El visionario que humaniza Google
Sergey Brin, cofundador del buscador, es una de las 20 personas m¨¢s poderosas del mundo Fil¨¢ntropo reservado, invierte esfuerzos en el turismo espacial y la lucha contra el p¨¢rkinson Su ¨²ltima idea, unas futuristas gafas de realidad aumentada, despiertan suspicacias entre quienes piensan que quiere controlar el planeta
Sergey Brin se pasa la mitad del tiempo dedicado a la Google Glass. Apareci¨® con las gafas rob¨®ticas en un evento ben¨¦fico para invidentes, se le vio llev¨¢ndolas en un desfile durante la semana de la moda en Nueva York, junto a Diane von F¨¹rstenberg y, recientemente, con ellas puestas en un vag¨®n del metro neoyorquino. Es el gran proyecto que tiene entre manos el genio, el que, a trav¨¦s de la realidad aumentada, permitir¨¢ a los usuarios de smartphones acceder a informaci¨®n con simples comandos de voz, por ejemplo. Suena futurista, pero espera comercializarlas en 2014.
Hace d¨¦cada y media, junto a Larry Page, cre¨® la que hoy es la compa?¨ªa m¨¢s valiosa y potente de Internet. Eso le convierte autom¨¢ticamente en una de las 20 personas m¨¢s poderosas del mundo, seg¨²n Forbes. Est¨¢, adem¨¢s, entre las 25 mayores fortunas del planeta, con una riqueza personal que se valora en unos 15.000 millones de euros, no muy lejos de Jeff Bezos, fundador de Amazon y uno de sus primeros inversores.
Brin naci¨® en Mosc¨², en agosto de 1973. Su padre era matem¨¢tico; su madre, cient¨ªfica. Emigraron a EE UU en 1979, escapando del antisemitismo institucional comunista, que limit¨® sus carreras. Creci¨® en Maryland. Pas¨® desapercibido entre sus compa?eros, pero no entre sus maestros. En la Universidad de Stanford, donde se doctor¨® en ciencias de la computaci¨®n, conoci¨® a Page, un chico del Medio Oeste. Ah¨ª engendr¨®, con 21 a?os, la empresa que acab¨® con Altavista, destron¨® a Yahoo!, meti¨® miedo a Microsoft e irrit¨® a Steve Jobs, su ¨ªdolo.
Quer¨ªa organizar la masa ingente de informaci¨®n disponible en la web con una f¨®rmula matem¨¢tica que diera sentido y relevancia a las p¨¢ginas. Una idea que revolucion¨® la naturaleza misma del ¡°negocio¡± del conocimiento. Porque la b¨²squeda en Internet, acompa?ada por anuncios en el margen, forma parte ya de la manera en la que se piensa y act¨²a. La publicidad es la mayor fuente de los 38.000 millones de euros que ha tenido en ingresos Google.
Lo que empez¨® en un garaje alquilado en Menlo Park, en la Bah¨ªa de San Francisco, como un proyecto financiado con un mill¨®n de d¨®lares prestado por familiares, amigos e inversores, es ahora un coloso presente en m¨®viles, tabletas, televisores, relojes, c¨¢maras de fotos y, m¨¢s pronto que tarde, en las gafas. Desarrolla hasta un coche aut¨®nomo. Al mismo tiempo, ha entrado en colisi¨®n con la industria tradicional de medios, desde editores de diarios y libros hasta Hollywood.
En el triunvirato que corona Google, Sergey Brin es el responsable de los proyectos especiales y est¨¢ al frente del laboratorio Google X. Larry Page se dedica como consejero delegado a la gesti¨®n diaria de la empresa y el presidente, Eric Schmidt, hace las veces de diplom¨¢tico y evangelista de la compa?¨ªa por el mundo ¡ªsu ¨²ltima gira fue por Corea del Norte, para animar al r¨¦gimen a abrir el pa¨ªs a Internet.
La ¨²ltima foto de Brin con la Gloogle Glass en Nueva York cre¨® un gran revuelo medi¨¢tico y en las redes sociales, en un momento en el que se est¨¢ cuestionando la capacidad de innovaci¨®n de las grandes firmas tecnol¨®gicas en EE UU. Lejos queda aquella imagen del joven imberbe que apareci¨® en el programa Cuenta la verdad. Los jueces ten¨ªan que identificar al verdadero gur¨² de Google, que apareci¨® en el plat¨® junto a dos ¡°impostores¡±. Tras ocho minutos de preguntas, eligieron a la persona equivocada. Google ya era el mayor buscador en Internet y hac¨ªa salivar a los inversores. Pero nadie fuera de Silicon Valley conoc¨ªa a sus creadores.
Las revolucionarias gafas, con las que se le ve tambi¨¦n a menudo por San Francisco, donde vive, han disparado teor¨ªas conspiratorias sobre las intenciones reales de Google con este tipo de proyectos. Y es que el gran reto de la compa?¨ªa es convencer al mundo de que no son unos diablos en pos de controlar el mundo a trav¨¦s de la Red. Es tambi¨¦n una cuesti¨®n de cultura empresarial propia de Google, intr¨ªnseca a la personalidad de Brin y a sus ambiciones.
El inform¨¢tico anima a sus empleados a dedicar una quinta parte de su tiempo a proyectos que les motiven y a retarse los unos a los otros las ideas subidos a patines o jugando al voleibol en sus oficinas. As¨ª naci¨®, por ejemplo, Google News tras el 11-S, Gmail o Google Maps. De igual manera, echa para atr¨¢s sin complejos lo que no funciona, como el servicio GoogleWave, una red social para hacer networking en tiempo real.
Como dice el profesor Clayton Christensen en su best seller El dilema de los innovadores, el poder de gente como Brin est¨¢ en desarrollar un concepto novedoso que agite a toda una industria. Con las Google Glass, Brin busca hacer realidad la ciencia-ficci¨®n. Que despu¨¦s funcione o no, se ver¨¢. Es la clave de cualquier firma tecnol¨®gica, pensar a cinco a?os vista para que la rueda siga girando.
Tras saber que podr¨ªa tener p¨¢rkinson, hizo p¨²blico su ADN en busca de cura
Y tampoco todo es hacer dinero para mantener vivo al coloso. Hace poco menos de una d¨¦cada, Brin present¨® junto a Page un brazo paralelo de Google dedicado a la filantrop¨ªa y centrado en proyectos que buscan soluciones a problemas que afectan al planeta, como la pobreza, la degradaci¨®n del medio ambiente y las energ¨ªas alternativas. Fue el mismo a?o en el que empez¨® a cotizar en el Nasdaq, seis a?os despu¨¦s de nacer.
Al igual que su madre, Eugenia, investigadora en la NASA, Brin tambi¨¦n mira m¨¢s all¨¢ de la Tierra y cree en la exploraci¨®n y desarrollo comercial de la frontera espacial. Es cofundador de Orbital Mission Explorers Circle, compa?¨ªa dedicada al turismo espacial. Tambi¨¦n destina fondos al concurso para llevar una nave no tripulada a la Luna. ?l mismo ans¨ªa poder ver pronto el planeta azul desde fuera.
La historia personal de Brin impregna la profesional. Acept¨® a rega?adientes que Google operara en China para la censura, algo que no concordaba con sus principios. Pero era tambi¨¦n el mayor mercado del mundo, y hab¨ªa que mirar por los accionistas. Hasta que empezaron los ataques a trav¨¦s de su plataforma contra activistas chinos defensores de los derechos humanos y Google cerr¨® el portal.
Brin fue el impulsor de la decisi¨®n de repliegue. En esas condiciones, no estaba dispuesto a llegar a m¨¢s compromisos con Pek¨ªn y a seguir violando el mantra ¡°Don¡¯t be evil¡± (no seas malvado) que rige la filosof¨ªa de Google. Los que le conocen dicen que es una persona muy emocional, en particular con cuestiones de este tipo. Aceptar la censura china ya le enfrent¨® a Schmidt, que esperaba justo lo contrario, animar la apertura del r¨¦gimen a la Red.
Antes de emigrar a EE UU, la familia de Sergey Brin viv¨ªa en un peque?o apartamento con la abuela materna. Sol¨ªa salir de casa durante horas, hiciera el fr¨ªo que hiciera. Escapadas que sigue haciendo en California. Entre las organizaciones que apoya se encuentran las que les ayudaron cuando abandonaron la extinta Uni¨®n Sovi¨¦tica. Su madre preside el proyecto myStory, que la Hebrew Immigrant Aid Society dedica a documentar la emigraci¨®n jud¨ªa hacia Norteam¨¦rica.
Brin tuvo la oportunidad de volver a Mosc¨² 11 a?os despu¨¦s de escapar, gracias a un programa de intercambio para estudiantes brillantes en matem¨¢ticas. Aunque cambi¨® su Toyota Prius por un deportivo el¨¦ctrico Tesla, el multimillonario sigue mirando el precio de lo que compra. Aprendi¨® de sus padres a ser ahorrador, pero sin pasarse. Le gusta cocinar, bucear, el kitesurf, esquiar y montar en bici.
Est¨¢, adem¨¢s, muy comprometido en la lucha contra el p¨¢rkinson. Al a?o de casarse, se le plante¨® un nuevo reto personal. Hab¨ªa heredado de su madre, como su hermano, una mutaci¨®n gen¨¦tica que indica predisposici¨®n a la enfermedad: tiene un 50% de posibilidades de desarrollarla. Lo anunci¨® en septiembre de 2008 a trav¨¦s de su primer blog y entendi¨® que esta batalla hab¨ªa que pelearla con un enfoque abierto, explicando lo que est¨¢ haciendo para avanzar en la investigaci¨®n.
Para empezar, hizo p¨²blico su ADN y est¨¢ usando la filosof¨ªa con la que cre¨® Google para acelerar todo el proceso. Esencialmente, busca juntar a miles de personas en el ciberespacio que compartan sus datos y conocimiento para dar con un patr¨®n com¨²n que les permita avanzar. El poder de Internet frente al de un laboratorio. La fortuna que est¨¢ invirtiendo en el proyecto no se conoce. Si da resultado, llevar¨¢ la revoluci¨®n social a la investigaci¨®n m¨¦dica.
Su plan para dar con el algoritmo es analizar la secuencia gen¨¦tica de decenas de miles de enfermos y tratar de trazar un nexo entre los factores gen¨¦ticos y su estilo de vida. Anne Wojcicki, su mujer, est¨¢ metida de lleno. Dirige y es copropietaria de una firma de biotecnolog¨ªa financiada por Google conocida como 23andMe, en referencia a los 23 pares de cromosomas que tiene el ser humano. Un detalle ¡ªel que haya puesto a su esposa al frente¡ª no exento de controversia, si se piensa en los beneficios que generar¨¢ si logra dar con una cura.
Brin, aunque sea m¨¢s p¨²blico que Page y haga ahora esta labor de promotor de su ¨²ltima invenci¨®n, es una persona muy reservada con su vida personal. No es el primer millonario en EE UU hecho a s¨ª mismo que moviliza sus recursos y conocimientos para lograr una soluci¨®n a un problema de salud que es una amenaza para su hijo, y con el que puede aportar una soluci¨®n al resto. Por cierto, aquel garaje en el que naci¨® Google en el 232 de Santa Margarita se lo alquil¨® a Susan Wojcicki, la que ahora es su cu?ada.
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