Continente salvaje
La Comunidad Europea contribuy¨® a que Europa abandonara a?os de brutalidad
Si a alguien le queda alguna duda sobre los merecimientos de la Uni¨®n Europea para recibir el Premio Nobel de la Paz, se desvanecer¨¢n r¨¢pidamente con la lectura, e incluso con una hojeada, del libro del historiador brit¨¢nico Keith Lowe que lleva por t¨ªtulo Continente salvaje. Apareci¨® a principios de a?o en ingl¨¦s y ahora llega en traducci¨®n espa?ola (Galaxia Gutemberg), con una frase de arranque que no tiene desperdicio: ¡°Imaginemos un mundo sin instituciones¡±. As¨ª qued¨® Europa tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, y as¨ª sobrevivi¨® durante tres o cuatro a?os, en un interregno ca¨®tico y hobbesiano, justo antes de que empezara el alumbramiento de las instituciones europeas.
?La victoria de los Aliados no fue el final de una pesadilla y el principio de una nueva etapa, sino que hubo un breve aunque peligroso periodo en el que el continente se sumi¨® en el caos, con pillaje, vandalismo, guerras civiles y traslados y expulsiones de poblaciones en un paisaje de ciudades destruidas y de campos y bosques asolados. Faltaban entre 35 y 40 millones de personas, civiles y militares muertos en la guerra. Centenares de ciudades se hallaban en ruinas, con sus cinturones industriales arrasados y sus hinterlands agr¨ªcolas yermos. Seg¨²n Lowe, ¡°la historia de la posguerra no es por lo tanto una de reconstrucci¨®n y rehabilitaci¨®n, sino de la ca¨ªda en la anarqu¨ªa¡±, en la que las venganzas pol¨ªticas y personales est¨¢n al orden del d¨ªa y el odio ocupa un lugar central en las relaciones sociales.
Ahora la UE no tiene ni siquiera alguien aut¨¦nticamente autorizado para recibir el premio
La UE no fue ni siquiera la ¨²nica instituci¨®n nacida de las cenizas de la guerra con m¨¦ritos en la recuperaci¨®n de la paz y de las instituciones, aunque, a criterio del Parlamento noruego que otorga el premio, s¨ª la que m¨¢s lo merece. Tanto la Alianza Atl¨¢ntica como el Consejo de Europa, ambos de 1949, son algo anteriores al impulso que condujo primero a la creaci¨®n de la Comunidad Europea del Carb¨®n y del Acero en 1950 y ya en 1957 al Tratado de Roma que instituy¨® la primera Comunidad Europea de seis miembros; y algo habr¨¢n hecho ambas para sacar al continente del salvajismo en que cay¨® postrado como resultado de la guerra. Pero, ciertamente, la instituci¨®n m¨¢s pol¨ªtica y vinculada al ciudadano es la UE, que no apareci¨® en sus actuales siglas hasta la entrada en vigor del Tratado de Maastricht en 1993.
De aquella ¨¦poca es el chiste atribuido a Henry Kissinger y desmentido por el propio exsecretario de Estado de que Europa no ten¨ªa un n¨²mero de tel¨¦fono adonde llamar en caso de crisis. No lo resolvi¨® Maastricht. Tampoco el reciente Tratado de Lisboa. Ahora, ante el actual overbooking de altos cargos, la UE no tiene ni siquiera alguien aut¨¦nticamente autorizado para recibir el premio y pronunciar un discurso en su nombre en el que recordar el continente salvaje del que salimos y al que jam¨¢s debemos regresar.
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