El poder del duelo
En Venezuela se ha producido un nuevo culto profano, una religi¨®n pol¨ªtica
Los historiadores han tenido dificultad para encontrar antecedentes de la situaci¨®n de Venezuela en el pasado latinoamericano. Tal vez en el siglo XIX, dictadores como Gaspar Rodr¨ªguez de Francia, Juan Manuel de Rosas o Antonio L¨®pez de Santa Anna pudieron enfermarse y delegar el poder por un tiempo. Porfirio D¨ªaz confes¨® en entrevista con el periodista norteamericano, James Creelman, que se enferm¨® en 1907 y se retir¨® por unas semanas a Cuernavaca. Al constatar, seg¨²n su socarrona declaraci¨®n, que el ¡°precio de los valores mexicanos descendi¨® once puntos¡±, regres¨® al castillo de Chapultepec.
Y eso era en el lento y mar¨ªtimo siglo XIX, cuando s¨®lo exist¨ªa la opini¨®n p¨²blica impresa y las noticias entre La Habana y la Ciudad de M¨¦xico se demoraban dos d¨ªas ?C¨®mo concebir una ausencia tan prolongada, que coincide adem¨¢s con un proceso de sucesi¨®n presidencial, en este acelerado siglo XXI? La ¨²nica manera de hacerlo es por medio de una concepci¨®n no republicana de la pol¨ªtica, en la que la presidencia no es una gesti¨®n o un encargo de la ciudadan¨ªa sino un designio providencial.
Es dif¨ªcil encontrar antecedentes del caso chavista porque incluso en una regi¨®n de tradiciones democr¨¢ticas d¨¦biles, como Am¨¦rica Latina, se da por descontado que un jefe de Estado con una dolencia grave renuncia o, al menos, declina su candidatura a una tercera reelecci¨®n. Por mucho que la prensa oficial de La Habana y Caracas se empe?e, es imposible no considerar an¨®malo que un presidente en funciones convalezca en otro pa¨ªs, por mes y medio, sin una aparici¨®n p¨²blica y firmando, en una capital, decretos fechados en la otra.
A pesar de tanto abuso del duelo, no hay explicaciones culturalistas para lo que est¨¢ sucediendo en Venezuela. El chavismo no es un fruto espont¨¢neo e inevitable de la idiosincrasia venezolana, ni un producto t¨ªpico del Caribe. Como le recordara el escritor nicarag¨¹ense Sergio Ram¨ªrez al presidente uruguayo, Jos¨¦ Mujica -quien suscribi¨® el viejo t¨®pico del Caribe como tierra de ¡°verdaderos caudillos de car¨¢cter popular¡±- el populismo ha sido un fen¨®meno bastante generalizado en Am¨¦rica Latina. Lo cual no contradice que sociedades centroamericanas y caribe?as, como Colombia, Costa Rica y Panam¨¢, posean ya un importante legado de valores y pr¨¢cticas democr¨¢ticas.
Cuba es ideal para ocultar el cuerpo del caudillo al tiempo que se le invoca
Entre las diversas opciones que se abrieron ante la ausencia de Ch¨¢vez el 10 de enero, en la Asamblea Nacional ¨Cotorgar la presidencia interina al titular de la misma, decretar la falta temporal del presidente, convocar a nuevas elecciones- los sucesores escogieron la menos democr¨¢tica, la m¨¢s inconstitucional: posponer indefinidamente la juramentaci¨®n, que se har¨¢ ante el Tribunal Supremo de Justicia, y gobernar de facto, en nombre del ¡°Comandante Presidente¡±. Los sucesores, con el benepl¨¢cito de Fidel y Ra¨²l Castro y los presidentes del ALBA, han producido una situaci¨®n teol¨®gica o mon¨¢rquica.
En su biograf¨ªa de Ch¨¢vez, El poder y el delirio (2008), el historiador mexicano Enrique Krauze habl¨® de una discernible ¡°teolog¨ªa revolucionaria¡± en el discurso chavista. No se trata, ¨²nicamente, del mesianismo propio de cualquier caudillo de derecha o izquierda del siglo XX o de la demagogia al uso de la pol¨ªtica latinoamericana. No, en Venezuela se ha producido un nuevo culto profano, una religi¨®n pol¨ªtica, que reemplaza la vieja ideolog¨ªa organizada de la izquierda marxista con una mezcla de alusiones mec¨¢nicas y exaltadas a Cristo, Bol¨ªvar y el Che.
A pesar de la fuerte conexi¨®n afectiva con Fidel Castro, el lenguaje de Hugo Ch¨¢vez ¨Cy de sus sucesores- se diferencia del de los comunistas cubanos en el acento cristiano. Lo curioso es que el cristianismo de Ch¨¢vez se afianz¨®, no en los 90 o en la primera fase de la Revoluci¨®n Bolivariana, sino a mediados de la pasada d¨¦cada, cuando el l¨ªder venezolano emprendi¨® su proyecto de transici¨®n al ¡°socialismo del siglo XXI¡±, luego de la contundente victoria en las elecciones presidenciales de 2006.
El culto chavista tiene, desde luego, un trasfondo popular, derivado de los beneficios que las ¡°misiones¡± y otros programas sociales han reportado a la poblaci¨®n pobre del pa¨ªs. Pero tambi¨¦n posee una dimensi¨®n artificial, asociable a una ingenier¨ªa simb¨®lica desde arriba, instrumentada por una nueva ¨¦lite pol¨ªtica con el fin de extender su hegemon¨ªa. Tal vez sea ese cristianismo instrumental una de las razones de la ruptura entre el chavismo y la Iglesia Cat¨®lica, instituci¨®n que sostiene, en contraste, magn¨ªficas relaciones con Ra¨²l Castro y el Partido Comunista de Cuba.
La teolog¨ªa populista permite comprender porqu¨¦ el c¨¢ncer del presidente venezolano no ha sido atendido en su propio pa¨ªs. Cuba es el lugar ideal para ocultar el cuerpo del caudillo, para hacerlo desaparecer medi¨¢ticamente, al tiempo en que se organiza su invocaci¨®n simb¨®lica. La ausencia de Ch¨¢vez es la condici¨®n del despliegue de una verdadera ¡°hugolatr¨ªa¡±, de la apoteosis del culto a su personalidad en las calles de Caracas y de una sensaci¨®n de espera por el regreso del Mes¨ªas, salvado por la milagrosa medicina cubana.
Mientras la oposici¨®n venezolana apela a la racionalidad constitucional, el chavismo se escuda en la milagrer¨ªa pol¨ªtica. Aunque no pueda confirmar p¨²blicamente si firm¨® o no, de pu?o y letra, un decreto de gobierno, Ch¨¢vez es ¡°presidente en funciones¡±. El ¨²nico autorizado para asegurarlo es el Vicepresidente ejecutivo ¨Cno elegido- y sucesor ungido, Nicol¨¢s Maduro. La investidura debe esperar indefinidamente por ¨¦l porque le pertenece de un modo trascendental, m¨¢s all¨¢ de los periodos presidenciales, de las funciones propias de una primera magistratura y de las normas democr¨¢ticas, que se consideran ¡°formalismos¡±.
En la manera chavista de entender la pol¨ªtica, la presidencia no es un encargo o un servicio p¨²blico, temporalmente concedido por el mandato popular: es un trono. Lo que se est¨¢ viviendo en Venezuela es una constataci¨®n, en medio de un proceso sucesorio, de los efectos nocivos de la instituci¨®n de la reelecci¨®n indefinida, una enmienda constitucional introducida con el apoyo del 54% del electorado en 2009 ¨Cm¨¢s o menos los mismos electores que tres a?os despu¨¦s reeligieron a Ch¨¢vez por tercera vez.
La ¡°voluntad popular¡± que reclaman los chavistas para justificar la reelecci¨®n y, ahora, el ejercicio indefinido de la presidencia por Ch¨¢vez representa poco m¨¢s de la mitad del electorado venezolano. Se trata, por tanto, de una mayor¨ªa relativa, pero suficiente para implementar, en su nombre, una sucesi¨®n autoritaria. Con los tres poderes en sus manos, el chavismo reafirma la premisa de que Ch¨¢vez es un presidente perpetuo: mientras viva, a¨²n si est¨¢ incapacitado para gobernar, la presidencia ser¨¢ suya.
La construcci¨®n de una hegemon¨ªa es un fen¨®meno caracter¨ªstico de las democracias. Lo que resulta autoritario es un ejercicio espec¨ªfico de esa hegemon¨ªa, que se desentiende de la Constituci¨®n y de las reglas elementales, ya no de una democracia sino de una rep¨²blica. Se recupere o no el presidente Hugo Ch¨¢vez, regrese o no regrese a gobernar, la imposici¨®n de un interinato de facto, no avalado por las normas jur¨ªdicas del Estado, es ya uno de los m¨¢s claros indicios del nuevo despotismo latinoamericano del siglo XXI.
?Rafael Rojas es historiador.
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