Retrato de un asesino
A prop¨®sito de la tragedia de Newtown, he recibido cartas de lectores reprochando que inicialmente el diario se hiciera eco de que el asesino pudiera padecer un trastorno autista, seg¨²n su hermano o compa?eros de instituto. Alena Collar, por ejemplo, criticaba que apuntar hipot¨¦ticamente esta condici¨®n estigmatiza a todo un colectivo. Mucha gente que lea como se lee habitualmente -o sea, deprisa- pensar¨¢: "ah, claro, es que era autista...".Por su parte, Hern¨¢n D¨ªaz, vinculado a la Fundaci¨®n de Educaci¨®n para la Salud y coordinador del mag¨ªster Comunicaci¨®n y Salud de la Universidad Complutense, considera irresponsable por parte del diario haber hecho estas alusiones de dudoso fundamento. Incluso si se hubiera confirmado de forma fehaciente que el asesino padec¨ªa alg¨²n tipo de TEA, deber¨ªamos preguntarnos: ?Es esa la causa de su conducta asesina? ?Hay alguna investigaci¨®n seria que concluya que las personas con alg¨²n tipo de TEA son peligrosos para la sociedad o pueden convertirse en asesinos en serie solo por el hecho de padecer ese trastorno? ?Hay estad¨ªsticas que, cuando menos, sugieran que son seres m¨¢s peligrosos que el resto de los humanos? La respuesta es evidente: no hay nada que avale esa informaci¨®n. Le aseguro que este tipo de informaciones solo sirven para alimentar los estigmas que afectan a un colectivo de personas que, por el propio trastorno que padecen, ya tienen dificultades para relacionarse e integrarse. Le escribo tambi¨¦n como profesional dedicado a la comunicaci¨®n para la salud, tanto desde el ¨¢mbito profesional como el acad¨¦mico, en donde dedicamos muchas horas a formar e informar para que este tipo de errores de bulto no se produzcan.
La hip¨®tesis de que el autor del tr¨¢gico tiroteo pudiera padecer este tipo de desorden figuraba en el art¨ªculo de The New York Times (un art¨ªculo que ha sido objeto de pol¨¦mica en el propio diario estadounidense), traducido en la versi¨®n digital, que posteriormente se sustituy¨® por otro de la propia redacci¨®n en la que no hab¨ªa ninguna alusi¨®n a este supuesto trastorno. Con todo, durante unas horas se mantuvo un subt¨ªtulo en la portada digital que alud¨ªa a ello cuando el art¨ªculo inicial que albergaba la mencionada alusi¨®n ya hab¨ªa sido suprimido. Tambi¨¦n figura en una noticia en el digital sobre el hermano del autor. El d¨ªa 12, el diario, tanto en la edici¨®n digital como en la impresa, public¨® un art¨ªculo de la psiquiatra Lola Mor¨®n que claramente combat¨ªa cualquier falsa idea de causalidad entre esta hipot¨¦tica condici¨®n mental del joven y lo sucedido. En el art¨ªculo se afirmaba que no se trata de una persona con claros s¨ªntomas de un Trastorno Generalizado del Desarrollo. La retracci¨®n social, la timidez o el aislamiento no convierten a nadie en un asesino, sin embargo necesitamos que nos hablen de enfermedad mental, en un intento de poner una barrera entre estos sujetos y nosotros, sabernos incapaces de cometer una barbaridad porque nos sabemos sanos. Los cr¨ªmenes en masa perpetrados por j¨®venes en EE UU en las ¨²ltimas d¨¦cadas escapan a nuestra capacidad de comprensi¨®n. Sin embargo, existe una amplia bibliograf¨ªa en estudios de investigaci¨®n en psicolog¨ªa social que demuestran que cualquier ser humano, aparentemente adaptado, es capaz de llevar a cabo acciones de las que ni ¨¦l ni las personas cercanas les considerar¨ªan jam¨¢s capaces.
Las menciones iniciales al supuesto trastorno del joven fueron un error (The New York Times ha explicado que los investigadores manejaron esta hip¨®tesis) y pueden efectivamente inducir, involuntariamente, una interpretaci¨®n absolutamente equivocada sobre lo sucedido que el diario no ha establecido. De hecho, si el diario ha prestado una particular atenci¨®n a esta tragedia no ha sido ¨²nicamente por su dimensi¨®n sino porque reabre nuevamente el debate sobre la permisiva legislaci¨®n estadounidense sobre el acceso ciudadano a las armas de fuego.
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