La familia Urdangarin va de viaje
Hay espa?oles decentes que, por principios, no quieren a un Monarca en la jefatura del Estado. Pero tambi¨¦n existen nihilistas de extrema derecha deseosos de acabar con un sistema que ha funcionado bien casi 40 a?os
Los viajeros est¨¢bamos todos acomodados, y el vuelo parec¨ªa a punto de cerrarse cuando hubo un revuelo. Hab¨ªan entrado discretamente unos pasajeros, pero como eran tan altos (cada uno en su proporci¨®n) y tan conocidos, nadie pudo evitar mirarles curiosamente. Primero se sent¨® la infanta Cristina, en butaca de ventanilla, pasaron a continuaci¨®n los cuatro ni?os, que ocupaban asientos en la primera fila de la clase turista, y por ¨²ltimo, despu¨¦s del breve ojeo de dos comedidos escoltas, el padre de familia, muy desmejorado de aspecto. ¡°Est¨¢ en los huesos¡±, dijo la se?ora, tal vez canaria, que se sentaba detr¨¢s de m¨ª. Despeg¨® al fin el vuelo del puente a¨¦reo Madrid-Barcelona de las 18 horas del pasado domingo 16, y el marido de la se?ora tal vez canaria, con su voz alta y menos melosa, nos lo aclar¨® a los ignorantes sentados a su alrededor: ¡°Estos vuelven del cumplea?os de Letizia¡±.
No hubo prerrogativas regias durante el vuelo de Iberia, que dur¨® rigurosamente una hora. Sentado ¨¦l junto al pasillo en la fila anterior a la m¨ªa, y al otro lado, era imposible, incluso cuando la curiosidad inicial se hab¨ªa disipado entre las nubes, dejar de ver la corpulenta y demacrada figura del duque de Palma haciendo lo que se hace en estas ocasiones a¨¦reas tan gratamente exentas de la tremolina de los tel¨¦fonos m¨®viles: hablar en voz queda, leer, dormir, tal vez so?ar. Don I?aki convers¨® tenuemente con su mujer, repas¨® las p¨¢ginas de un cuaderno en el que tom¨® notas, y, como yo mismo un rato antes, cay¨® en una siesta reparadora. Reparadoras son, a mi juicio de gran dormil¨®n en situaciones desacostumbradas, todas las cabezadas que uno da fuera del lecho y las horas prescritas, pero aquella tarde pens¨¦ que esos minutos de sue?o ser¨ªan especialmente lenitivos para quien quiz¨¢ no lo concilie con facilidad al acostarse de noche. Y entonces se produjo el peque?o romance familiar.
La ni?a y el segundo de los ni?os Urdangarin se acercaron a la fila de los padres y se los encontraron adormecidos (aunque yo a la Infanta no la distingu¨ªa desde mi asiento). Los dos hermanos se miraron entre s¨ª, con cara de perplejos al principio y de pilluelos a rengl¨®n seguido. El ni?o le sopl¨® en una oreja a su padre, que no despertaba, y la peque?a dudaba entre no interrumpir el descanso paterno y no perder la ocasi¨®n ¡ªhabiendo conseguido zafarse del escolta infantil¡ª de travesear un poco con los pap¨¢s. Fue ella quien opt¨® por un despertar sin soplo en la cara ni zarandeo del brazo; se empin¨® sobre sus pies y le dio un beso al padre en la mejilla. Yo, que no tengo hijos y odio ser despertado en esas dormiciones extempor¨¢neas que tan bien me sientan, apreci¨¦ la buena disposici¨®n del despertado, y volv¨ª al libro que llevaba entre manos.
A la llegada al aeropuerto de El Prat, y puesto que la Infanta y su marido viajaban en la primera fila de la cabina, el desembarco del avi¨®n, tra¨ªdos prestamente los cuatro ni?os, con sus mochilitas individuales, hasta la puerta de salida, se hizo de nuevo con rapidez y discreci¨®n, aunque tanto la se?ora tal vez canaria y su marido, as¨ª como yo mismo, que desembarcamos despu¨¦s de ellos, pudimos ver que los Urdangarin bajaban directamente a la pista de cemento por la escalera auxiliar, al pie de la cual les esperaba una peque?a furgoneta de transporte y un veh¨ªculo de la Guardia Civil; el sargento que vigilaba la operaci¨®n salud¨® militarmente a la Infanta cuando pas¨® frente a ¨¦l, y ya no pude ver, al avanzar por la pasarela del finger, s¨ª hubo saludo reglamentario al c¨®nyuge.
La Casa Real espa?ola es titular de un poder simb¨®lico de gran utilidad para el pueblo
Nunca he sido un adepto del ismo de la Monarqu¨ªa, que, como todas las construcciones de fondo sobrenatural y forma dogm¨¢tica, es ajeno a mi temperamento. El monarquismo, sin embargo, no me inspira el rechazo visceral que muchos amigos y otras gentes de lo m¨¢s respetable profesan; hist¨®ricamente siento por ¨¦l la misma indiferencia que por el anabaptismo o, por poner otro caso extremo, el realismo socialista. Ese desapego no impide el reconocimiento de sus logros. Y as¨ª como al ateo m¨¢s recalcitrante le resulta posible disfrutar trascendentalmente de las realizaciones pict¨®ricas, literarias o arquitect¨®nicas suscitadas por la teolog¨ªa de cualquier religi¨®n de cuya fe y ortodoxia reniega, los individuos concretos que ocupan tronos y llevan coronas que nadie o nada ¡ªsalvo un dios indocumentado o una componenda ancestral¡ª les ha otorgado, pueden ser sujetos titulares de un poder simb¨®lico de gran utilidad pol¨ªtica para sus pueblos. Ese es en mi opini¨®n el caso de la Casa Real espa?ola desde su restauraci¨®n (tan an¨®mala en principio) de 1975.
No voy a repasar, por demasiado patentes, los errores de bulto cometidos en los ¨²ltimos tiempos por el Rey, y por la Reina tambi¨¦n (?o se olvidan las palabras de tinte hom¨®fobo de do?a Sof¨ªa, nunca formalmente desautorizadas, en el infausto libro de Pilar Urbano?). La Casa del Rey parece estar ahora poniendo orden dom¨¦stico y doctrinal en asuntos que nos conciernen a todos, y eso, si queda sometido al escrutinio y el disentimiento de la ciudadan¨ªa, es positivo. Pero ah¨ª est¨¢ candente y pendiente el llamado caso N¨®os, coincidiendo con un esp¨ªritu popular de indignaci¨®n y revuelta no solo frente a las medidas de recorte social que dicta el Gobierno (o a ¨¦l le dictan desde el norte de Europa) sino tambi¨¦n contra todo privilegio, todo gasto injustificado y todo asomo de corrupci¨®n.
Don I?aki Urdangarin es, por el momento, el imputado de un delito grave y escandaloso, y el marido de la hija del jefe del Estado. A ella y a su descendencia, mientras el curso procesal no sufra alteraciones, se le deben los miramientos propios de su rango; el saludo militar de la Guardia Civil, por decir algo de poca monta. Resulta sin embargo fundamental que la Corona, que es una instituci¨®n sostenida, dentro de los pa¨ªses democr¨¢ticos, sobre un pacto simb¨®lico, extreme en los pr¨®ximos meses el cuidado del s¨ªmbolo. Inaceptable ser¨ªa, por ejemplo, que pudiera repetirse lo que sucedi¨® el pasado febrero cuando el se?or Urdangarin compareci¨® en los juzgados de Palma, y el matrimonio, ¡°por razones de seguridad¡±, se aloj¨® en un ala del palacio de Marivent, que es un territorio que no pertenece a la familia Borb¨®n sino al pueblo espa?ol. La seguridad, comprensible, del imputado y sus allegados la debe sufragar en estas circunstancias el propio interesado, sea su coste el que sea.
El 'caso Noos' coincide con un esp¨ªritu de indignaci¨®n contra todo privilegio y corrupci¨®n
Porque no hay que olvidar que, al lado de los much¨ªsimos espa?oles decentes que, por principios, no quisieran tener a un Monarca en la jefatura del Estado, hay otros, nihilistas de extrema derecha los llamar¨ªa yo, que pretenden acabar con el sistema que ha funcionado bien casi 40 a?os y con la persona que, en sus luces y sombras, lo ha encarnado satisfactoriamente.
Aquella tarde del puente a¨¦reo a Barcelona, antes de despegar, tuve tiempo de leer en El Mundo el extenso reportaje en el que m¨¢s de 30 ¡°personalidades de la vida social¡± opinaban sobre la nueva p¨¢gina web de la Casa del Rey y el tratamiento que en ella se le ha dado a Urdangarin. Me llam¨® la atenci¨®n que Federico Jim¨¦nez Losantos, con su inimitable estilo, expusiera en su respuesta lo que, me dicen los taxistas y alg¨²n amigo de manga radiof¨®nica muy ancha, repite machaconamente en sus emisiones. Cito una de sus frases m¨¢s tibias del reportaje: ¡°El Pr¨ªncipe ha perdido y el Rey est¨¢ al lado del ladr¨®n de su casa¡±. Todos esperamos que se haga justicia, sin paliativos, en la resoluci¨®n del caso N¨®os. Para restituir, para dar ejemplo y para castigar, si lo que la mayor¨ªa de la gente anticipa en la calle coincide con el dictamen de los jueces. Pero tambi¨¦n para evitar que los rufianes de toda ¨ªndole extiendan la sospecha de que no hay en nuestra sociedad morada para el justo, y ning¨²n despacho bancario, mesa parlamentaria o palacio real libre de latrocinio.
Vicente Molina Foix es escritor.
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