La d¨¦cada que fue (2003-2013)
Am¨¦rica Latina ha visto casi en su totalidad un crecimiento sostenido, niveles de pobreza y desigualdad m¨¢s reducidos y un aumento de la confianza y el activismo en el escenario mundial
La muerte de Hugo Ch¨¢vez se produjo pocos d¨ªas despu¨¦s de que en Estados Unidos se cumpliera el d¨¦cimo aniversario de la guerra de Irak. Tanto en Estados Unidos como en Am¨¦rica Latina, merece la pena reflexionar sobre esta ¨²ltima d¨¦cada: las lecciones que deber¨ªamos aprender, los riesgos y las oportunidades que vendr¨¢n.
Como era de esperar, el aniversario en Irak ha provocado bastante reflexi¨®n en Estados Unidos. La aventura militar que comenz¨® en marzo de 2003 est¨¢ ampliamente -y correctamente- considerada entre los errores estrat¨¦gicos m¨¢s caros de la historia estadounidense. Independientemente de c¨®mo se mida -en t¨¦rminos humanos, econ¨®micos o pol¨ªticos- la guerra fue un desastre.
La historia en Am¨¦rica Latina durante la ¨²ltima d¨¦cada -cuyo inicio se puede establecer en el comienzo de la Administraci¨®n Lula en Brasil en enero de 2003- es, por el contrario, una mucho m¨¢s feliz. La regi¨®n avanz¨® en general de manera positiva y fue testigo de una transformaci¨®n notable. Con Brasil, y ahora tambi¨¦n M¨¦xico, como l¨ªderes, Am¨¦rica Latina ha visto casi en su totalidad un crecimiento sostenido, niveles de pobreza y desigualdad m¨¢s reducidos y un aumento de la confianza y el activismo en el escenario mundial.
Para EE UU, la guerra de Irak ha tenido un significado pol¨ªtico enorme. Despu¨¦s de todo, Barack Obama fue elegido presidente por primera vez en 2008, en gran medida, por su oposici¨®n a aquella guerra ¡°escogida¡± (no necesaria). Con sus movimientos en Irak, y ahora en Afganist¨¢n (la guerra m¨¢s larga de la historia de EE UU), ha cumplido con sus promesas de retirada.
El equipo de pol¨ªtica exterior del segundo mandato de Obama -con John Kerry en el Departamento de Estado y Chuck Hagel en el de Defensa- s¨®lo refuerzan esa misma direcci¨®n hacia la prudencia. El Partido Republicano, mientras, se ha encontrado cada vez m¨¢s dividido entre uno grupo aislacionista y aquellos pol¨ªticos tradicionales que abogan por una diplomacia m¨¢s en¨¦rgica.
Sigue habiendo, en cierta manera, paralelismos con otra iniciativa equivocada - la guerra de Vietnam- que hizo que los estadounidenses desconfiaran de los compromisos militares. Pero ese per¨ªodo fue interrumpido por los ataques en Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001, sin los que Irak y Afganist¨¢n nunca ser¨ªan concebibles.
Es complicado separar la mir¨ªada de costes de la guerra de Irak de las dificultades financieras experimentadas por Estados Unidos, especialmente despu¨¦s de la crisis de 2008, y el pesimismo generalizado (el 60% de los ciudadanos considera que el pa¨ªs avanza en la direcci¨®n equivocada). Para EE UU, los costes econ¨®micos de la guerra se estiman, como m¨ªnimo, en un bill¨®n de d¨®lares -el economista Joseph Stiglitz calcula que ascender¨¢n a 3 billones.
Aunque la reacci¨®n natural en EE UU ha sido la de aislarse y desconfiar de futuras aventuras militares que supongan el env¨ªo de tropas (de ah¨ª la excepci¨®n del pol¨¦mico uso de los drones), el desaf¨ªo para el segundo mandato de Obama ser¨¢ dar con una pol¨ªtica exterior cre¨ªble y estrat¨¦gica que tenga en cuenta los intereses del pa¨ªs, sus responsabilidades globales y que adem¨¢s cuente con apoyo ciudadano. El mundo es, cuanto menos, cada vez m¨¢s turbulento -v¨¦ase el conflicto en Siria; la situaci¨®n actual en Egipto o Libia, y la creciente preocupaci¨®n en Ir¨¢n- y cada vez requerir¨¢ de mayor liderazgo de un EE UU que tenga claro c¨®mo proceder y los peligros a evitar. La guerra de Irak tendr¨¢ una influencia importante.
En Am¨¦rica Latina, mientras tanto, el mayor riesgo de continuaci¨®n de la ¨²ltima d¨¦cada es que una regi¨®n que ha funcionado tan bien no aprovechar¨¢ la oportunidad de llevar a cabo reformas profundas y pendientes en materia de educaci¨®n, justicia, seguridad, infraestructura y otras ¨¢reas que mejoran la productividad y la competitividad y que crean una base para un desarrollo amplio y a largo plazo.
La autocomplacencia, incluso el triunfalismo de determinados pa¨ªses, sigue siendo una preocupaci¨®n. El estado ruinoso de la econom¨ªa venezolana despu¨¦s de la era Ch¨¢vez deber¨ªa alertar a otros pa¨ªses de Am¨¦rica del Sur ricos en materias primas de aquellos peligros del llamado ¡°s¨ªndrome holand¨¦s¡± y de la necesidad de diversificar su econom¨ªa para aumentar su independencia y reducir su vulnerabilidad ante la fluctuaci¨®n de precios en el mercado global.
El final de la d¨¦cada marca adem¨¢s un momento en el que las pol¨ªticas sociales de innovaci¨®n -en su mayor¨ªa programas de microcr¨¦ditos- que han logrado reducir los niveles de pobreza, necesitar¨¢n ser complementados por nuevas iniciativas que respondan a las crecientes demandas y expectaciones de la cada vez m¨¢s amplia clase media de la regi¨®n. Para ello, ser¨¢ ¨²til prestar atenci¨®n al historial de esfuerzos realizados en Europa y en EE UU. Los programas gubernamentales tienen que seguir el ritmo de los profundos cambios econ¨®micos y sociales.
La ¨²ltima d¨¦cada ha demostrado la distinta suerte de EE UU y de Am¨¦rica Latina. EE UU cuenta con grandes fortalezas, y resistencia, pero dos guerras agotadoras, una crisis financiera y la grav¨ªsima presi¨®n fiscal han minado la confianza del pa¨ªs. Y Am¨¦rica Latina tambi¨¦n sigue enfrent¨¢ndose a problemas importantes, aunque los avances sociales y econ¨®micos desde 2003 han sido significativos en diversas medidas.
?Se pueden revertir estas tendencias? ?Se trata de un fen¨®meno c¨ªclico? Es dif¨ªcil saberlo. Podemos imaginar varios escenarios posibles. Pero est¨¢ claro que la cada vez menor asimetr¨ªa hist¨®rica entre EE UU y Am¨¦rica Latina, evidente durante d¨¦cadas pero de manera a¨²n m¨¢s acelerada entre 2003 y 2013, continuar¨¢ con toda probabilidad.
Eso exige una relaci¨®n constructiva entre EE UU y una Am¨¦rica Latina que todav¨ªa se est¨¢ desarrollando. Una relaci¨®n que exige un compromiso serio y bastante imaginaci¨®n de parte de Washington, y por parte de Am¨¦rica Latina, m¨¢s equilibrio entre las ¡°relaciones carnales¡± de Carlos Menem en los 90 y la postura beligerante de Hugo Ch¨¢vez durante la ¨²ltima d¨¦cada.
Michael Shifter es presidente del Inter-American Dialogue
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