Hombres rid¨ªculos
Soy de ese tipo de espectadores que van a lo que van. ?Anuncias ropa? Ens¨¦?ame la ropa
Este es un mundo para r¨¢pidos y yo soy lenta. Lenta para pillar algunos chistes, por ejemplo. Lenta para captar el gui?o sociol¨®gico de una campa?a publicitaria, por ejemplo. He sido lenta para percibir que el anuncio de la marca de ropa Desigual, en el que una chica se prueba modelitos provocativos frente al espejo para acabar diciendo que el t¨ªo que se piensa tirar s¨ª-o-s¨ª es su jefe, tiene un mensajito envuelto en su absoluta frivolidad. Por lo que leo, el mensajito que nos deja semejante bomb¨®n es que no solo son ellos los que tienen un deseo sexual irreprimible, etc¨¦tera. Jam¨¢s habr¨ªa llegado yo sola a esta conclusi¨®n. Me han ayudado entre blogs y redes sociales. A no ser que un anuncio sea exasperante, soy de ese tipo de espectadores que van a lo que van. ?Anuncias ropa? Ens¨¦?ame la ropa. Al resto no le voy a hacer demasiado caso. De aquel c¨¦lebre anuncio de Loewe en el que unos pobres jovenzuelos quedaban como descerebrados me qued¨® una idea: imposible vender lujo de manera tan cutre. Aparecieron te¨®ricos argumentando que lo que busca la publicidad, por encima de todas las cosas, es que una marca ande de boca en boca. Ese lugar com¨²n de ¡°que hablen de ti aunque sea mal¡±. Baratijas de experto.
Soy lenta, digo, para captar el mensaje. A no ser que dicho mensaje venga masticado, como ocurr¨ªa con algunas canciones de la Nueva Trova Cubana que mezclaban sin sonrojo sexo, amor y revoluci¨®n en un ¨²nico estribillo, prefiero darle una oportunidad franca a la historia que me ponen delante de los ojos y discernir limpiamente si algo de lo que me cuentan me concierne o no. Esto viene a cuento de la ¨²ltima pel¨ªcula de Cesc Gay, Una pistola en cada mano. Tuve la suerte de disfrutarla antes de que aparecieran art¨ªculos sobre ella que sin duda me hubieran llevado a pensar que lo que estaba viendo era una reflexi¨®n definitiva sobre las diferencias de comportamiento entre hombres y mujeres. Y siendo como soy refractaria a que me cuelen mensajitos envueltos en ficci¨®n me hubiera puesto a verla con el morro torcido. Pero no. Lo hice sin juicios de intermediarios. Con la incontaminada idea de que quien en su d¨ªa dirigi¨® En la ciudad tiene talento para darnos m¨¢s cosas ricas. Lo tiene. Solamente por la historia de un Dar¨ªn cornudo que conversa con el amante de su mujer, Tosar; por la del exmarido, Javier C¨¢mara, que trata pat¨¦ticamente de volver con la esposa, Clara Segura, a la que abandon¨®; por un Eduardo Noriega, que liber¨¢ndose aqu¨ª de su obligaci¨®n de hacer de t¨ªo guapo queda como un idiota al intentar echar un quiqui rapidito con una compa?era de oficina, Candela Pe?a; solo por esas tres escenas en las que tenemos la sensaci¨®n de colarnos en un momento vergonzante de la intimidad ajena merece la pena verla. El resto de las historias arropan con delicadeza estas tres, que son sublimes. Ocurre lo mismo en los libros de cuentos: de diez, suelen ser tres los que logran permanecer en nuestra memoria.
Cuando ve¨ªa al enorme Dar¨ªn interpretando
Recuerdo libros como Vidas de chicas y mujeres de Alice Munro o Madres e hijos de Colm T¨®ib¨ªn que, aun dejando claro desde el t¨ªtulo qui¨¦n protagoniza las historias, no pueden ser juzgados por su agudeza sociol¨®gica o por resumir la psicolog¨ªa de un grupo humano sin que eso suponga infravalorarlos. Cuando ve¨ªa al enorme Dar¨ªn interpretando al marido enga?ado que esp¨ªa a su mujer, que desea encontrarse con ese otro hombre que le ha robado lo que consideraba suyo, soy capaz, por ese parecido que finalmente tenemos los seres humanos en nuestros aspectos m¨¢s elementales, de meterme en su pellejo, de ser ¨¦l, sentado enfrente del edificio en el que se supone que est¨¢ ella teniendo un encuentro sexual clandestino con un hombre al que todav¨ªa no ha puesto cara. Tambi¨¦n soy capaz de sentirme como el personaje que interpreta Javier C¨¢mara, el marido que se fue con otra y que al cabo de un tiempo se da cuenta de que se equivoc¨®, de que la ha cagado, y hace un intento desesperado de declarar su amor a su mujer, a ver si cuela, a ver si se puede encender la antigua llama. Y s¨ª, tambi¨¦n entiendo al personaje de Noriega, aunque parezca el m¨¢s rid¨ªculamente masculino de todos, el t¨ªo que se acerca, a la desesperada, a una compa?era de la oficina para echar un polvo urgente, salvador de la propia vida en la que sin darse cuenta se ha visto atrapado.
Cuando las historias est¨¢n bien narradas, cuando los actores est¨¢n a la altura de los di¨¢logos y los di¨¢logos tan bien escritos que parece que jam¨¢s fueron aprendidos de memoria, cualquier espectador puede colocarse en los zapatos de otro, aunque no comparta el mismo sexo, ni la edad, ni la condici¨®n social. Varias veces he le¨ªdo eso de que en esta pel¨ªcula las mujeres salen airosas y los hombres representan el despiste generalizado que viven en su relaci¨®n con las mujeres. Debo ser una rara en este mundo en el que parece que cada uno debe asumir su rol para diferenciarse de otros seres humanos, porque no siento la obligaci¨®n de identificarme con el personaje que interpreta una mujer. M¨¢s bien, influir¨¢ un car¨¢cter poco gregario, suelo entender m¨¢s a quien mete la pata, a quien lleva las de perder. Si en esta pel¨ªcula los patosos, los desairados, los rid¨ªculos son los hombres, a ellos me uno. No hay mensaje que pueda conmigo.
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