Nuevos c¨®digos

Un caso menor de cierta repercusi¨®n medi¨¢tica ¡ªel rumor, adem¨¢s desmentido, de una demanda de Bruce Willis contra Apple¡ª ha puesto en conocimiento del gran p¨²blico una realidad que supone un trascendental cambio de paradigma. La adquisici¨®n de archivos digitales no da derecho a su propiedad hasta el punto de poder legar la biblioteca digital. En realidad, el usuario de esos archivos viene a ser solo el usufructuario de esos bienes y, por tanto, su disfrute se extingue con su muerte. Es una condici¨®n que recogen los largos contratos que exigen las grandes firmas de Internet, como la propia Apple o Amazon, pero que rara vez el usuario se detiene a analizar.

La trascendencia de este asunto reside en que tales c¨®digos est¨¢n imponiendo una nueva forma de concebir el mercado de las obras culturales. En la era digital, seg¨²n la tendencia, los contenidos nunca son propiedad del usuario final que los paga; solo lo posee ¡ªpodr¨ªa decirse¡ª en alquiler. Dejar en herencia discos y libros, bienes por otra parte a los que solo cierta ¨¦lite social otorgaba un valor, empieza a ser cosa del pasado. Es un c¨®digo que parecen entender bien los nativos digitales, pero que a sus mayores les cuesta asimilar. Prueba de ello es el desconocimiento sobre los t¨¦rminos de unos contratos que ellos mismos han firmado.

La nueva cultura exige, probablemente, adaptarse sin remedio a la nueva estructura y un cambio de modelo respecto a los derechos de autor. La facilidad para copiar y diseminar archivos digitales exactamente iguales a los originales aconseja, probablemente, nuevos modos de comercializaci¨®n. Lo que resulta m¨¢s inquietante es la capacidad de un peque?o pu?ado de empresas que act¨²a en pr¨¢ctico monopolio a escala mundial no solo para imponer sus condiciones fuera de las fronteras nacionales donde se radican ¡ªEstados Unidos, fundamentalmente¡ª, sino tambi¨¦n para reservarse el derecho de controlar y manipular esas bibliotecas por las que el usuario ha pagado. Las restricciones impuestas por esas firmas en cuanto al n¨²mero de copias permitidas, por ejemplo, y esa sorprendente facilidad t¨¦cnica mediante la cual una de esas compa?¨ªas puede introducirse en el almac¨¦n del usuario para retirar una obra, es una amenaza a la intimidad y deja al consumidor sin apenas derechos sobre lo que adquiri¨® e, incluso, sobre sus propias comunicaciones, como ocurre, de hecho, en las redes sociales.

Las nuevas tecnolog¨ªas empiezan a ser una poderosa herramienta para controlar la difusi¨®n ilegal de contenidos culturales. Ya nadie cree en Internet como un entorno en el que impera la libertad y la gratuidad. Al contrario. De ah¨ª que sea imprescindible el desarrollo de pol¨ªticas atentas a los cambios que, al tiempo de mantener el adecuado marco de seguridad jur¨ªdica para las empresas tecnol¨®gicas y los derechos de autor, defiendan los de los consumidores frente a posibles abusos. En este lado del Atl¨¢ntico, es una batalla que debe liderar la Uni¨®n Europea.