Los d¨ªas m¨¢s negros de Marina Casta?o
Ha sido condenada por la herencia de Camilo Jos¨¦ Cela y apartada de la fundaci¨®n del Nobel La viuda es hoy la figura m¨¢s cuestionada para gestionar el legado del autor de 'La colmena'
La de veces que Marina Casta?o ha ?escuchado y tarareado Imagine, de ?John Lennon¡ Mucho m¨¢s que a otro de sus ¨ªdolos, Sinatra, que no serv¨ªa tanto para cantar en los programas de Radio Juventud, cuando ella, con su melena rubia, agarraba la guitarra y se marcaba unas estrofas en plan Mar¨ªa Ostiz. Pero a ninguno de los dos les toc¨® su parte cuando la ni?a Marina actuaba para el caudillo en las fiestas populares que le organizaban los coru?eses en plena plaza de Mar¨ªa Pita mientras este veraneaba en Meir¨¢s.
Ni Lennon ni Sinatra ven¨ªan al caso. Uno, por hippie, pacifista y amante de las drogas. Y el otro, porque no. Ya les llegar¨ªa el turno.
Aunque a la viuda del Nobel Camilo Jos¨¦ Cela tampoco le debi¨® cuadrar ni en lo m¨¢s tormentoso de sus imaginaciones la sentencia que la obliga a pagar al hijo de este 5,1 millones de euros por una herencia que ha quedado en litigio 10 a?os y que se ha cifrado en algo m¨¢s de ocho millones de euros.
La Fundaci¨®n Cela respond¨ªa en un comunicado que afrontaba el hecho ¡°con la tranquilidad de tener provisionado este posible pago desde 2010¡±. Calma pues. Aunque uno no sabe qu¨¦ dir¨ªa un acad¨¦mico ante la expresi¨®n provisionado. Ni existe en el diccionario de la RAE.
Ha sido largo e intenso el camino de Marina Casta?o hasta aqu¨ª. Un camino que ha conducido a una especie de barranco en el que se hallan ella y el legado del Premio Nobel. No son f¨¢ciles estos d¨ªas para la viuda. Condenada a una sentencia dura y despojada de todo poder en la Fundaci¨®n, ubicada en Iria Flavia (Padr¨®n), su figura p¨²blica se desvanece. Pero ella no quiere hablar. ¡°Ning¨²n comentario. No comment¡±, aseguraba por tel¨¦fono a este diario.
Ciertas frivolidades tampoco ayudan. Como el aire que le ha dado a la publicaci¨®n de sus hipot¨¦ticas memorias hace escasos meses. Dice Casta?o que est¨¢n centradas en sus a?os junto al escritor. Pero ahondan m¨¢s aspectos curiosos de su pasado ¨Cel del autor de La colmena; no el de ella, que al fin y al cabo no da para mucho recuerdo¨C, como las amantes y los hijos ileg¨ªtimos en la etapa que estuvo casado con Rosario Conde.
La guerra por la herencia ha durado 10 a?os. ?Qui¨¦n es el principal responsable de su olvido como autor? Camilo Jos¨¦ Cela Conde, que se cas¨® ayer por tercera vez, ha declarado que todo el desastre se debe a la gesti¨®n de la viuda
Al parecer, el Nobel regaba el mundo de simiente a la que posteriormente bautizaban como Camilo y Camilo Jos¨¦, salvo si eran ni?as. Ah¨ª no entraba la variante Camila Josefa. Seg¨²n ella, el escritor no ten¨ªa una buena relaci¨®n sentimental con su exmujer y mantuvo infinidad de relaciones cuyo estricto y ¨²nico inter¨¦s se centraba en el sexo.
Pero lo que probablemente no encontremos en las memorias de Marina Casta?o sean algunos cap¨ªtulos jugosos. Cuando Cela la conoci¨® en 1985, era una periodista avispada pero no muy culta, hija de un empleado de banca y una secretaria de corredor de comercio divorciada de Jos¨¦ Luis Fern¨¢ndez, un marino mercante con quien estuvo casada cinco a?os y que dej¨® las traves¨ªas para levantar un negocio de marcos y molduras.
Le entrevist¨® para la radio auton¨®mica gallega e inmediatamente se convirti¨® en su colaboradora. No hab¨ªa llegado el Nobel, pero Cela ya contaba con influencias de peso en todas las esferas. Ella tambi¨¦n. A quien quisiera algo del escritor, le advert¨ªa: ¡°A partir de ahora, si quieres algo de Camilo tienes que pasar por m¨ª¡±.
Pronto ¨¦l comenz¨® a pedir prebendas para ella sin tapujos: un trabajo en la SER a cambio de publicar una serie en EL PA?S sobre un viaje al que no pod¨ªa ir m¨¢s que en un Supermirafiori Testarrosa ¨Ctal como cuenta Juan Cruz en Egos revueltos (Tusquets)¨C, en otros medios una columna all¨ª, un articulillo all¨¢, ?por qu¨¦ no una novelita?¡ Cosa que acab¨® public¨¢ndose bajo el t¨ªtulo Toda la soledad.
El d¨ªa que apareci¨® p¨²blicamente junto al escritor iba vestida de rojo con volantes y le acompa?¨® a Santo?a (Cantabria). All¨ª le homenajeaban los conserveros y ¨¦l dictaba una conferencia sobre el mar. Le hab¨ªan reservado las mejores anchoas acompa?ado de vino tinto y rosado. Marina hab¨ªa colado a unos fot¨®grafos del coraz¨®n en mitad de un cotarro donde no se les esperaba y una semana despu¨¦s apareci¨® el bombazo. ?Exclusiva! ?La novia de Cela!
Aquel a?o, don Camilo se mostraba jovial y expansivo. Al siguiente tambi¨¦n fue invitado. Lleg¨® mucho m¨¢s flaco despu¨¦s de un tratamiento en una cl¨ªnica de adelgazamiento marbell¨ª. Ni qu¨¦ decir tiene que no eran las 12 de la noche y ya se hab¨ªa acostado sin contar muchas an¨¦cdotas y despu¨¦s de haber inaugurado una calle que quedaba pegada al casino del pueblo.
Despu¨¦s gan¨® el Nobel. Para entonces todo iba quedando bajo el control de su novia, con quien se cas¨® en 1991. Su horario, su dieta, el dinero que recaudaba por cualquier aparici¨®n y que iba a parar a sociedades como Palabras y Papeles o Letra y Tinta, en la que ella hac¨ªa y deshac¨ªa contratos. De hecho, el d¨ªa que muri¨®, Cela lo hizo sin nada. Era insolvente. Todo su patrimonio, seg¨²n recoge la sentencia sobre su herencia, hab¨ªa quedado desperdigado en varias operaciones de blindaje con donaciones encubiertas.
Negociaba todo. Por aquel entonces, Cela aparec¨ªa en las tertulias televisivas de Jes¨²s Hermida. El periodista, no obstante, asegura que no le subieron el sueldo despu¨¦s del galard¨®n. ¡°No lo pidi¨®, aunque imagino que aquellas ¨¦pocas previas al premio fueron duras para ¨¦l¡±. Todav¨ªa recuerda Hermida el d¨ªa que se lo concedieron. Le tocaba acudir al programa. ¡°La gente del equipo me dec¨ªa: ¡®No vendr¨¢¡¯. Yo les contestaba: ¡®S¨ª, aparecer¨¢¡±. Lo hizo. ?Qu¨¦ mejor forma para celebrar aquello que trabajando y en la tele ante toda Espa?a?
Cela muri¨® sin nada. Era insolvente. Todo su patrimonio, seg¨²n recoge la sentencia sobre su herencia, hab¨ªa quedado desperdigado en varias operaciones de blindaje con donaciones encubiertas
Poco a poco fue cambiando de c¨ªrculos y amistades. De entonces, Ra¨²l del Pozo recuerda c¨®mo ella le admiraba, le cuidaba y ¨¦l se mostraba muy feliz. ¡°Creo que para ¨¦l fue una buena etapa en su vida¡±, asegura el columnista. Aunque se obsesion¨® por saldar cuentas pendientes contra todos aquellos que se empe?aban en no cacarear su genio. Se traslad¨® de su finca en Guadalajara, pese a que no quer¨ªa, a Puerta de Hierro, rodeado de un servicio que le trataba como se?or marqu¨¦s.
Entr¨® en funcionamiento como nunca la caja registradora: los premios, las loas y sus presiones para otorgar distinciones como el Cervantes a amigos, desde Francisco Umbral ¨Cque luego, a su muerte, mat¨® al padre en el libro Un cad¨¢ver exquisito, en el que le tachaba de mal articulista y de incapacidad para construir argumentos¨C al poeta Jos¨¦ Garc¨ªa Nieto¡ Tanto, escribe Juan Cruz, como influy¨® para que no se lo dieran a otros. Cela se convert¨ªa en una especie de marca desagradable a cuya sombra se resent¨ªa su figura y su obra. Aunque ten¨ªa sus desahogos. Contaba para ello con su disc¨ªpulo oficial y su asistente, Gaspar S¨¢nchez Salas, a quien dirigi¨® una tesis sobre Dictadolog¨ªa t¨®pica, una disciplina inventada por el propio Cela.
S¨¢nchez Salas hac¨ªa de todo. ¡°Cog¨ªa el tel¨¦fono y le acompa?aba de paseo¡±. En teor¨ªa. ¡°Gasparcillo, Marina es muy lista, pero vas a coger 5.000 pesetas de ese caj¨®n y nos vamos a hartar esta semana de cervezas y pinchos de tortilla. T¨² lo administras¡±, le dec¨ªa Cela, recuerda el disc¨ªpulo. Ni qu¨¦ decir tiene que su tesis, tras la muerte del Nobel, no consigui¨® ning¨²n respaldo por parte de la Fundaci¨®n ni de la viuda. ¡°Es muy complicado para quien no tiene formaci¨®n saber valorar un legado como el de Cela y proyectos universitarios y acad¨¦micos de este calado¡±, comenta S¨¢nchez Salas.
Muri¨® Cela. Era el 17 de septiembre de 2002. Marina se hab¨ªa preparado a fondo para un d¨ªa crucial en su vida. Daba entrevistas en la habitaci¨®n contigua a donde reposaba el cad¨¢ver de su marido. No soltaba una l¨¢grima: ¡°Le promet¨ª que no lo har¨ªa¡±. ¡°Fue un gran amante¡±, le declaraba a este cronista horas antes del entierro. Tuvo a bien atender con toda su disposici¨®n la entrevista que dio a EL PA?S cuando se le propuso en las escaleras dentro de la Fundaci¨®n: ¡°Los compa?eros sois los primeros¡±.
Todo se centraba en ella. No quer¨ªa intrusos. Menos que nadie, su otra familia. Un amigo de Camilo Jos¨¦ Cela Conde recuerda hoy c¨®mo ella intent¨® que no se sentara en el banco de la familia y este se neg¨® a dejar su sitio. Desagradable situaci¨®n en un entierro al que acudieron m¨¢s ministros que escritores.
Daba entrevistas en la habitaci¨®n contigua a donde reposaba el cad¨¢ver de su marido. No soltaba una l¨¢grima: ¡°Le promet¨ª que no lo har¨ªa¡±
Ah¨ª se declar¨® la guerra. Una guerra por la herencia que ha durado 10 a?os. No cab¨ªa otra. La pena es que han sido 10 a?os perdidos en pos de un legado. ?Qui¨¦n es el principal responsable de su olvido como autor? Camilo Jos¨¦ Cela Conde, que se cas¨® ayer por tercera vez, ha declarado que todo el desastre se debe a la gesti¨®n de la viuda. El hecho es que si las ventas de su obra se ¡°sostienen¡±, precisan en la editorial, es porque su lectura resulta obligatoria en las ense?anzas secundarias, sobre todo. ¡°Pero nuevo inter¨¦s en otros lectores, es dif¨ªcil que despierte¡±, asegura Emili Rosales, editor de Destino. A¨²n as¨ª, van a reeditar algunas de sus obras m¨¢s emblem¨¢ticas para avivar su presencia.
Gran parte de la culpa la tuvo el propio autor, dicen muchos consultados. Consigui¨® volver contra s¨ª mismo aquella imagen omnipotente que por un lado ped¨ªa cuentas a sus enemigos ¨C¡°quiero el cad¨¢ver de Julio Llamazares¡±, iba exclamando por ah¨ª, culpando al escritor leon¨¦s de m¨¢ximo representante del contubernio, como dec¨ªa ¨¦l, de los 150 novelistas de Moncloa en ¨¦poca de Felipe Gonz¨¢lez¨C, por no hablar de sus declaraciones sobre Garc¨ªa Lorca y dem¨¢s. Lo del poeta fue sonado. Lament¨® los fastos del aniversario de su nacimiento y soliviant¨® al colectivo gay con frases como: ¡°Yo me limito a no tomar por el culo¡±.
Bobadas aparte, con ¨¦l desaparecido y sin producir, la nula gesti¨®n de su obra m¨¢s all¨¢ de lo previsible y lo trillado, la ceguera y falta de imaginaci¨®n han contribuido a enterrarle en vida y, digamos, tambi¨¦n en gloria.
Un caso evidente es la Fundaci¨®n Cela. All¨ª se encuentran sus manuscritos, copias de todas sus ediciones en cualquier lengua, su correspondencia, su biblioteca, su colecci¨®n de garrotes vil¡ Pero Marina Casta?o ha utilizado durante a?os aquello como una casa con servicio particular a cargo del contribuyente y de las donaciones privadas que aportaban entre otros empresarios amigos del escritor como Villar Mir o Albertino de Figueiredo, due?o de Afinsa. La Xunta intervino recientemente y le quit¨® de las manos el coto. La han desplazado y arrebatado todo el poder a la hora de nombrar patronos. Su papel se limita a ser un mero florero como presidenta de honor sin funciones. La Fundaci¨®n ha pasado a ser p¨²blica bajo el control del Gobierno auton¨®mico, la alcald¨ªa de Padr¨®n y la Universidad de Santiago, principalmente.
Por tanto, los expertos en la obra del escritor respiran tranquilos y creen que a partir de ahora puede comenzar a reivindicarse mejor su cat¨¢logo. Existen proyectos fuera de Iria Flavia. Su hijo quiere levantar otra en memoria de su padre y su madre, Rosario Conde Picavea. Habr¨¢ que trabajar duro para reestablecer el paisaje de su legado despu¨¦s de la larga y dura batalla. Queda recurrir a otras instancias, pero todo indica que las cartas est¨¢n echadas y que las cosas son muy contrarias a lo que Marina un d¨ªa, quiz¨¢s escuchando a John Lennon, imagin¨®.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.