El honesto embaucador
PIEDRA DE TOQUE. No creo que nunca en la historia del arte haya habido nadie como Damien Hirst, desprovisto del m¨¢s elemental talento y originalidad. En vez de disimular esta condici¨®n, la exhibe con desfachatez
?A diferencia de dos exposiciones dedicadas a Picasso en Londres ¨Cuna, en la Tate Britain, documentando su influencia sobre el arte moderno en el Reino Unido y la segunda, en el Museo Brit¨¢nico, con la edici¨®n completa de la Suite Vollard-, a las que se pod¨ªa entrar sin demora por el limitado n¨²mero de visitantes, para acceder a la gran retrospectiva consagrada en la Tate Modern a la obra de Damien Hirst, tuve que hacer una cola de tres cuartos de hora.
No s¨®lo la abundancia de p¨²blico llamaba la atenci¨®n; tambi¨¦n, el gran n¨²mero de j¨®venes y de parejas, algunas con ni?os en los brazos. Los peque?os la pasaban bastante bien en las salas de la muestra. Se divert¨ªan mucho con el revoloteo de las moscas en la urna de cristal donde reposa la cabeza sangrante de una vaca (Mil a?os 1990) y todav¨ªa m¨¢s en la instalaci¨®n llamada Dentro y fuera del amor, un cuarto artificialmente humidificado con mariposas vivas, cuencos de frutas, superficies blancas y cajones con flores. Pero a algunos de estos precoces aficionados los asustaron los corderos y las reses seccionados quir¨²rgicamente y los tiburones dientudos conservados en formol; a veces romp¨ªan en llanto.
La exposici¨®n misma no ten¨ªa mayor inter¨¦s, salvo desde el punto de vista sociol¨®gico, pues resultaba sumamente instructivo espiar las reacciones de los visitantes ante los objetos que la poblaban. La mayor parte hac¨ªa un esfuerzo visible por descubrir, detr¨¢s o dentro de los anaqueles atiborrados de remedios, pinzas, tijeras, esp¨¢tulas, guantes el¨¢sticos, ¨®rganos en yeso, o en las bolitas y globos suspendidos en el aire por el soplido de una secadora de pelo o el ventilador de una caja de colores chillones, la idea, la raz¨®n, la propuesta intelectual o est¨¦tica, el misterio que confiriese a semejantes materiales algo que justificara la admiraci¨®n, el respeto, o, por lo menos, la curiosidad del p¨²blico. Muchos no pod¨ªan ocultar su decepci¨®n, pero la disimulaban, con comentarios que rehu¨ªan lo primordial y se aferraban a lo adventicio: ¡°?El dispositivo ser¨¢ mec¨¢nico o el¨¦ctrico?¡±, ¡°?Deber¨¢n cambiar el formol cada cierto tiempo o durar¨¢ toda la eternidad?¡±). Los m¨¢s osados se atrev¨ªan a sonre¨ªr o a re¨ªrse abiertamente de lo que ve¨ªan, como diciendo, entre gui?os: ¡°De un artista puede esperarse cualquier cosa, ya lo sabemos¡±.
Los que se han tomado muy en serio aquello que all¨ª se exhib¨ªa son, claro est¨¢, la comisaria de la exposici¨®n, Ann Gallagher, sus colaboradores y la media docena de autores de los ensayos del cat¨¢logo que la acompa?a. El verdadero embauco est¨¢ en esas p¨¢ginas y, sobre todo, si los cr¨ªticos se creen lo que firman. En s¨ªntesis, para entender cabalmente lo que Damien Hirst (o, m¨¢s bien, los operarios de su taller) fabrican, hay que moverse con desenvoltura en una galaxia donde rutilan Immanuel Kant y Sigmund Freud, las complejidades de la Anatom¨ªa, la Farmacopea, la industria proveedora de instrumental cl¨ªnico para los hospitales, Marcel Duchamp, Francis Bacon, Kurt Schwitters, las t¨¦cnicas de la publicidad de la empresa Saatchi, los secretos del tallado de diamantes y las filosof¨ªas y teolog¨ªas relacionadas con la muerte. Uno de ellos revela, como un dato de capital importancia, que en los primeros ¡°gabinetes m¨¦dicos¡± que concibi¨® Hirst en los a?os ochenta, los remedios y pastillas que figuraban en sus repisas, proced¨ªan todos de las recetas de su abuela enferma, a quien el artista quer¨ªa mucho.
?Su futuro est¨¢ garantizado? Si todo dependiera del mercado del arte, sin duda
A juzgar por la entrevista que concedi¨® Damien Hirst a Nicholas Serota y que aparece en el cat¨¢logo, el artista que, seg¨²n la se?ora Ann Gallagher, ¡°ha impregnado m¨¢s la conciencia cultural de su tiempo¡±, no tiene en gran estima a sus admiradores, ni tampoco al arte que practica, ni trata de dar seriedad y dignidad a sus creaciones mediante anfibol¨®gicas referencias culturales o poni¨¦ndose bajo el ala protectora de imponentes pensadores o artistas. Por el contrario, habla de su trayectoria con una desarmante sinceridad, explicando, en cierto modo, la elecci¨®n de sus opciones art¨ªsticas en funci¨®n de sus carencias y limitaciones. Hubiera querido ser pintor pero advirti¨® que pintaba muy mal y opt¨® por los collages en los que se sent¨ªa menos deficiente. Cuando descubri¨® el arte conceptual, el surrealismo y el minimalismo, todo mezclado, entendi¨® que hab¨ªa un camino ¨Cel del gesto, el desplante y el espect¨¢culo- en el que ¨¦l pod¨ªa superar sus defectos e, incluso, triunfar.
Uno de sus m¨¦ritos es haber demostrado que en nuestra ¨¦poca se puede ser un artista, incluso de gran prestigio, sin demostrar destreza alguna en lo que se refiere a pintar o esculpir, simplemente haciendo lo que todav¨ªa no se ha hecho, y procurando que haya en esto algo novedoso y llamativo, que, sin significar ruptura o rechazo radical de una tradici¨®n, lo parezca. Cuando Hirst habla de los pintores que, cree, han ejercido una influencia sobre ¨¦l, como Sol LeWitt o Naum Gabo, e incluso Francis Bacon, no se refiere para nada a sus m¨¦ritos estrictamente pl¨¢sticos, sino a sus actitudes y posturas, a que a?adieron al territorio del arte lo que antes de ellos no era ni pod¨ªa ser considerado ¡°art¨ªstico¡±.
A diferencia de sus enrevesados y tramposos cr¨ªticos, que dan a su persona y a sus obras unos ba?os delirantes de empaque y dignidad intelectual, est¨¦tica y filos¨®fica, Damien Hirst parece bastante consciente de la extraordinaria supercher¨ªa en que se ha convertido hoy, para muchos, el oficio que practica. ?l no pretende disimularlo, s¨®lo aprovecharlo: lo acepta tal como es y saca de ello todas las ventajas posibles.
No es exagerado decir que se trata de un honesto embaucador, que, en un mundo en el que ahora todo vale, donde el aut¨¦ntico talento y el funambulismo andan confundidos, ¨¦l pasa sus mercanc¨ªas por lo que verdaderamente son, sin escr¨²pulos ni pretensiones, dejando que se ocupen de envolverlos en argumentos y justificaciones de densa tiniebla y especiosa dial¨¦ctica, esos cr¨ªticos, galeristas y marchantes que, como los publicistas alquimistas de Saatchi, saben convertir todo lo que brilla en oro, vender gato por liebre e imponer su propia tabla de valores y de jerarqu¨ªas en medio de la confusi¨®n que ha reemplazado las viejas certidumbres y patrones est¨¦ticos.
No es imposible que la Real Sociedad Protectora de Animales ponga fin a su flam¨ªgera carrera
No faltar¨¢ quien recuerde que, a lo largo de la historia, no s¨®lo el arte, toda la cultura ha estado siempre hospedando en su seno a embaucadores de rauda figuraci¨®n y que s¨®lo con la discriminaci¨®n que ejerce el tiempo, retornaron luego al anonimato del que nunca debieron salir, alej¨¢ndose por fin de los aut¨¦nticos creadores a quienes, por la ceguera de sus contempor¨¢neos, llegaron a hacer sombra. Eso es cierto. Pero no creo que nunca en la historia del arte haya habido nadie como Damien Hirst, desprovisto del m¨¢s elemental talento y originalidad, que, en vez de disimular esta condici¨®n, la exhibe en todo lo que hace con perfecta desfachatez, y haya conseguido pese a ello escalar todos los pelda?os de la consideraci¨®n del establishment (la bibliograf¨ªa que le est¨¢ dedicada es abrumadora) hasta llegar a ser requerido por instituciones como la Tate Modern y los museos m¨¢s importantes del mundo.
Su ¨¦xito econ¨®mico est¨¢ a la altura, y acaso supera, el art¨ªstico. En octubre de 2004 vendi¨®, a trav¨¦s de Sotheby¡¯s, su Pharmacy de Notting Hill por unos 15 millones de d¨®lares, y en septiembre de 2008 el remate que hizo, prescindiendo de galeristas y marchantes, siempre a trav¨¦s de Sotheby¡¯s, de 244 nuevas obras obtuvo la astron¨®mica suma de 111 millones y medio de libras esterlinas (es decir, m¨¢s de 150 millones de d¨®lares). Lo que significa que Damien Hirst es acaso el m¨¢s caro artista vivo de nuestro tiempo.
?Su futuro est¨¢ garantizado? Si todo dependiera del mercado del arte, sin duda. Pero, ?ay!, advierto una amenaza en el porvenir de este Rastignac de la pintura del siglo XXI: la poderos¨ªsima Real Sociedad Protectora de Animales del Reino Unido. Auguro que los severos inspectores de esta instituci¨®n no dejar¨¢n pasar impune el sacrificio de las decenas de millares de gr¨¢ciles mariposas, a las que el artista mat¨®, con el agravante de arrancarles las alas, para engalanar Enlightenment y una serie de sus cuadros, ni el genocidio de millones de moscas inocentes para empastelar con ellas la masa viscosa que recubre su famoso Sol Negro. No es imposible que la Real Sociedad Protectora de Animales ponga fin, o cause un serio quebranto, a la flam¨ªgera carrera del muchacho de Leeds que comenz¨® a hacer arte a los 16 a?os fotografi¨¢ndose junto a la cabeza seccionada de un cad¨¢ver en la morgue de su ciudad natal.
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? Mario Vargas Llosa, 2012.
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