?Son representativas nuestras instituciones?
Ante un fallo sist¨¦mico como el que sufrimos, la tentaci¨®n es grande de volver a los viejos relatos de la historia de Espa?a como un fracaso y echar la culpa a una excepcionalidad espa?ola
Se han cumplido 50 a?os de la celebraci¨®n en M¨²nich, bajo el paraguas protector del Movimiento Europeo, una reuni¨®n de delegados del interior y del exilio con el prop¨®sito de aprobar una resoluci¨®n sobre un proyecto de transici¨®n a una situaci¨®n pol¨ªtica regular y estable. Los reunidos recordaron a los Estados miembros de la Comunidad Econ¨®mica Europea que la incorporaci¨®n de Espa?a, solicitada por el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando M. Castiella, exig¨ªa la previa ¡°instauraci¨®n de instituciones aut¨¦nticamente representativas y democr¨¢ticas¡±.
Dicen los que asistieron a aquel encuentro ¡ªSatr¨²stegui, Gil Robles, Ridruejo, Madariaga, Llopis¡¡ª que all¨ª se echaron las bases de lo que habr¨ªa de ser a?os despu¨¦s la transici¨®n pol¨ªtica a la democracia. Algo exagerada es la pretensi¨®n, puesto que de la reuni¨®n quedaron excluidos los comunistas, reducidos a meros observadores. Pero lo que s¨ª manifest¨® el encuentro, y la resoluci¨®n finalmente aprobada, fue que la oposici¨®n a la dictadura, desde mon¨¢rquicos liberales a socialistas, equiparaba Europa a instituciones aut¨¦nticamente representativas y democr¨¢ticas, y que por muy ut¨®pica que por entonces apareciera aquella meta, Espa?a podr¨ªa alcanzarla si Europa ¡ªy Estados Unidos¡ª empujaban en esa direcci¨®n.
Y como ni Europa ni Estados Unidos empujaron, los espa?oles tuvieron que apa?arse por s¨ª mismos para emprender el camino hacia esas instituciones. Nada gen¨¦tico lo imped¨ªa, tampoco una excepcionalidad hist¨®rica ni una cultura pol¨ªtica. ¡°Si Italia pudo conseguir la democracia parlamentaria¡, ?por qu¨¦ no podremos hacer nosotros lo mismo alg¨²n d¨ªa en Espa?a¡±, preguntaba Jos¨¦ Mar¨ªa de la Pe?a, director del Archivo de Indias de Sevilla, un d¨ªa de enero de 1961 a Gabriel Jackson. Si Italia pudo, nosotros tambi¨¦n podemos: tal era la convicci¨®n generalizada a medida que avanzaban los a?os sesenta; de ah¨ª el empuje que llev¨®, arriesgando destierros y multas, a aquellos delegados a M¨²nich.
Arrastr¨¢bamos entonces el fardo de una historia contada como fracaso y nuestros mayores hab¨ªan dictaminado hac¨ªa casi un siglo que Espa?a era el enfermo de Europa, un enfermo en fase terminal despu¨¦s de la Guerra Civil. Pero desde mediados de los a?os cincuenta ya hab¨ªan hecho acto de presencia nuevas generaciones dispuestas a arrojar aquel fardo al basurero de la historia. Y fueron gentes de las generaciones que se hab¨ªan planteado la pregunta: ?por qu¨¦ no como¡? las mismas que con las Constituciones alemana e italiana a la vista dotaron al Estado espa?ol en 1978 de las instituciones reclamadas por los reunidos en M¨²nich. En esa construcci¨®n nadie qued¨® excluido: comunistas, socialistas, liberales, derecha. No fue una ampliaci¨®n de M¨²nich, fue otra cosa, que nunca habr¨ªa sido posible si unas generaciones de espa?oles no se hubieran empe?ado en ser en el futuro lo que eran ya en el presente los europeos.
Y ahora, pasados tantos a?os, ?son aut¨¦nticamente representativas aquellas instituciones? Mucha gente cree que no, y tiene buenos motivos para creerlo. ?A qui¨¦n representa este Parlamento que no es capaz de crear una comisi¨®n que investigue lo que est¨¢ destrozando a millones de j¨®venes en paro? ?A qui¨¦n representa un Gobierno que miente a mansalva y que hace hoy lo contrario que prometi¨® ayer sin sentirse en la necesidad de dar explicaciones? ?A qui¨¦n representa el Consejo General de un poder del Estado tan fundamental como el judicial, que no es capaz de aclarar qu¨¦ pasa con los fondos p¨²blicos utilizados por su presidente ¡ªy no se sabe por cu¨¢ntos vocales¡ª en asuntos privados? Legislativo, Ejecutivo, Judicial, tres poderes del Estado, hoy, en los escalones m¨¢s bajos de la estima ciudadana.
Ante un fallo sist¨¦mico como el que sufrimos, la tentaci¨®n es grande de volver a los viejos relatos de la historia de Espa?a como un fracaso y echar la culpa a una excepcionalidad espa?ola, o a una cultura pol¨ªtica entendida como una herencia gen¨¦tica. Es lo que nos faltaba, pero es lo que tendremos si, por un acto de coraje pol¨ªtico no se recupera una actitud semejante a la de los reunidos en M¨²nich: dar la cara, en este caso para investigar lo ocurrido y sacarlo a la luz p¨²blica. No hay otra receta, y aun estamos a tiempo, aunque la colonizaci¨®n de las instituciones por la clase pol¨ªtica con el prop¨®sito de nunca tener que dar cuenta de nada proyecta una sombra de duda sobre su capacidad para devolverles la sustancia representativa que est¨¢n perdiendo a chorros.
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