Fratricidio sirio
Hace apenas dos a?os, cuando uno se adentraba en la ciudad antigua de Damasco, y deambulaba por sus calles, sin duda alguna ten¨ªa la sensaci¨®n de que el tiempo se hab¨ªa detenido. Los artesanos segu¨ªan elaborando manualmente sus productos. Era posible ver c¨®mo soplaban el cristal; era posible observar c¨®mo las manos de un anciano trabajaban la madera o c¨®mo ¡°dibujaban¡± letras del alfabeto ¨¢rabe sobre una placa de m¨¢rmol que posteriormente servir¨ªa de l¨¢pida.
Ahora, de todo aquello han quedado solo vagos recuerdos. Las manos que ayer trabajaban en la artesan¨ªa, hoy empu?an un arma. Ya apenas se fabrican l¨¢pidas, puesto que no habr¨ªa manos suficientes para construir las losas que cubrieran los numerosos cuerpos sin vida de los sirios. La calma y la convivencia en paz que antes impregnaban el ambiente de Damasco, se transforma hoy d¨ªa en una compleja situaci¨®n de violencia, revoluci¨®n, inseguridad y terrorismo, perpetrado por agentes de diferentes ideolog¨ªas y credos religiosos.
Cuenta la leyenda que el d¨ªa del juicio final, Jes¨²s descender¨¢ del cielo y desde lo m¨¢s alto del minarete de la gran Mezquita de los Omeyas de Damasco, proclamar¨¢ el advenimiento del reino de los cielos y el fin del mundo tal y como lo conocemos. Para muchos sirios, el fin del mundo ha comenzado hace ya m¨¢s de un a?o. R¨ªos de color p¨²rpura ti?en el suelo de m¨¢rmol de una de las mezquitas m¨¢s bellas del planeta. ?Cu¨¢nta sangre m¨¢s ha de ser derramada para conseguir la tan ansiada libertad?¡ª Rodrigo Isasi Arce.
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