Elogio de una renuncia
Con su gesto, Benedicto XVI ha quedado investido de la autoridad del ¡°testimonio¡±, la que Jes¨²s de Nazaret m¨¢s elogi¨®. Antes, en sus libros, Ratzinger nos dej¨® la autoridad de la ¡°argumentaci¨®n¡±. Ahora se retira a rezar
Dej¨® dicho el fil¨®sofo alem¨¢n Hegel que los grandes hombres no son solo los grandes inventores, sino aquellos que cobraron conciencia de lo que era necesario en un determinado momento de la historia. Benedicto XVI ha considerado necesario, como hace cinco siglos lo consider¨® el austero y piadoso monje Celestino V, renunciar libre y responsablemente al pontificado. No es, por cierto, su primera gran renuncia. Hace m¨¢s de 40 a?os renunci¨® a su c¨¢tedra de Teolog¨ªa en la Universidad de Tubinga, una de las m¨¢s prestigiosas de Alemania y del mundo. En aquella ocasi¨®n tambi¨¦n aleg¨® ¡°falta de fuerzas¡±. No se sent¨ªa capaz de comprender las exigencias de la revoluci¨®n universitaria de Mayo del 68; confes¨®, adem¨¢s, que los aires teol¨®gico-filos¨®ficos que soplaban en la hermosa ciudad del Neckar, en la que el canto heterodoxo del fil¨®sofo marxista E. Bloch a la esperanza recib¨ªa aplausos y parabienes de la teolog¨ªa cat¨®lica y protestante, no respond¨ªan a su propia articulaci¨®n de la esperanza cristiana. El te¨®logo Ratzinger sinti¨® que Tubinga no era su casa y la cambi¨®, en un gran gesto de generosa renuncia, por Ratisbona, cuya modesta Facultad de Teolog¨ªa no pod¨ªa competir con la de Tubinga. No recuerdo ning¨²n precedente similar. El resto es bien conocido: de Ratisbona fue llamado por Juan Pablo II a los honores y responsabilidades que todos conocemos y a los que renunciar¨¢ el pr¨®ximo d¨ªa 28 de febrero.
Benedicto XVI ha alegado ¡°falta de fuerzas¡± para realizar convenientemente su misi¨®n. Sin embargo, papas con muchas menos fuerzas que ¨¦l no contemplaron la posibilidad de renunciar. Sin duda, tambi¨¦n ellos lo hicieron desde su sentido de la responsabilidad, pensando que era lo que la tradici¨®n de la Iglesia les exig¨ªa; pero, sin ¨¢nimo de echar a pelear a unos papas contra otros, valoro extraordinariamente el gesto de Benedicto XVI. Cuando fue elegido Papa, algunos de los que hab¨ªamos tenido la suerte de escuchar, por poco tiempo, sus clases coment¨¢bamos: ¡°Es demasiado inteligente para limitarse a ser un papa conservador¡±. Reconozco que, durante su pontificado, no pocas veces nos tuvimos que ¡°tragar¡± nuestro optimista pron¨®stico. Cabizbajos conced¨ªamos que su actuaci¨®n no respond¨ªa a lo que hab¨ªamos esperado, tal vez so?ado.
Fue uno de esos te¨®logos alemanes ¡°encari?ados¡± con el car¨¢cter absoluto del cristianismo
Pero, as¨ª como hay un tiempo para ejercer la cr¨ªtica ¡ªBenedicto XVI la ha sufrido con creces, unas veces con raz¨®n, otras sin ella¡ª, llega tambi¨¦n la hora de los elogios. Esa hora acaba de sonar. Su renuncia al pontificado para retirarse, de nuevo como Celestino V, a un convento a rezar, pensar y escribir marcar¨¢ en la Iglesia un antes y un despu¨¦s. Benedicto XVI ha quedado investido de la autoridad del ¡°testimonio¡±, la que Jes¨²s de Nazaret m¨¢s elogi¨®. Y en sus libros, Ratzinger nos dej¨® la autoridad de la ¡°argumentaci¨®n¡±. Ambas autoridades sumadas ofrecen un buen balance. Los alumnos de ayer estamos hoy contentos: el maestro est¨¢ resultando ser algo m¨¢s que un Papa ¡°conservador¡± o, al menos, conservador con un inaudito rasgo de genialidad: su renuncia.
Perm¨ªtaseme un matiz m¨¢s sobre su car¨¢cter conservador: no se deber¨ªa olvidar que Ratzinger pertenece a una generaci¨®n de grandes te¨®logos alemanes ¡°encari?ados¡± con el car¨¢cter absoluto del cristianismo. A ellos les estaba reservada la nada f¨¢cil tarea de renunciar a un cristianismo entendido como verdad absoluta, superior en todo a las restantes religiones. De pronto se encontraron, a ra¨ªz del concilio Vaticano II, con una especie de ONU religiosa en la que las grandes y peque?as potencias de la fe reclamaban el mismo derecho de voto. Karl Rahner habl¨® del ¡°esc¨¢ndalo¡± que esta revoluci¨®n supon¨ªa para el cristianismo. Pero se trat¨® ¡ªhay que consignarlo con agradecimiento¡ª de una revoluci¨®n pretendida y orquestada por los grandes te¨®logos del Vaticano II, entre los que, junto al joven Hans K¨¹ng, estaba el entonces tambi¨¦n joven Ratzinger. Es verdad que despu¨¦s ha habido retrocesos y a?oranzas de viejos privilegios seculares; pero as¨ª es la vida y as¨ª discurre la historia. Es comprensible, casi inevitable, que las familias ricas venidas a menos a?oren de cuando en cuando los privilegios de anta?o. La prohibici¨®n de mirar hacia atr¨¢s implicar¨ªa, pienso, un rigor excesivo. Hay que permitir que los viejos recuerdos conforten a nuestros mayores. No puede extra?ar que los mismos te¨®logos que abolieron el estatus privilegiado del cristianismo lo recuerden con cierta melancol¨ªa. Ha sido, creo, el caso de Benedicto XVI.
Ninguna religi¨®n deber¨ªa ahorrar a sus seguidores la dram¨¢tica experiencia de buscar la verdad
Despu¨¦s de esta especie de alegato en favor de la comprensi¨®n de los que, como Benedicto XVI, vivieron y a?oran otros tiempos, hay que a?adir que ni las religiones ni sus representantes deben obviar un cierto relativismo. Su compromiso con el pensamiento y con la b¨²squeda de la verdad las introduce de lleno en la aventura relativista. A no ser, claro est¨¢, que de nuevo se declaren poseedoras de la verdad absoluta. En tal caso habr¨ªa que recordarles las palabras de nuestro poeta Jos¨¦ ?ngel Valente: ¡°Muri¨®, es decir, supo la verdad¡±. Pero, mientras tanto, mientras no llegue el final, habr¨¢ que prestar atenci¨®n a Lessing, que prefer¨ªa la ¡°b¨²squeda de la verdad¡± a la ¡°posesi¨®n definitiva¡± de esta. Ninguna religi¨®n deber¨ªa ahorrar a sus seguidores la dram¨¢tica experiencia de la b¨²squeda de la verdad. La verdad no se puede servir en bandeja. Solo su b¨²squeda diaria nos va convirtiendo en ciudadanos de un mundo perplejo y cambiante. En realidad, sin un cierto relativismo no es posible la convivencia. La experiencia ense?a que todo el que camina por la historia exhibiendo absolutos deja un mal recuerdo. Lo humano es el ¨¢mbito humilde de lo relativo, tambi¨¦n en la esfera de las religiones. El mundo al que se asoma el creyente religioso es tan misterioso, tan tremendo y fascinante, tan abierto e inseguro que deja poco espacio para las convicciones fundamentalistas, esas que, seg¨²n Nietzsche, se convierte en ¡°prisiones¡±. No conviene olvidar el ¡°nada es cierto¡± de Pascal. Por supuesto: nadie deber¨ªa exigir a Benedicto XVI, ni a ning¨²n papa, que se convierta en un predicador del relativismo; pero se ha echado de menos en su pontificado, dicho con la suavidad que exige la hora de los elogios, una cierta comprensi¨®n e indulgencia hacia el relativismo.
La genialidad de la renuncia de Benedicto XVI, que ahora tendr¨¢ que ser imitada por los escalones inferiores de la jerarqu¨ªa cat¨®lica, tiene muchas ra¨ªces, pero me permito destacar la para ¨¦l m¨¢s importante: Ratzinger es un gran creyente cristiano. Dentro del cristianismo, la oraci¨®n desempe?a un papel decisivo. Y Ratzinger, hombre profundamente espiritual, rez¨® siempre, en la c¨¢tedra y en el pontificado. Hondamente convencido de la verdad y bondad del cristianismo, intent¨® siempre predicarlo como mejor sabe.
Su renuncia, tan sorprendente, llega en un buen momento. Su reconocimiento de que le ¡°faltan las fuerzas¡± puede dar que pensar a un mundo de ¡°poderosos¡±, casi de omnipotentes, en el que casi nadie dimite, aunque tenga sobrados motivos para ello. Nos puede recordar que tenemos una cita ineludible con la finitud, con los acabamientos definitivos. Nadie se queda para siempre. Lo dec¨ªa Bergam¨ªn: ¡°?Qu¨¦ m¨¢s te da no saber a qu¨¦ carta quedarte si despu¨¦s de todo no te vas a quedar?¡±. Rahner insist¨ªa en que la definici¨®n cristiana de la muerte es ¡°hacer sitio¡±. Benedicto XVI ha decidido hacer sitio antes de que le llegue la hora final. Algunos han manifestado ya su temor de que ¡°un papa vivo¡± pueda condicionar al futuro c¨®nclave. Cualquiera que conozca un poco al dimisionario sabe que eso no ocurrir¨¢. Ratzinger no es, creo, de los que renuncian al poder para seguirlo ejerciendo en la sombra. Adem¨¢s: no es poco poder el que acaba de ejercer: romper con el tab¨² de que el papa debe morir papa. Benedicto XVI, tan conservador, acaba de hacer un respetable gui?o a la modernidad de la Iglesia. No hay que excluir que su gesto ponga en marcha otras reformas necesarias y deseables.
Manuel Fraij¨® es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Religi¨®n de la UNED.
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