Proceso constituyente
Quiz¨¢ el envejecimiento no sea de la Consituci¨®n. Los actores que la firmaron han cambiado
La Constituci¨®n de 1978 se ha convertido en lo que los boxeadores llaman el punching ball, que en castellano viene a ser algo as¨ª como el saco de las hostias. Se pone en cuesti¨®n su validez desde distintos puntos de vista, pero los diagn¨®sticos de quienes quieren cambiarla coinciden en una cosa: en que ha envejecido.
Pero ?c¨®mo envejece un texto? Parece como si una ley natural condujera a que un acuerdo de convivencia fuera perdiendo poco a poco su validez. As¨ª, como si hubiera una degeneraci¨®n de las frases que la componen, o porque la tinta fuera perdiendo contraste. Pero quiz¨¢ es posible que el envejecimiento no sea del texto, sino que nos enfrentemos a una cuesti¨®n distinta, la de que los actores que la firmaron han cambiado. No se tratar¨ªa entonces de que el texto no sea adecuado, sino de que desde distintos sectores se quiere o se es incapaz de reafirmar el acuerdo b¨¢sico de convivencia, que no es otra cosa una Constituci¨®n sino eso.
En primer lugar, lo que parec¨ªa intocable, que es la Corona. Se ha dicho muchas veces que Espa?a no es mon¨¢rquica, sino juancarlista. Ese car¨¢cter tan accidental fue una transacci¨®n de consenso para un momento de especial delicadeza, la transici¨®n de la dictadura a una democracia. Lo que pas¨® es que Juan Carlos I fue capaz de demostrar el 23 de febrero de 1981 que la idea no hab¨ªa sido mala. Ahora, el mismo personaje, y su comportamiento, han dado alas a la tesis contraria, porque la primera autoridad del Estado se encarna en una persona que no tiene que estar siempre a la altura del papel que se le ha asignado. En otras palabras, que el propio Rey es quien tiene que ganarse a pulso, d¨ªa a d¨ªa, su puesto de trabajo. Un puesto que tiene las mismas obligaciones que las de un presidente de una Rep¨²blica, solo que con el a?adido de que se hereda, en lugar de ser elegido. A muy pocos pol¨ªticos espa?oles se les ocurre (todav¨ªa) que ese sea el asunto fundamental de la agenda pol¨ªtica. Pero hay una opini¨®n creciente que se?ala que una abdicaci¨®n a tiempo arreglar¨ªa, al menos de forma temporal, los problemas. Eso s¨ª, quedar¨ªamos, como siempre, al albur de que quien tome las riendas sea capaz de hacerlo bien.
El segundo frente es m¨¢s peliagudo. La cuesti¨®n nacional. Y el centro del mismo est¨¢ desde hace tiempo, aunque no se quisiera ver, en Catalu?a. Es tiempo de cal?otadas, un buen motivo para acercarse a la naci¨®n-nacionalidad-regi¨®n. Al tercer envite del porr¨®n, cualquier visitante podr¨¢ ver que el discurso que ha escenificado el PSC al votar en el Parlamento a favor del derecho a decidir es un discurso triunfante a cualquier escala, en cualquier estamento. El muy mediocre mensaje de ERC representado por Oriol Junqueras repica por doquier. Desde el agresivo ¡°Espa?a nos roba¡± hasta el manido ¡°no nos entienden¡±, los t¨®picos se repiten. No estamos lejos de llegar a donde Pasqual Maragall quiso despu¨¦s de hablar con Zapatero: el mensaje nacionalista de siempre (porque es el de siempre) se ha hecho hegem¨®nico. ?Es porque la Constituci¨®n ha envejecido? No, es porque los nacionalistas han ganado, ante la pasividad de fuerzas como el PSC, que han decidido acomodarse a sus tesis.
El tercer frente lo ha abierto el propio PSOE. Una comisi¨®n de expertos formada en Andaluc¨ªa ha elaborado un documento que en teor¨ªa deber¨ªa servir para recomponer las cosas. En forzosa s¨ªntesis, los constitucionalistas andaluces dicen que la Constituci¨®n solo se hizo leg¨ªtima a partir de que se votara el Estatuto de Andaluc¨ªa. Que la Constituci¨®n es ileg¨ªtima de origen, pero leg¨ªtima de uso. M¨¢s o menos.
Los dos frentes ¨²ltimos, de ser aceptados, nos conducen a un nuevo proceso constituyente, porque parten de la consideraci¨®n de ilegitimidad (sobrevenida u original) del texto. Cosa que no exige mucha carga de prueba para ser negada, si recordamos que la Constituci¨®n de 1978 es ad¨¢nica, es decir, que no puede ser leg¨ªtima en su sentido exacto, el que la RAE da a la palabra, porque no se basa en una ley anterior, sino en un acuerdo pol¨ªtico de gran envergadura.
Benedicto XVI ha demostrado que se puede dejar un puesto como el suyo. Lo dem¨¢s acaba siendo lo de siempre, o sea, pol¨ªtica de largo plazo. Pol¨ªtica en serio.
Pero da la impresi¨®n de que ni los dirigentes pol¨ªticos ni sus partidos pasan por un buen momento para hacerla. Salvo ERC.
?Vamos a un proceso constituyente? A abrir la caja de Pandora.
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