Somos capaces de todo
Cuando se permite ¡°hacer lo que sea¡± para lograr objetivos, puede suceder todo
A principios de marzo de 2012, el Senado de Estados Unidos pregunt¨® al presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, el general Martin E. Dempsey, si era previsible una intervenci¨®n militar en Siria, a pesar de estar involucrados en otros escenarios b¨¦licos y a pesar del contexto espec¨ªfico sirio. La respuesta del general incluy¨® esta formulaci¨®n lapidaria, nada m¨¢s que cuatro palabras: "We can do anything", "Podemos hacer cualquier cosa" (The International Herald Tribune, 12 de marzo de 2012). Sacada de contexto, esta frase podr¨ªa convertirse en el emblema de una de las dimensiones esenciales de nuestra cultura.
No todas las culturas parten del principio de que los seres humanos pueden hacer todo lo que se propongan. Esta idea aparece en el momento en que el paganismo empieza a ceder paso a las religiones monote¨ªstas. La principal diferencia que aportan estas ¨²ltimas es que su Dios no interviene en un mundo ya existente para poner orden en el caos, como hac¨ªan los dioses de los paganos, sino que es ¨¦l mismo el que crea el mundo a partir de la nada. A los autores educados en la cultura griega cl¨¢sica les llamaba la atenci¨®n esta creencia de los monote¨ªstas. En el siglo II, Galeno consideraba que esa era la gran diferencia entre gentiles y cristianos. ¡°Mois¨¦s piensa que Dios todo lo puede, pero nosotros, los griegos, afirmamos que existen cosas que son, por naturaleza, imposibles¡±. Y Porfirio, en el siglo siguiente: ¡°Dios no puede hacer todo. No puede hacer que dos por dos sean cien en lugar de cuatro. Porque su potencia no es la ¨²nica cosa que rige sus actos y su voluntad¡±.
Por supuesto, los cristianos atribuyen la omnipotencia solo a Dios, no a los hombres. Pero, si se reconoce que los relatos sobre dioses tienen su fuente en el esp¨ªritu del ser humano, se puede llegar a la conclusi¨®n de que los autores de los textos fundacionales ya so?aban con tener esa omnipotencia ellos mismos. Ya lo dec¨ªan en el G¨¦nesis: Dios cre¨® al hombre a su semejanza. Por consiguiente, no ser¨ªa extra?o descubrir ese rasgo en los seres humanos.
A comienzos del siglo V, un te¨®logo da el paso. El monje Pelagio, originario de las Islas Brit¨¢nicas, sugiere que, dentro de los l¨ªmites de sus capacidades naturales, los hombres pueden alcanzar cualquier objetivo y pueden, por tanto, recobrar la salud mediante un mero esfuerzo de su voluntad. Herej¨ªa, exclama su contempor¨¢neo Agust¨ªn, Dios es omnipotente, sin duda, pero el hombre no, porque est¨¢ manchado por el pecado original.
Saint-Just declara ante la Asamblea Nacional francesa que el legislador puede hacer que los hombres sean lo que ¨¦l quiera
En el Siglo de las Luces se empieza a concebir el mundo sin recurrir a la hip¨®tesis divina y se transfieren al ser humano sus atributos. Saint-Just viene a declarar ante la Asamblea Nacional francesa que el legislador puede hacer que los hombres sean lo que ¨¦l quiera. Este voluntarismo revolucionario se ve reforzado por los r¨¢pidos avances que experimentan la ciencia y la t¨¦cnica a partir de esa ¨¦poca. Y los dirigentes de los imperios totalitarios del siglo XX se inspiran en ¨¦l: est¨¢n convencidos de que dominan tanto los procesos biol¨®gicos como las leyes de la historia, de modo que, con mucha m¨¢s raz¨®n, el comportamiento de los individuos. ¡°Vosotros no me conoc¨¦is a¨²n, soy capaz de todo¡±, dice, amenazador, G¨¦nrik Yagoda, jefe de la polic¨ªa pol¨ªtica de Stalin.
Y es esta gran tradici¨®n monote¨ªsta, cristiana, revolucionaria, europea y comunista en la que se inscribe la respuesta del general Dempsey.
En el mismo peri¨®dico, en la columna de al lado, se informa de un hecho que, a primera vista, no tiene relaci¨®n con el anterior. La v¨ªspera, el 11 de marzo de 2012, un tal Robert Bales, sargento del ej¨¦rcito estadounidense que ocupa en la actualidad Afganist¨¢n, ha asesinado de casa en casa a 17 civiles, entre ellos nueve ni?os, y luego ha prendido fuego a los cad¨¢veres. ?No tiene relaci¨®n? Cuando, en el curso de una guerra, se conf¨ªa a las personas la tarea de ¡°hacer todo lo que sea¡±, algunas de ellas, a fuerza de vivir en medio de la violencia cotidiana y temer a cada instante por su vida, pueden volverse locas y empezar a disparar contra los ni?os y los adultos con los que se cruzan.
Alimentados por discursos que presentan a los enemigos como una amenaza mortal, Bales, Breivik y Merah empezaron a disparar
El caso del sargento Bales recuerda a otros. El del noruego Anders Breivik, que el 22 de julio de 2011 mat¨® a 77 personas en Oslo y los alrededores con el prop¨®sito de alertar a los noruegos, y a todos los europeos, sobre la amenaza isl¨¢mica en el continente; sus v¨ªctimas, sobre todo j¨®venes militantes laboristas, no eran suficientemente conscientes de esa amenaza. O el del franc¨¦s Mohamed Merah, cuya espiral comenz¨® ese mismo 11 de marzo con el asesinato de un militar, prosigui¨® el d¨ªa 15 con otros dos militares y culmin¨® el 19 con cuatro civiles, tres de ellos ni?os. El motivo invocado por Merah para cometer esos asesinatos fue el deseo de vengar las afrentas sufridas por los musulmanes en otros pa¨ªses como Afganist¨¢n y Palestina. ?Estaban tan locos Breivik y Merah como el sargento Bales?
Lo que estas tres personas tienen en com¨²n, aparte del conflicto Occidente-Islam, es el hecho de haber ignorado los l¨ªmites que suelen enmarcar los comportamientos humanos. Igual que el general Dempsey, un d¨ªa creyeron que pod¨ªan hacer cualquier cosa. Alimentados por discursos que presentan a los enemigos como una amenaza mortal, decidieron asumir el papel de defensores y justicieros... y empezaron a disparar.
Tzvetan Todorov es semi¨®logo, fil¨®sofo e historiador de origen b¨²lgaro y nacionalidad francesa.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
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