?Solidaridad natural?
El ego¨ªsmo puro destruye a los que nos rodean, y nuestra felicidad depende de ellos
A la poblaci¨®n de los Estados europeos se le pide sin cesar que acuda en ayuda de quienes est¨¢n a¨²n peor, ya sean v¨ªctimas de desastres naturales, o de guerras civiles e internacionales, o del abandono de sus dirigentes. ?Pero d¨®nde encontrar razones para auxiliar a los dem¨¢s y, por tanto, aceptar los sacrificios?
Primera respuesta que sugiero: en la moral. La gran tesis de las religiones monote¨ªstas, recuperada por la mayor¨ªa de las corrientes filos¨®ficas, es que la naturaleza humana es perversa; si el hombre fuera virtuoso desde el principio, ?para qu¨¦ ¨ªbamos a molestarnos con tener un dios? Seg¨²n esta perspectiva, la moral es una adquisici¨®n tard¨ªa y artificial; el comportamiento de los animales es obligatoriamente feroz, y el progreso de la humanidad consiste en librarnos de nuestra condici¨®n animal. Sin l¨ªmites, control ni educaci¨®n, los seres humanos se comportan de forma puramente ego¨ªsta, son agresores sin escr¨²pulos, dedicados durante toda su vida a la lucha por mejorar su posici¨®n.
Esta oposici¨®n entre naturaleza y moral, realidad y voluntad, entra?a un riesgo: que renunciemos a construir un dique para contener nuestros deseos y nos conformemos, en cambio, con lo que la ciencia nos ense?a sobre la naturaleza del mundo. Los defensores de esta opci¨®n creyeron tener un firme apoyo en las teor¨ªas de Darwin y sus disc¨ªpulos sobre la evoluci¨®n de las especies. Si, para mejorar la especie, los dem¨¢s animales eliminan a los d¨¦biles y defectuosos, ?no deber¨ªamos proceder de la misma manera en el caso de los seres humanos? Durante las primeras d¨¦cadas del siglo XX, numerosos pa¨ªses occidentales (Estados Unidos, Canad¨¢, pa¨ªses escandinavos) votaron leyes eugen¨¦sicas y llevaron a cabo esterilizaciones forzosas. La Alemania nazi adopt¨® una pol¨ªtica de exterminaci¨®n de personas y razas consideradas inferiores. En nuestros d¨ªas trasladamos esos mismos principios a otros terrenos: si competir es la verdadera expresi¨®n de la vida, dicen los te¨®ricos del neoliberalismo, la mejor sociedad es la que deja rienda suelta a la competencia y el mercado libre de cualquier restricci¨®n. En realidad, la posici¨®n de Darwin es mucho m¨¢s compleja. Despu¨¦s de renunciar de forma categ¨®rica a toda idea de proyecto divino y, por tanto, de progreso, ya sea el de la Providencia o el de la historia, Darwin insiste en que la diferencia entre los animales y los humanos es una diferencia de grado, no de naturaleza. Los fundamentos de la moral tambi¨¦n est¨¢n presentes en las dem¨¢s especies. Y desde hace varios decenios, unos innovadores trabajos realizados por primat¨®logos, especialistas en la prehistoria y antrop¨®logos que investigan a poblaciones de cazadores y recolectores han comprobado la presencia, en los or¨ªgenes de la especie humana, de unas actitudes de compasi¨®n y cooperaci¨®n sin las que nuestros ancestros no habr¨ªan podido sobrevivir.
Al mismo tiempo, basta mirar alrededor para ver que las relaciones humanas no se rigen solo por la cooperaci¨®n generosa. La naturaleza no nos obliga a pelear todos contra todos, pero tampoco a mostrar una buena voluntad sistem¨¢tica. El buen salvaje es tan imaginario como el salvaje malo. Los dos tipos de comportamiento tienen su origen en nuestra naturaleza animal, pero el predominio de uno u otro depende de las circunstancias. El error consiste, ante todo, en ignorar uno en detrimento del otro. Ocurre aqu¨ª como con la eterna disputa entre lo innato y lo adquirido, lo dado y lo buscado: aferrarse a uno de los t¨¦rminos para excluir el otro puede tener consecuencias desastrosas. A la idea nazi de que las personas se reducen a su herencia biol¨®gica corresponde la convicci¨®n bolchevique de que la voluntad no tiene l¨ªmites y que, tanto con las plantas como con los seres humanos, siempre se puede lograr el resultado deseado. As¨ª es como Rusia se cubri¨® de una red de campos en los que se supon¨ªa que se reeducaba a la poblaci¨®n.
El llamamiento a la moral natural no siempre basta para superar nuestro ego¨ªsmo
Las reacciones morales de compasi¨®n y cooperaci¨®n dependen en particular de tres variables: el grado de proximidad entre el bienhechor y el beneficiario; el lugar que ocupa la v¨ªctima en la escala de poder; la gravedad del desastre. La ayuda mutua es evidente entre familiares pr¨®ximos, est¨¢ consagrada en la ley entre conciudadanos (solidaridad con los jubilados y enfermos) y est¨¢ presente pero es problem¨¢tica entre los pa¨ªses de la Uni¨®n Europea; en cuanto al resto de la humanidad, solo figura en caso de una desgracia inmensa, como un tsunami o un genocidio, o cuando se trata de v¨ªctimas impotentes, por ejemplo ni?os. Por otro lado, la ca¨ªda de los que eran poderosos, en lugar de despertar compasi¨®n, suele suscitar en la mayor¨ªa de nosotros una especie de j¨²bilo, como si se hubiera restablecido el orden en el mundo. Los hombres-hormigas no se compadecen de la desgracia de los hombres-cigarras, a los que consideran responsables de su propio destino.
El llamamiento a la moral natural no siempre basta para superar nuestro ego¨ªsmo. Tambi¨¦n puede intervenir la raz¨®n para demostrarnos que la b¨²squeda del inter¨¦s inmediato impide defender nuestros intereses a largo plazo. El ego¨ªsmo puro destruye a los que nos rodean, y nuestra felicidad depende de ellos: necesitamos que nos quieran, como necesitamos amar.
Tzvetan Todorov es semi¨®logo, fil¨®sofo e historiador de origen b¨²lgaro y nacionalidad francesa.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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