Castigo sin crimen
La mayor¨ªa de las mujeres que sobrevivieron en el Gulag eran inocentes
Este mes de marzo se cumplen 60 a?os de la muerte Stalin. Su agon¨ªa fue poco envidiable: su hija Svetlana describe en sus memorias que durante horas su padre se ahogaba en una ronquera porque no pod¨ªa respirar. Ninguna pastilla, ninguna inyecci¨®n le alivi¨® en sus ¨²ltimos momentos porque su m¨¦dico personal, el ¨²nico en el que confiaba, se encontraba encarcelado: en su paranoia, Stalin hab¨ªa ordenado, tiempo atr¨¢s, que lo detuvieran y no permiti¨® que le tratara ning¨²n otro doctor. De modo que, jadeando, roncando, con el rostro azulado, tras haberse incorporado en la cama y haber recorrido a todos los ministros presentes con una mirada llena de odio, Stalin falleci¨®. ¡°Tuvo la muerte que se merec¨ªa¡±, concluy¨® su hija.
Al igual que Franco, que semanas antes de su muerte a¨²n firm¨® sentencias de muerte, tambi¨¦n Stalin tuvo su canto del cisne. Cinco a?os antes de morir llev¨® a cabo una gran represi¨®n, la segunda tras la extensa purga que hab¨ªa tenido lugar 10 a?os antes. Millones de personas fueron detenidas en los a?os 1947-1948, en una ¨¦poca en la que, tras una guerra felizmente ganada, el pa¨ªs empezaba a respirar y parec¨ªa iniciar una nueva vida. Varios millones ¡ªlas cifras difieren seg¨²n las fuentes¡ª de personas murieron en las c¨¢rceles y en los gulags, v¨ªctimas de esa ¨²ltima ola de represi¨®n ya en la posguerra.
Durante mis viajes a Rusia quise conocer a algunas v¨ªctimas del terror estalinista y tuve la oportunidad de conversar con ellas. Esos antiguos represaliados son hoy hombres y mujeres mayores de 80 a?os. Seg¨²n me informaron en el Memorial de Mosc¨², una instituci¨®n para la memoria hist¨®rica que subsiste con ayudas privadas y del extranjero, las mujeres padecieron las mismas condiciones infrahumanas que los hombres. ?C¨®mo puede una mujer sobrevivir a?os en esos desiertos siberianos de viento y hielo y a 14 horas de trabajo duro d¨ªa tras d¨ªa? Esa era una de las preguntas que hac¨ªa a las supervivientes del gulag cuando las visitaba en sus modestos hogares en la periferia de Mosc¨².
Curiosamente, la mayor¨ªa de las mujeres que sobrevivieron a los campos de trabajos forzados eran aquellas a las que hab¨ªan encarcelado injustamente. A ese grupo pertenec¨ªan las presas pol¨ªticas: las que alguien hab¨ªa delatado, invent¨¢ndose motivos pol¨ªticos, el espionaje era la acusaci¨®n m¨¢s frecuente, para conseguir su piso o su puesto de trabajo; sin juicio alguno se las enviaba al gulag como mano de obra gratuita. Las delincuentes no soportaban a las presas pol¨ªticas porque estas ¨²ltimas eran inocentes y en la jerarqu¨ªa del gulag pertenec¨ªan a la categor¨ªa m¨¢s alta. Aunque maltratadas por las delincuentes, las mujeres que eran conscientes de su propia inocencia pose¨ªan una mayor fuerza interior para aguantar el infierno del campo.
Dibujar con un trozo de piedra, confeccionar adornos con las espinas del pescado que se encontraban en el rancho, hacer teatro en las obligatorias celebraciones de las fiestas comunistas: todo eso ayudaba a sobrevivir. Los libros estaban prohibidos, al igual que los instrumentos musicales. Las que aprend¨ªan el arte de mirar m¨¢s all¨¢ de la suciedad del campo y de las alambradas descubr¨ªan el brillo de la nieve y el bajo sol rojo siberiano que se reflejaba en ella; esas presas ten¨ªan m¨¢s capacidad de supervivencia que el resto, al igual que las que se aseaban y ¡°planchaban¡± su ¨²nico par de pantalones entre el colch¨®n y el catre a la llegada al barrac¨®n tras la extenuante jornada laboral.
Para mi sorpresa muchas exprisioneras me contaron que si volvieran a vivir, querr¨ªan revivir un tiempo en el gulag: en la libertad nunca m¨¢s conocieron una amistad tan indestructible, un amor tan apasionado. Las emociones fuertes, positivas y negativas, que experimentaron en el gulag convirtieron la vida fuera del campo en ins¨ªpida. Una vez en libertad les cost¨® adaptarse a las alegr¨ªas cotidianas: las tiendas elegantes y los restaurantes de moda les parec¨ªan algo superfluo y banal; por eso sus relaciones con los que no hab¨ªan pasado por la misma experiencia eran dificultosas y muchas se casaron con antiguos presos.
?Cu¨¢l era el castigo m¨¢s duro de todos?, pregunt¨¦ a las ancianas. ?Pod¨ªa haber algo m¨¢s temible que pasar d¨ªas y noches, hambrienta, en una helada celda de castigo sumida en la oscuridad? S¨ª. Hubo algo m¨¢s refinadamente cruel. A Elena Markova, que este a?o cumple 88 a?os, la enviaron a Siberia a construir un muro con pesadas piedras: un d¨ªa ten¨ªa que construir y al d¨ªa siguiente le ordenaban que destruyera lo erigido; y as¨ª una y otra vez. En la inutilidad de un trabajo sobrehumano consist¨ªa la mayor tortura de todas las que las ancianas me contaron.
Los dioses de la antig¨¹edad griega castigaron de modo parecido a S¨ªsifo por haberse burlado de ellos. Los dictadores modernos se inspiran en los castigos de esos dioses pero difieren en lo sustancial: los dioses s¨®lo castigaban a los culpables, mientras que los tiranos contempor¨¢neos castigan a los inocentes.
Monika Zgustova es escritora. Acaba de publicar la novela La noche de Valia (Destino) que habla de las prisioneras del gulag.
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