Los momentos m¨¢s canallas de Rod Stewart
El cantante presenta una autobiografia plagada de an¨¦cdotas jugosas y escrita con el ingenio que le coron¨® como el m¨²sico m¨¢s ocurrente de finales de los sesenta

J.K Rowling puede ir aceptando la derrota. La autobiograf¨ªa de Rod Stewart, publicada este mes en Gran Breta?a, va camino de convertirse en el fen¨®meno editorial del a?o. En la estela del ¨¦xito de la biograf¨ªa de Keith Richards, el cantante ha sacado a la venta Rod: The autobiography? unos recuerdos repletos de sexo, drogas, rock and roll, infidelidades y an¨¦cdotas jugosas. A los 67 a?os, este padre de ocho hijos y abuelo de un nieto retiene la gracia narrativa y el ingenio que le ganaron la fama como el m¨²sico m¨¢s ocurrente de finales de los sesenta. ¡°La reina y yo tenemos una cosa en com¨²n¡± bromea ¡°el mismo peinado durante 45 a?os¡±
Una de las an¨¦cdotas m¨¢s comentadas del libro relata el intercambio de regalos durante su larga amistad con Elton John. Unas navidades, Stewart regal¨® a su amigo una nevera port¨¢til y este le correspondi¨® con un Rembrandt. Elton no olvid¨® la c¨¦lebre cicater¨ªa de Stewart y con ocasi¨®n de la boda de este con Rachel Hunter le envi¨® un vale por el equivalente 12 euros de una droguer¨ªa, con la nota: ¡°C¨®mprate algo para la casa¡±
Su carrera empez¨® con otro regalo, el que le hizo su padre en su 15 cumplea?os. Stewart esperaba un tren en miniatura, pero recibi¨® una guitarra espa?ola que aprendi¨® a tocar en el patio del colegio. Con las mujeres, especialmente las rubias, nunca tuvo problemas. De adolescente, llevaba a pasear a las chicas por las calles m¨¢s exclusivas del norte de Londres, se deten¨ªa en una de las mansiones con coches aparcados en la entrada y fing¨ªa que esa noche su padre recib¨ªa y no era posible llevarla dentro. Muchas se marchaban impresionadas: ¡°Juro que esta treta funcion¨® m¨¢s veces de las imaginables.¡±
Sus ardides en el juego de la seducci¨®n fueron evolucionando. En 1990, seis a?os despu¨¦s de que se rompiese su tumultuoso matrimonio con Alana Hamilton conoci¨® a Rachel Hunter que por entonces protagonizaba v¨ªdeos de aerobic. ¡°Pens¨¦ que hab¨ªa visto a una diosa¡±, confiesa. En lugar de su habitual frase para ligar ¡°Cari?o ?Qu¨¦ llevas en ese bolso?¡±, replic¨® algunos de los ejercicios de la cinta de Hunter. La diferencia de edad de m¨¢s de dos d¨¦cadas termin¨® pesando a la entonces veintea?era Hunter y pidi¨® el divorcio.
El excantante de The Faces que hab¨ªa sido totalmente fiel a Hunter se desmoron¨®: ¡°Sufr¨ª una especie de fiebre rom¨¢ntica decimon¨®nica¡± Perdi¨® peso, pas¨® d¨ªas tiritando en el sof¨¢ y para superar el mal de amores practic¨® yoga y recibi¨® terapia, una vulnerabilidad que pocos rockeros veteranos admitir¨ªan. Hoy est¨¢ felizmente casado con su tercera esposa Penny Lancaster 210a la que conoci¨® cuando ella le pidi¨® un aut¨®grafo. A pesar de todo recuerda con gusto sus momentos m¨¢s canallas.
Como admite, Stewart nunca crey¨® que ¡°ser una estrella de rock no era algo por lo que ten¨ªa que pedir disculpas¡± y el hedonismo sin complejos era condici¨®n indispensable en el trabajo. Cuando todav¨ªa estaba casado con Alana Hamilton, se las arregl¨® para quedar con las modelos Kelly Emberg y Kara Meyers a la vez, alternando las citas en una misma noche. Termin¨® estableciendo una relaci¨®n con Emberg, pero le fue infiel con la actriz Kelly LeBrock, protagonista de La mujer de rojo, que seg¨²n Stewart le mandaba a la ducha antes de mantener relaciones. Emberg supo de la infidelidad en un restaurante cuando mediante un camarero LeBrock envi¨® a Stewart una nota con la frase: ¡°Te echo de menos¡±
En las p¨¢ginas del libro tampoco faltan las noches en las que llevaba a sus conquistas a la habitaci¨®n que compart¨ªa con su amigo Ronnie Wood: ¡°Mirando atr¨¢s, cualquier groupie relacionada con Woodie o conmigo necesitaba, francamente, la paciencia de un santo. Nos lo pas¨¢bamos mejor entre nosotros que con ellas¡±, confiesa.
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