son parte de la soluci¨®n, por dif¨ªcil que esta sea, y no parte del problema. No todas las obligaciones que hemos ido asignando al Estado pueden actualmente llevarse a cabo en su seno y con los instrumentos de la soberan¨ªa estatal; cuanto antes lo reconozcamos, antes nos pondremos a pensar y trabajar en una nueva configuraci¨®n pol¨ªtica donde haya un equilibrio entre democracia, legitimidad y funcionalidad.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa, investigador ¡°Ikerbasque¡± en la Universidad del Pa¨ªs Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democr¨¢tica. Su pr¨®ximo libro es Cocinar, comer, convivir,? un ensayo escrito con el cocinero Andoni Luis Aduriz.
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