Europa relega su cultura
Los europeos nos deleit¨¢bamos antes con el bot¨ªn tomado a otras civilizaciones. Ahora corremos el riesgo de que el continente se convierta en pieza arqueol¨®gica, expuesta a la mirada de los nuevos poderosos
Inmediatamente despu¨¦s de la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, en 1989, y antes de que fuera objeto de un gran concierto p¨²blico oficial, la Novena Sinfon¨ªa de Beethoven se convirti¨® en la m¨²sica favorita de muchos manifestantes, del este y el oeste de la ciudad. Los presentes en aquel colosal acto de demolici¨®n de fronteras cantaban fragmentos de la parte coral, la Oda a la Alegr¨ªa, basada en el poema de Schiller, entendiendo, quiz¨¢, que no hab¨ªa palabras m¨¢s id¨®neas para el momento y que unieran tanto a los que durante d¨¦cadas hab¨ªan sido obligados a permanecer separados. Aquellas im¨¢genes y aquellos cantos ten¨ªan un hondo simbolismo, no solo para Berl¨ªn sino para toda Europa, y parec¨ªan confirmar que el gran arte ¡ªen este caso una obra de Beethoven¡ª acud¨ªa al rescate del hombre europeo tras el ¨²ltimo y m¨¢s brutal de sus naufragios. Para eso, en ¨²ltima instancia, serv¨ªa el arte, y eso era lo que cab¨ªa esperar de los textos de Dante, Shakespeare o Cervantes, de las composiciones de Bach, Mozart o Shostakovich, de las pinturas de Leonardo, Rembrandt o C¨¦zanne.
Eso pareci¨®, todav¨ªa, entonces. Sin embargo, m¨¢s de dos d¨¦cadas despu¨¦s, aquellos manifestantes cantando a Beethoven forman parte de un espejismo. Tal vez, en aquellos d¨ªas demasiado esperanzadores, fuesen ya un espejismo. Se pens¨® que Europa saldr¨ªa reforzada con la conclusi¨®n de la Guerra Fr¨ªa y, de hecho, se incorporaron muchos m¨¢s pa¨ªses al proyecto de construcci¨®n europea. Se realizaron progresos importantes, como la moneda ¨²nica y la superaci¨®n de las aduanas. Pero ahora, cuando las dificultades econ¨®micas atenazan a Europa, se hace evidente una paradoja dram¨¢tica: en alg¨²n lugar del camino se perdi¨® el alma. Dicho de otro modo que pueda gustar m¨¢s a los que hacen muecas cuando oyen la palabra alma: en alg¨²n lugar del camino, Europa, que alardeaba de construirse a s¨ª misma, dio la espalda a su propia cultura.
Basta, en la superficie, comprobar c¨®mo la cultura europea ha desaparecido, pr¨¢cticamente, de la vida p¨²blica. En los discursos y controversias de los dirigentes pol¨ªticos esta ausencia es cada vez m¨¢s radical, poniendo de manifiesto la extrema mediocridad de la mayor¨ªa de ellos pero tambi¨¦n la falta de exigencia de los ciudadanos a este respecto. En sus buenos tiempos ¡ªno hace mucho¡ª Berlusconi tuvo un ministro que ri?¨® a los periodistas que le hablaban de cultura con el argumento de que la Divina Comedia no serv¨ªa para comer, pues con ella no pod¨ªan hacerse bocadillos. Un amigo italiano me coment¨®, entonces, que si un pol¨ªtico hubiese dicho eso con anterioridad, habr¨ªa sido poco menos que lapidado. Ya sabemos que Berlusconi era, y es, un asno multimillonario, y que sus colegas no ten¨ªan su procaz atrevimiento, pero no podemos asegurar que fuese m¨¢s ignorante que los otros. Basta con recordar los discursos de Sarkozy o los de Cameron y compararlos con los de De Gaulle, Willy Brandt o cualquiera de los protagonistas del inicial impulso europeo. Aqu¨ª Aznar, Zapatero o Rajoy tienen la ventaja de tener que competir con Franco, un individuo que ten¨ªa por principio, seg¨²n sus bi¨®grafos, no leer jam¨¢s un libro.
Un ministro de Berlusconi argumentaba que la 'Divina Comedia' no sirve para comer
No obstante, las carencias en la vida p¨²blica ser¨ªan menos decisivas si la cultura ¡ªel alma¡ª europea se manifestara, viva, en el interior del organismo social. Ah¨ª es donde la paradoja se hace m¨¢s sangrante puesto que la cultura europea es, en realidad, el ¨²nico espacio mental que justifica la edificaci¨®n de Europa. Sin la cultura europea, lo que llamamos Europa es un territorio hueco, falso o directamente muerto, un escenario que, alternativamente, aparece a nuestros ojos como un balneario o como un casino, cuando no, sin disimulos, como un cementerio.
Y ese es un peligro incluso mayor que el de la crisis econ¨®mica, pues puede provocar una indefensi¨®n absoluta: nadie cantar¨¢ a Beethoven, o a Schiller, porque nadie recordar¨¢ que el arte es aquello que consuela cuando existen muros y aquello que enaltece cuando se destruyen fronteras. En consecuencia, nadie sabr¨¢, tampoco, que eso que llamamos cultura, a la que Europa ¡ªm¨¢s que otras regiones del mundo¡ª lo debe todo, es un ejercicio de libertad y de orientaci¨®n en el laberinto de la existencia. Para eso necesitamos todo lo que ahora, con una celeridad incre¨ªble, estamos abandonando. Es cierto, como dicen muchos profetas actuales, que la cultura ¡ªla ¡°cultura europea¡±, se entiende¡ª es superflua y anacr¨®nica, pero no es menos cierto que tambi¨¦n la libertad es superflua y anacr¨®nica desde un punto de vista estrictamente pragm¨¢tico. Se puede existir ¡ªno s¨¦ si vivir¡ª sin ser libre. Tambi¨¦n se pueden hacer grandes negocios o tener ¨¦xito en la profesi¨®n. La libertad no es necesaria pero, como demuestra el ejemplo de Ant¨ªgona, es imprescindible. De eso, durante siglos, nos ha hablado la cultura europea a los europeos. Y es eso, precisamente, lo que hoy se aleja de nosotros.
Hace poco recib¨ª una lecci¨®n inolvidable al respecto. Form¨¦ parte del jurado que ten¨ªa que decidir unas prestigiosas becas. La selecci¨®n era rigurosa, y los candidatos, de acuerdo con las referencias, sobresalientes. Sin duda estaban t¨¦cnicamente muy preparados. Sin embargo, en sus exposiciones orales casi ninguno de estos candidatos cit¨® a un escritor, a un artista, a un cient¨ªfico, a un fil¨®sofo. No se aludi¨® a cuadros, a textos literarios, a tratados de f¨ªsica. La pregunta es: ?de qu¨¦ hablaban y a qu¨¦ aspiraban los candidatos? Aspiraban, naturalmente, a triunfar en sus campos respectivos, y para ello hablaban de programas inform¨¢ticos, t¨¦cnicas de evaluaci¨®n, metacursos, procesos log¨ªsticos. Creo que todos los miembros del jurado esper¨¢bamos que esto fuese solo la metodolog¨ªa y que al final asomar¨ªa algo verdaderamente sustancioso. Pero no. Para estos sobresalientes candidatos el tratamiento de la cultura era exactamente igual al tratamiento que otorgaban a la sociedad sus colegas, tambi¨¦n sobresalientes, de una escuela de negocios. La econom¨ªa no estaba sometida a la libertad, sino la libertad a la econom¨ªa.
Si no pecamos de ingenuos ya sabemos que siempre ha sido as¨ª. No obstante, la resistencia a esta percepci¨®n ha sido, igualmente, un motor esencial en el desarrollo de la cultura europea, tal como lo reflejan los ideales humanistas e ilustrados, c¨ªclicamente asumidos, tras su original enunciaci¨®n en la Grecia antigua. Tratar de entender lo humano en su complejidad, m¨¢s all¨¢ de lo estrictamente ¨²til, e incluso m¨¢s all¨¢ de lo conveniente ¡ªahora dir¨ªamos: de lo pol¨ªtica y moralmente conveniente¡ª, ha sido uno de los logros mayores de nuestra tradici¨®n espiritual, a la que, desde luego, no han faltado los momentos de tiniebla. Renunciar a aquella comprensi¨®n impide penetrar en la naturaleza humana, tanto en sus luces como en sus sombras.
Una de las librer¨ªas m¨¢s antiguas de Barcelona va a ser sustituida por un local de comida r¨¢pida
Y, sin embargo, aparentemente, esta renuncia se erige en un signo de la ¨¦poca, a juzgar por nuestra vida p¨²blica y nuestra educaci¨®n. Lo que hasta hace relativamente poco se consideraba en Europa cultura se ha transformado en arqueolog¨ªa, con el riesgo de que la propia Europa se convierta en pieza arqueol¨®gica que, en un futuro no muy distante, se exponga a la mirada de los nuevos poderosos. Puede alegarse que, con anterioridad, fuimos los europeos los que nos deleitamos con el bot¨ªn tomado a otras civilizaciones. Es verdad. La Historia es as¨ª. Lo malo es vivirla y formar parte del bando de los inminentes perdedores. Y a¨²n es peor que la ca¨ªda llegue a producirse sin ninguna grandeza, con apat¨ªa, con ignorancia. Veremos.
Mientras tanto en la librer¨ªa Catal¨°nia, una de las m¨¢s antiguas de Barcelona, se abrir¨¢ un McDonald's. Aunque quiz¨¢ todo ha sido una pesadilla y he le¨ªdo la noticia al rev¨¦s: en el lugar de un restaurante de comida r¨¢pida, cerrado por falta de clientes, se abre una librer¨ªa.
Rafael Argullol es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.