Inquietantes razones contra la huelga
Pueden discutirse sus objetivos o sus posibilidades de ¨¦xito. Incluso el papel de los sindicatos. Pero no puede ignorarse la voz de los ciudadanos: pidieron una respuesta a la crisis que tuviera en cuenta a los m¨¢s d¨¦biles
Confieso que ten¨ªa dudas a la hora de sumarme a la huelga general. Me las disiparon las cr¨ªticas de los conservadores. En su mayor¨ªa no se refer¨ªan al contenido de la huelga, a la justicia de las denuncias o de las reclamaciones, sino a la idea misma de la huelga general. Algo bastante serio. De modo que, por lo que pueda venir, no est¨¢ de m¨¢s diseccionarlas. Al menos tres de ellas.
La primera criticaba sus motivaciones: era ¡°pol¨ªtica¡±, con un objetivo difuso y, por ello, ¡°condenada al fracaso¡±. El argumento, de entrada, asume una l¨ªnea de demarcaci¨®n entre causas justificadas, las econ¨®micas, y no justificadas, las pol¨ªticas. Un trazo menos claro de lo que parece. Un plan de austeridad que rebaja los salarios de funcionarios, establece pagos por visita m¨¦dica o abarata el despido afecta a la capacidad adquisitiva, a ¡°la econom¨ªa¡±. Dicho esto, es indiscutible que la huelga ten¨ªa un objetivo pol¨ªtico. No es un drama. Que tuviera un objetivo pol¨ªtico no quiere decir que pretendiera cambiar el sistema pol¨ªtico. No se cuestionaba la legitimidad del Gobierno ni se pretend¨ªa sustituir un proceso electoral. Se ped¨ªa una respuesta a la crisis que tuviera en cuenta intereses f¨¢cilmente ignorados. No hay que olvidar que la pol¨ªtica es poder y los gobiernos acostumbran a actuar por la l¨ªnea de menor resistencia. Si uno no se queja, nadie le har¨¢ caso. Para algunos conseguir la atenci¨®n es tan sencillo como contar su vida. Una gran empresa, a la vista de la legislaci¨®n laboral o ambiental, puede avisar a un ministro que est¨¢ pensando marcharse o no venir. El Gobierno, razonablemente, tendr¨¢ en cuenta esa opini¨®n. Otros lo tienen m¨¢s complicado.
Las quejas ten¨ªan que llegar al Gobierno o, m¨¢s exactamente, a quien puede hacer que las cosas cambien. Porque era pol¨ªtica ten¨ªa que ser ¡°general¡±. De hecho, la protesta era europea. S¨®lo que se quejaron m¨¢s quienes peor est¨¢n, los que soportan las medidas m¨¢s radicales. Un mensaje, por cierto, que el Gobierno no ten¨ªa por qu¨¦ recibir con aspavientos: tambi¨¦n ¨¦l trata de decir a qui¨¦n realmente manda que no todo es posible. Es as¨ª como se pueden conseguir las cosas. Porque no todas las huelgas generales acaban en fracaso. Recuerden la historia del ¡°decretazo¡± de Aznar.
El segundo argumento criticaba la coerci¨®n. En dos planos. Por una parte, la huelga como tal, supondr¨ªa una coacci¨®n al gobierno y, sobre todo, a quienes ven complicadas sus actividades, sus compras o sus desplazamientos. Esto, en rigor, no es un argumento, sino una tautolog¨ªa. Una huelga, por definici¨®n, es una acci¨®n que, mediante la presi¨®n, aspira a conseguir cierto objetivo. Si la huelga no fuera coactiva no ser¨ªa huelga. En todo caso, se tratar¨ªa de discutir si es una coacci¨®n leg¨ªtima o no. Cuando, con alegre frivolidad, se equipara las huelgas a ¡°chantajes¡±, ¡°amenazas¡± o ¡°extorsiones¡± se busca avecinar lo que es un derecho a un delito. Si ese l¨¦xico vale, tambi¨¦n deber¨ªamos aplicarlo a las empresas que llaman al ministro y le cuentan sus planes.
Si uno no se queja, nadie le har¨¢ caso. Conseguir la atenci¨®n, para algunos, es poder contar su vida
Por otra parte, los piquetes ¡ªse nos dice¡ª- traicionar¨ªan su supuesta funci¨®n ¡°informativa¡± y actuar¨ªan como g¨¢nsteres que limitan ¡°el derecho al trabajo¡±. Una afirmaci¨®n con algunos problemas. El menor, la manipulaci¨®n de la expresi¨®n ¡°derecho al trabajo¡±, que se confirma al leer el art¨ªculo 35 de la Constituci¨®n. El b¨¢sico, una aclaraci¨®n de primero de teor¨ªa social, al menos desde Mancur Olson, que permite deslindar a la mafia de las comunidades de vecinos: cuando una acci¨®n colectiva se toma por acuerdo es razonable ¡ªy el ¨²nico modo de asegurar su ¨¦xito¡ª penalizar al free rider, a quien se salta lo convenido para obtener beneficios privados sin asumir los costes de su consecuci¨®n. De modo m¨¢s o menos institucionalizado as¨ª sucede con los acuerdos pesqueros o ambientales entre pa¨ªses o con las estigmatizaciones informales de vecinos o colegas ante gorrones y par¨¢sitos.
Pero vayamos al n¨²cleo del argumento. Viene a decir que, en tiempos tan informados, los piquetes resultan innecesarios, que, en realidad, se limitan a amenazar. Y s¨ª, sobran las im¨¢genes de piquetes ¡°informativos¡± oficiando como mafiosos. Ahora bien, hay m¨¢s vida que la que se graba o se puede grabar en un v¨ªdeo. Hay amenazas laborales que se transmiten a diario sin dejar huella y que no forman parte de las condiciones del contrato. Quienes tengan dudas que busquen en la red el documento 14NsinMiedo. Encontrar¨¢n centenares de amenazas a potenciales huelguistas: despidos, improbables ascensos a quienes ¡°se signifiquen¡±, contratos que no se renovar¨¢n, entrevistas personales ¡°a ver qu¨¦ piensan¡± en el despacho del jefe, horas de trabajo que deber¨¢n recuperar y otros procederes menos ingeniosos. Por supuesto, muchas amenazas carecen de base legal, pero no est¨¢ de m¨¢s que alguien se lo recuerde a los trabajadores. En realidad, ante tales situaciones de indefensi¨®n, la presencia del piquete puede allanar el ejercicio del derecho de huelga. Los trabajadores pueden encontrar una disculpa para hacer lo que realmente quieren hacer pero que no se atreven a hacer. No es una causalidad que la huelga tuviera mayor impacto en las grandes empresas, en particular en sectores en donde los trabajadores est¨¢n menos aislados. Tampoco que muchas personas que no participaron en la huelga acudieran a manifestaciones que luego resultaron multitudinarias.
Un tercer argumento invocaba los intereses nacionales. La huelgas supondr¨ªan enormes p¨¦rdidas, una p¨¦sima imagen internacional y, adem¨¢s, no solucionan los problemas. Algo discutible en los datos y en los supuestos. Es cierto que hay p¨¦rdidas. Infringir ¡ªy soportar, por cierto¡ª p¨¦rdidas est¨¢ en la naturaleza de la protesta, como las hay cuando un empresa decide marcharse a otra parte o, tambi¨¦n, cuando hay recursos sin utilizar, desempleo. Otra cosa son las cifras que alegremente circulan, casi siempre entre los mismos que nos dicen que ¡°la huelga ha sido un fracaso¡±, lo que no deja de tener su aquel parad¨®jico. En todo caso, las cuentas deber¨ªan ampliar el foco. Quiz¨¢ el d¨ªa de huelga yo no compre un coche o una barra de pan, pero no por ello dejar¨¦ de comprar el pan o el coche, el d¨ªa antes o el siguiente. Una situaci¨®n que no desagradar¨¢ a m¨¢s de un comerciante que, al cabo, vende lo mismo y se ahorra los salarios de un d¨ªa. La ¡°p¨¦sima imagen¡±, am¨¦n de que pareciera reprocharle el mal color al enfermo de h¨ªgado, es asunto de complicada lectura. La imagen es parte de objetivo razonable de la huelga: transmitir que hay l¨ªmites sociales ¡ªy necesidades¡ª¡ª con los que hay que contar, que quiz¨¢ sea cosa de que los gobiernos intervengan por otras l¨ªneas de resistencia, que orienten su mirada hacia los poderosos.
Hay amenazas laborales que se transmiten sin dejar huella y que no est¨¢n en el contrato
La descalificaci¨®n porque ¡°no buscan soluciones¡± asume un gui¨®n viciado que, en el fondo, da como bueno el relato patronal. Un relato que est¨¢ lejos de ser un ejemplo de pulcritud anal¨ªtica. As¨ª, en el mismo lote de los intereses generales, se contrapone la huelga a unos empresarios que ¡°crean empleo¡±. Y s¨ª, los empresarios crean empleo, pero su objetivo no es crear empleo. Por lo mismo, se podr¨ªa decir que los trabajadores, con un aumento salarial, a trav¨¦s de su demanda de consumo, buscan el crecimiento econ¨®mico o que yo, garabateando papeles, quiero acabar con los bosques noruegos. El objetivo de los empresarios, razonable, es obtener beneficios y si pueden hacerlo sin aumentar el n¨²mero de sus empleados o con salarios de hambre, lo har¨¢n. Y si sus compradores son racistas, no emplear¨¢n a vendedores negros. No es mala fe, es el mundo. Pero conviene no confundirnos. En realidad, la perversi¨®n del lenguaje es m¨¢s esencial. En econom¨ªa se habla de oferta de trabajo para referirse a las empresas y de demanda para los trabajadores. En rigor, tendr¨ªa que ser al rev¨¦s, los que pueden ofrecer trabajo, su trabajo, son los trabajadores y los que no lo tienen, los que lo necesitan, los empresarios.
Los objetivos de la huelga o sus posibilidades de ¨¦xito pueden discutirse. Y sobre los sindicatos, y sus servilismos pol¨ªticos, ideol¨®gicos e institucionales, hasta la fatiga. Basta con ver sus connivencias o sus silencios ante los nacionalismos. Pero las dudas sobre tales comportamientos, que enlodan su mejor historia, no pueden ni siquiera rozar derechos que son la condici¨®n de posibilidad de una democracia que no ignore la voz de sus ciudadanos. Por lo que pueda venir.
F¨¦lix Ovejero es profesor de la Universidad de Barcelona.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.