Un mar de intervenciones
La colonizaci¨®n del Mediterr¨¢neo sur tiene tambi¨¦n una historia econ¨®mica de intervenciones y rescates, que no est¨¢ de m¨¢s recordar en estos tiempos de crisis, que afecta ahora de lleno a los pa¨ªses de la orilla norte
Es una historia mediterr¨¢nea que ocurri¨® hace m¨¢s de un siglo en un mar inseguro, en el que los negocios peligraban porque piratas corsarios, con apoyo de alguna regencia del norte de ?frica, quer¨ªan tener su parte del bot¨ªn e interfer¨ªan el comercio a su antojo y en su beneficio. Quiz¨¢s hubiera habido alguna que otra soluci¨®n, como la que consiguieron Carlos III y otros gobernantes de la ¨¦poca con los tratados que firmaron con Mohamed III para acabar con los corsarios marroqu¨ªes, aquellos embravecidos hijos de moriscos extreme?os establecidos en Rabat-Sal¨¦. Pero algunos prefirieron la intervenci¨®n militar, dando as¨ª comienzo a una ocupaci¨®n colonial que se prolongar¨ªa en Argelia 130 a?os.
Se mataban varios p¨¢jaros de un tiro. Se fabricaba un patriotismo contra la barbarie que enmascaraba las tensiones sociales y las luchas de bander¨ªas y se creaba una tierra de promisi¨®n para un excedente demogr¨¢fico que empezaba a crear problemas en el hex¨¢gono. Un Eldorado a cuya busca fueron decenas y centenas de millares de nuestros levantinos que desde Alicante, Almer¨ªa o Murcia se instalaron en Or¨¢n y Argel.
Pero no todas las historias coloniales arrancaron con una intervenci¨®n militar y una cruenta guerra como la que durante casi dos d¨¦cadas se impuso frente a la resistencia del emir Abdelkader. La colonizaci¨®n del Mediterr¨¢neo sur tiene tambi¨¦n una historia econ¨®mica de intervenciones y rescates, que no est¨¢ dem¨¢s recordar en estos tiempos de crisis que, por azares de la historia, afecta ahora de lleno a los pa¨ªses de la orilla norte.
Pretexto o realidad, o las dos cosas a un mismo tiempo, fue ¡°la diferencia de veinte siglos¡± entre las dos orillas del Mediterr¨¢neo que observaba el viajero Domingo Bad¨ªa, alias Al¨ª Bey, a su llegada a T¨¢nger en 1803: ¡°Aqu¨ª el observador toca en una misma ma?ana las dos extremidades de la cadena de civilizaci¨®n¡±.
La intervenci¨®n francesa impuso el protectorado a T¨²nez en 1881, haci¨¦ndose cargo de la deuda
Algunos regentes de lo que no eran m¨¢s que unas provincias alejadas del Imperio Otomano ¡ªEgipto y T¨²nez¡ª fueron tambi¨¦n conscientes de esa diferencia y por voluntad propia o por presiones de los negociantes y c¨®nsules europeos, o por todas esas razones combinadas, optaron por el camino de lo que se llam¨® ¡°las reformas¡±.
Reformas era un t¨¦rmino amplio que iba desde la eliminaci¨®n del mercado de esclavos en T¨²nez a la reestructuraci¨®n del ej¨¦rcito, con la creaci¨®n de escuelas superiores de formaci¨®n militar como en Egipto. Pero reformas era tambi¨¦n un t¨¦rmino que casaba con modernizaci¨®n, querida o inducida, y eso implicaba elevados costes. Equipamientos civiles o militares, adaptaci¨®n de los puertos a las nuevas necesidades del comercio, aperturas de nuevas v¨ªas de comunicaci¨®n como el canal de Suez, instalaciones ferroviarias o telegr¨¢ficas, urbanizaci¨®n de las principales capitales, sin olvidar los gastos suntuarios de unas cortes, como la del jedive Ismail en El Cairo, que construy¨® una ?pera para emular a las europeas. Todo ello se financi¨® gracias a una fiebre prestamista que soport¨® niveles de usura, llegando en algunos casos hasta el 20% de inter¨¦s. Lo que cre¨® tal espiral de endeudamiento exterior que se lleg¨® hasta la bancarrota, antesala de la intervenci¨®n y, a rengl¨®n seguido, de la colonizaci¨®n.
En principio se recurri¨® al bolsillo del contribuyente local. Gobernantes como el Bey tunecino decidieron gravar a los agricultores llegando hasta doblar los impuestos. Lo que no dejar¨ªa de tener sus consecuencias sociales graves provocando una revuelta generalizada en 1864 que acab¨® con las veleidades reformistas que hab¨ªan hecho proclamar la primera Constituci¨®n del mundo ¨¢rabe en 1861. Una Constituci¨®n que aunque garantizaba la seguridad de las personas y sus bienes, daba libre curso a la actividad econ¨®mica de los extranjeros, lo que hizo que la poblaci¨®n la identificase con las exacciones que sufr¨ªa en su vida cotidiana. En una suerte de ¡°?Vivan las caenas!¡±, reclamaron el retorno de la tradici¨®n e incluso de la esclavitud.
El recurso al cr¨¦dito exterior, gestionado por gobernantes poco escrupulosos como el primer ministro Mustaf¨¢ Jaznadar, que acumularon fortunas escandalosas que invirtieron fuera del pa¨ªs, provoc¨® el hundimiento econ¨®mico de la regencia tunecina, forzando a las potencias a establecer en 1869 una Comisi¨®n de la deuda franco-anglo-italiana, presidida por el padre de la Constituci¨®n de 1861, Jaireddin (el tunecino, aunque nacido en el C¨¢ucaso), un reformista que supo jugar al equilibrio entre las tres potencias, impulsando la autonom¨ªa tunecina respecto de la Sublime Puerta y una reestructuraci¨®n del Estado que no pudo llevar a t¨¦rmino por la oposici¨®n del Bey que lo licenci¨® en 1877 y sobre todo por la intervenci¨®n francesa que impuso el protectorado a T¨²nez en 1881, haci¨¦ndose cargo de la deuda y garantiz¨¢ndose el derecho a ¡°reformar¡± a su antojo.
Egipto sufri¨® un proceso paralelo, agravado a partir de 1870 por la desorganizaci¨®n del mercado financiero europeo como consecuencia de la guerra franco-alemana que desacredit¨® los ¡°valores con turbante¡± e hizo subir las condiciones de los inevitables pr¨¦stamos hasta el punto de absorber el servicio de la deuda buena parte del presupuesto egipcio. La bancarrota turca en 1875, que provoc¨® el p¨¢nico en las Bolsas de Londres y Par¨ªs, tir¨® por los suelos los t¨ªtulos egipcios y el jedive se vio en la obligaci¨®n de malvender sus acciones del Canal de Suez que cayeron en manos de los ingleses. Fueron estos los que proveyeron al gobernante egipcio de un experto en finanzas para intervenir la maltrecha econom¨ªa, primer paso en lo que fue la Comisi¨®n internacional de la deuda presidida honor¨ªficamente por el franc¨¦s Ferdinand de Lesseps, en la que tendr¨ªa un papel importante Sir Evelyn Baring, el futuro Lord Cromer. Los europeos controlar¨ªan desde entonces las finanzas egipcias, llegando hasta deponer al jedive Ismail que opon¨ªa resistencia a sus imposiciones.
M¨¢s impuestos, retrasos en el pago de funcionarios y sobre todo de militares, llevaron a estos, comanditados por un coronel protonacionalista, Orabi Pacha, a inaugurar la era de los pronunciamientos en el mundo ¨¢rabe en septiembre de 1881, imponiendo un nuevo jefe de gobierno y otras pol¨ªticas que estuvieron en el origen de la intervenci¨®n militar brit¨¢nica en julio de 1882, que inaugur¨® una prolongada ocupaci¨®n, gestionada con mano de hierro por Lord Cromer.
La bancarrota turca en 1875 provoc¨® el p¨¢nico en las Bolsas y tir¨® por los suelos los t¨ªtulos egipcios
Observador de excepci¨®n de lo que estaba ocurriendo en el mundo ¨¢rabe fue el escritor cubano Jos¨¦ Mart¨ª, que encontr¨® parentesco entre las resistencias a la intervenci¨®n europea en el norte de ?frica y la lucha autodeterminadora de los cubanos.
En su art¨ªculo ¡°La revuelta de Egipto¡±, escrito en octubre de 1881 en pleno movimiento nacionalista del coronel Orabi, descrito como ¡°un robusto coronel, dotado de condiciones populares, lleno de esp¨ªritu egipcio, musl¨ªmico e independiente¡±, definir¨¢ as¨ª aquel combate de un pa¨ªs que ¡°quiere entrar a ser due?o de s¨ª¡±: ¡°As¨ª queda el problema: el ancla brit¨¢nica quiere clavarse en los ijares del caballo egipcio: el Cor¨¢n va a librar batalla al Libro Mayor: el esp¨ªritu de comercio intenta ahogar el esp¨ªritu de independencia: el hijo generoso del desierto muerde el l¨¢tigo y quiebra la mano del hijo ego¨ªsta del Viejo Continente¡±.
Mart¨ª describe aquella fiebre imperialista, la que se denomin¨® fase superior del capitalismo, como una ¡°guerra mort¨ªfera contra pueblos decididos a ser libres¡±. La ambici¨®n inglesa de ocupar Egipto (o la francesa de hacerse con el control de T¨²nez) ser¨¢ para ¨¦l ese ¡°pretexto indecoroso con que, como el boa a la paloma, viene desde hace a?os enrosc¨¢ndose sobre el Egipto; el pretexto de que unos ambiciosos que saben lat¨ªn tienen derecho natural de robar su tierra a unos africanos que hablan ¨¢rabe; el pretexto de que la civilizaci¨®n, que es el nombre vulgar con que corre el estado actual del hombre europeo, tiene derecho natural de apoderarse de la tierra ajena perteneciente a la barbarie, que es el nombre que los que desean la tierra ajena dan al Estado actual de todo hombre que no es de Europa o de la Am¨¦rica europea: como si cabeza por cabeza y coraz¨®n por coraz¨®n, valiera m¨¢s un estrujador de irlandeses o un ca?oneador de cipayos que uno de esos prudentes, amorosos y desinteresados ¨¢rabes que sin escarmentar por la derrota o amilanarse ante el n¨²mero, defienden la tierra patria, con la esperanza en Al¨¢, en cada mano una lanza y una pistola entre los dientes¡±.
Algo m¨¢s de un siglo despu¨¦s, con otros ¡°pretextos indecorosos¡±, mercados en vez de civilizaci¨®n, este Mediterr¨¢neo vuelve a cobrar un aire de familia.
Bernab¨¦ L¨®pez Garc¨ªa catedr¨¢tico honorario de historia del Islam contempor¨¢neo de la UAM, es autor de Orientalismo e ideolog¨ªa colonial en el arabismo espa?ol (1840-1917), Universidad de Granada 2011.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.