Regreso al Hafa
Autor invitado: Pablo Cerezal (*)
Cualquier visita a T¨¢nger que de tal se precie debe contener, al menos, una excursi¨®n, breve o reposada (a elecci¨®n del visitante) al Caf¨¦ Hafa.
Tuvo, el autor de estas l¨ªneas, la fortuna de frecuentar dicho local a?os ha, cuando a¨²n enredaban su atm¨®sfera el humo del hach¨ªs y las presencias de aquellos que, en el pasado siglo, dotaron de mitolog¨ªa y literario aliento su espacio intemporal. De hecho fue el citado caf¨¦ hilo conductor y epicentro de la primera novela de mi autor¨ªa que pude ver publicada: Los Cuadernos del Hafa.
El regreso al Hafa, era pues, para un servidor, al contrario de lo que pueda llegar a ser para cualquier viajero que de nuevas lo conozca, una deuda pendiente, una cuenta a saldar.
El Caf¨¦ Hafa se encuentra retrepado al acantilado en que finaliza abruptamente la l¨ªnea modernista del barrio de Marshan, en lo m¨¢s alto de las colinas tangerinas. Hay quien afirma que dicho barrio fue, anta?o, durante la ¨¦poca del Estatuto Internacional, quiz¨¢s el m¨¢s acaudalado de los que poblaban la ciudad. S¨ª aseguramos que fue, al menos, el menos accesible a los oriundos de la villa.
Y, para establecer el preciso contraste, en el a?o 1921, un tal Ba Mohammed decidi¨® abrir las puertas de este desvencijado local, logrando reunir en su interior un nutrido grupo de parroquianos tangerinos animados por el placer de poder contar un local permisivo en cuanto a las m¨¢s preciadas de sus costumbres: la charla deslavazada, el abandono al propio mundo interior, el consumo pausado de hach¨ªs.
El aspecto desastrado del local no fue provocado por el paso del tiempo sino que, ya desde su inauguraci¨®n, los muros parec¨ªan recompuestos a pedazos, sus irregulares terrazas sufr¨ªan de peligrosos declives que obligaban a mirar casi de frente el oc¨¦ano que bat¨ªa fuerzas a sus pies, y sus sillas y mesas parec¨ªan haber sobrevivido, cada una, a un distinto naufragio de basuras y abandonos.
As¨ª sobrevivi¨® el m¨ªsero cafet¨ªn al transcurrir de los a?os. Quiz¨¢s, tal vez, algo m¨¢s desgastado por el efecto del salitre inmediato.
Pero fue la masiva b¨²squeda del sosiego, el exotismo y el exceso, en las lib¨¦rrimas callejas de la T¨¢nger Internacional lo que, contraviniendo las intenciones de Ba Mohammed, convirti¨® el Hafa en el lugar de residencia m¨¢s o menos habitual de los exc¨¦ntricos personajes de la cultura occidental que acabaron dando renombre a sus vistas de la cosa espa?ola, su t¨¦ a la menta, los pastelillos de almendra fabricados en su inmunda cocina, y las piedras de hach¨ªs transportado directamente desde la cordillera del Rif que se hac¨ªan servir all¨ª con cada nueva consumici¨®n. As¨ª fue: la avanzadilla del m¨¢s transgresor Occidente vino a tomar asiento en tan buc¨®lico enclave, durante atardeceres pausados y amaneceres indolentes.
Es de obligaci¨®n remarcar que una de las dependencias del Hafa, la que en mi novela denomino Cuarto de los Veteranos, y en la que culmino minutos de atropellado deseo (yo, o el narrador, ya no recuerdo bien), permaneci¨® durante d¨¦cadas m¨¢s o menos oculta a la vista y presencia de los extranjeros. Velada, como la misteriosa sonrisa de la mujer musulmana en tantas ocasiones. All¨ª s¨®lo permanec¨ªan los ancianos fumadores de kif, desmadejados en desastradas esterillas, acunando el sue?o ebrio del elixir de los dioses. Quiz¨¢s quiso as¨ª, Ba Mohammed, preservar intacta la primordial esencia del caf¨¦, al igual que hacen algunos maridos magreb¨ªes con sus precavidas mujeres, o ellas mismas con su torrencial belleza.
Afuera, en las sillas irregulares y oxidadas que se reparten entre los distintos niveles desde los que se puede contemplar el vuelo de las gaviotas cosiendo la frontera marcada por el oc¨¦ano y la costa gaditana, desvencijaron sus huesos, durante no pocas horas, literatos de la talla de Paul Bowles, Jack Kerouac o William S. Burroughs (tan preciso y precioso en mi novela) o m¨²sicos del calibre de Jimi Hendrix, Brian Jones(tambi¨¦n tan presente en Los Cuadernos del Hafa), o Luis Eduardo Aute, que compuso la m¨¢s bella canci¨®n que pudiese dedicarse a la inmortal atm¨®sfera que no pocos hemos disfrutado en este local magreb¨ª.
Retornar al Hafa, habiendo pasado los a?os, tras haber saboreado el dulzor agreste de su bancarrota y su t¨¦ verde, hoy, es masoquista ejercicio para el so?ador rom¨¢ntico y bienintencionado.
Los tiempos han cambiado y el aura m¨ªtica del cafet¨ªn parece haber devorado su propio pasado glorioso de mendigos, artistas, diplom¨¢ticos y menesterosos.
La puerta de acceso es m¨¢s propia ya de un moderno local de esparcimiento occidental que del l¨²gubre local tangerino que fue. Hay urinarios cuya limpieza desorienta en una ciudad tan invertebrada en su acomodo como lo es la vieja T¨¢nger, y en sus terrazas, ahora milim¨¦tricamente adecentadas y separadas unas de otras, anida la juventud acaudalada de la zona, mientras la so?adora y paup¨¦rrima de anta?o descansa sus frustraciones entre las monol¨ªticas tumbas fenicias que s¨ª permanecen victoriosas al paso del tiempo unos metros antes de llegar al Hafa, siguiendo la l¨ªnea del acantilado.
Ya no retozan, las terrazas del Hafa, colina abajo hasta despe?arse contra la marea feroz de pateras y basuras del Atl¨¢ntico. Un paseo erigido con pretensi¨®n de marsellesacorniche ha ganado terreno al vaiv¨¦n oscuro del oc¨¦ano y la inmigraci¨®n ilegal, mordisqueando, de paso, el vuelo de felpa de las gaviotas.
Aquel cuartucho que so?¨¦ reducto de veteranos fumadores de kif ha borrado las huellas de amorosos encuentros e interestelares viajes al son de las carcajadas huecas dej¨®venes maleantes que cierran negocios turbios y tararea hip-hop.
Dudo incluso de que se puedan pedir 5 dirhmas de hach¨ªs al avejentado camarero, como anta?o. Prefiero no preguntarlo por no hacer m¨¢s palpable la derrota, pero la atm¨®sfera limpia y el aroma de azahar me sugieren que equivoco mis deducciones.
Acariciaba la posibilidad, antes de cruzar su puerta, de reencontrarme con el pasado. Una vez cubierto el expediente, culminada la peregrinaci¨®n y consumada la decepci¨®n ante el mercantil rumbo que los tiempos han impuesto al anta?o memorable lugar, s¨®lo pude tomar una foto que me hiciese recordar que el pasado y el presente, a¨²n a costa de los cambios acaecidos, segu¨ªa jugando en las terrazas del Hafa y podr¨ªa ser para venideros visitantes, a¨²n, f¨¢brica de ensue?os.
Creo que, al fin y al cabo, con cada viaje cargamos en la mochila, am¨¦n de ropa usada y cachivaches inservibles para los objetivos del periplo, un buen pu?ado de sue?os. De nosotros depender¨¢ cumplimentarlos o desbaratarlos, porque los sue?os, como la literatura, no son m¨¢s que ficci¨®n que se pretende realidad, o realidad que se sue?a ficci¨®n. As¨ª con mi novela, as¨ª con el Hafa, tal cual con T¨¢nger y sus rincones.
No negar¨¦ por tanto que, como el paseo por la Medina tangerina que coment¨¢bamos hace unos d¨ªas, la visita al Hafa, todav¨ªa, admite tantas sensaciones como viajeros entren en ¨¦l. Me ser¨ªa m¨¢s f¨¢cil negar los sue?os que, hace ya demasiados a?os, me condujeron a sus terrazas de salitre y desvar¨ªo.
Por tanto, a pesar de todo, no dejo de recomendar al menos una visita a este lugar en que las coordenadas geogr¨¢ficas pasan a ser ¨²nicamente un estado de ¨¢nimo. ?Inshallah!
(*) Pablo Cerezal, escritor, viajero, colaborador en distintas ONG y profundo conocedor de Marruecos. Acaba de publicar su primera novela, Los Cuadernos del Hafa, cuya fascinante historia transcurre en el pa¨ªs vecino, y mantiene activo el blog Postales desde el Hafa, as¨ª como colaboraciones literarias y de cr¨ªtica cinematogr¨¢fica en diversos medios online.
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