Alicientes en series
El inicio del a?o plantea una cuesti¨®n muy menor ¨Cdesde luego que muy menor, comparada con Las Otras¨C, pero que no deja de tener su inter¨¦s porque concierne a nuestro ocio m¨¢s ¨ªntimo. Hablo de las series ante las que nos despatarramos y alcachofamos en el sof¨¢.
Escribo en la ¨²ltima ma?ana de 2012, aislada en una casa de campo del Empord¨¤ y con ning¨²n deseo de v¨¦rmelas con la realidad. Por eso, porque no quiero pensar en nadie m¨¢s y porque, por fortuna, carezco de conexi¨®n en mi cuarto, con lo cual no puedo estremecerme enter¨¢ndome de las noticias ¨Cme conectar¨¦ cuando baje a la sala com¨²n, pero lo justo para enviar esta nota¨C, me mantengo deliberadamente en una especie de limbo.
La peque?a ventana de la mas¨ªa aparece entelada por la humedad, la niebla tempranera apenas se rompe, dejando entrever los ¨¢rboles cercanos. Como en un cuento de invierno, hago desaparecer en la boira a los necios y malvados personajes del mundo real y convoco a los protagonistas de series. He de decir aqu¨ª que, en las que uno sigue, las que de verdad jalea desde el sof¨¢, no hay personaje que resulte prescindible. Tambi¨¦n ocurre lo contrario: que cuando una serie puntera te decepciona ¨Ccosa que suele ocurrir la segunda o tercera temporada: Homeland es la prueba, y Mad Men, la gran excepci¨®n¨C, el m¨¢s juncal de los protagonistas se empeque?ece. Pese a ello, preferir¨ªa que entrara por esa ventana el tontorr¨®n congresista Brody de los ¨²ltimos cap¨ªtulos de la segunda temporada de Homeland a que lo hiciera, un suponer siniestro, don Mariano, el ejecutor en serie.
Ni Mark Hamon ni Tom Selleck han pasado a¨²n por el cirujano. Brindemos¡±
Con el paso del tiempo, hay series menores, pero s¨®lidas, que se revelan mejores acompa?antes a la larga que esas otras, buen¨ªsimas ¨Cme mata de placer la danesa The Killing, mucho m¨¢s que su versi¨®n Seattle¨C, que por tanto pueden decepcionarme. Entre las que me gustan porque no me defraudan y siempre ofrecen lo mismo, Navy. Ya lo s¨¦, qui¨¦n me habr¨ªa dicho a m¨ª que acabar¨ªa adicta a una saga de marines que defienden el gremio por doquier y sueltan basura ideol¨®gica. Pero Navy, con sus actores competentes, personajes que interact¨²an con unas relaciones t¨®picas, pero bien construidas, no decepciona, y posee una ventaja en relaci¨®n con CSI, la de Las Vegas, que tambi¨¦n me entretiene mucho: que la silicona, el b¨®tox y el col¨¢geno todav¨ªa no han hecho estragos en el grupo. Lo de CSI resulta pavoroso. Hay un moreno de cejas depiladas y mand¨ªbulas prominentes que lleva en su cabeza apa?os como para mejorar un tren de vida. En cuanto a las actrices, sus restos apenas pueden moverse: se desplazan como siguiendo las instrucciones del taxidermista con un auricular en la oreja.
Semejante epidemia f¨¢ustica ¨Cde pat¨¦tico pacto con el cirujano pl¨¢stico para recuperar la lozan¨ªa de la primera temporada¨C todav¨ªa no ha alcanzado a Navy, ni tampoco, espero, a otro producto s¨®lidamente policial: Blue Blood, que, pese a que es m¨¢s conservadora que la salmorra, me gusta, y mucho. En ambos productos, el primero con casi una decena de temporadas a las espaldas, y el segundo entrando ahora en la tercera, hay algo que no siempre se encuentra: oficio. Algo que se agradece porque, al parecer, se acabaron los tiempos de Los Soprano y The Wire, y hasta las series m¨¢s prometedoras, como Boss, tienden a mezclar sexo bobo con adicciones varias y hostias a troche y moche, o, como en Downton Abbey, a convertir en emblema la tontorroner¨ªa y el pastel de ri?ones.
Frente a ello, no me cabe duda: Navy, Blue Blood. Ni Mark Hamon ni Tom Selleck han pasado a¨²n por el cirujano, y muestran un agradable deterioro f¨ªsico. Brindo por ello y espero que dure.
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