Guerra de mitos
Frente a quienes celebran una Transici¨®n perfecta han surgido los que la consideran putrefacta. La ira contra un presente en crisis engendra el resentimiento contra el pasado, pero echarle las culpas es una actitud pueril
Por disparatado que parezca, la insensatez no es hoy hegem¨®nica, por mucho que algunos altos cargos p¨²blicos se obstinen en lo contrario. Es cierto que la verg¨¹enza ajena cobra consistencia f¨ªsica al escuchar a Cospedal mientras trapichea con desparpajo con la masacre nazi o mientras Artur Mas recupera la munici¨®n m¨¢s averiada para cargar a las cuentas del maligno (el Estado) las culpas de dos hijos de Pujol.
Visto as¨ª, no hay duda del abuso y hasta del combustible que a?aden ambos y tantos otros a la nueva c¨®lera santa y justa, es decir, a la condena a los infiernos del sistema entero, los partidos de unos y otros y la Transici¨®n al completo. A veces se nos olvida, sin embargo, que la libertad de escribir sin complejos en torno a la guerra y el franquismo ha sido muy reciente. No fue cosa de improvisar de un d¨ªa para otro una mirada m¨¢s justa y ecu¨¢nime sobre aquel pasado antiguo: la desactivaci¨®n de los prejuicios y la libertad de juicio misma tendr¨¢n quiz¨¢ 15, quiz¨¢ 20 a?os, aparte los valientes pioneros. El mito confortable de buenos y malos est¨¢ enterrado precisamente porque todos sabemos ya qui¨¦nes eran unos y otros, y so¨®lo desde esa conciencia ¡ªlos buenos eran los republicanos, los malos los franquistas¡ª podemos empezar a pensar en las maldades y bondades relativas. O incluso en las maldades de los buenos y las bondades de los malos, que es la ¨²nica manera de pensar.
Pero otra guerra de mitos tiene toda la pinta de estar empezando, y esta es tambi¨¦n innoble porque es falsa. Ha ido ceb¨¢ndose poco a poco el af¨¢n de derribar el mito de la Transici¨®n perfecta con el mito contrario de una Transici¨®n putrefacta. Y me temo que demasiados van a usar algunas de las ideas de Mu?oz Molina en Todo lo que era s¨®lido como martillo mec¨¢nico contra la Transici¨®n, pero no ser¨¢ contra la Transici¨®n real sino contra otra instrumental: abreviada, tuiteada. Hay varias razones hist¨®ricas obvias para que eso suceda hoy, y dos elementales: al crecimiento biol¨®gico de quienes fuimos ni?os de la Transici¨®n se ha sumado la angustia sangrante de la crisis, y la mezcla puede ser explosiva. La ira contra el presente engendra el resentimiento contra el pasado y el efecto ¨²ltimo es casi escenogr¨¢fico: de golpe parece haberse ca¨ªdo el tel¨®n y ha quedado a la vista, desparramada sobre el escenario, la mugre largamente ocultada.
Pero lo grave no es exactamente el carrusel de deficiencias de la Transici¨®n democr¨¢tica. Ni lo son tampoco ejemplos tan gr¨¢ficos como la retah¨ªla de limusinas de cristales tintados encamin¨¢ndose por las calles de Nueva York a inaugurar un acto ante los mismos que ocupan las limusinas (y media docena de asistentes ind¨ªgenas), ni tampoco es lo m¨¢s grave la instalaci¨®n de una feria, un festival, una exposici¨®n que no atraer¨¢ a nadie ni rendir¨¢ servicios tangibles, pero sin duda movilizar¨¢ ingentes recursos p¨²blicos.
No resulta cre¨ªble que todos se beneficiaran una rentabil¨ªsima claudicaci¨®n del deber del intelectual
Lo grave es creerse que ah¨ª se resume la Transici¨®n e incurrir de nuevo en la culpabilizaci¨®n pueril de ese pasado, como si de veras en ese tiempo todos estuviesen callados, todos untados por el dinero p¨²blico, todos entregados a la vaca lechera de no s¨¦ qu¨¦ rentabil¨ªsima claudicaci¨®n del deber del intelectual. Lo grave es consolarse del presente jibarizando una Transici¨®n democr¨¢tica complicad¨ªsima y disimular la responsabilidad com¨²n ante su deriva de los ¨²ltimos a?os, esos precisamente que tienen como adultos y ya plenamente responsables a quienes fuimos ni?os de la Transici¨®n (lo explicaba muy bien Javier Cercas en el art¨ªculo del domingo ¨²ltimo).
La voz del mismo Mu?oz Molina fue durante muchos a?os inquisidora y suspicaz, incluso acre, contra la vulgaridad rampante de las iniciativas localistas, la miop¨ªa cultural de la fe identitaria (catalana o extreme?a, vasca o andaluza), el atolondramiento de gabinetes de prensa y gestores culturales con presupuestos de fantas¨ªa, esa ofensiva sensaci¨®n de vivir entre nuevos ricos y sus opulencias plastificadas. Por eso no anima a Mu?oz Molina el af¨¢n de venganza ni el resentimiento sino la perplejidad del moralista contrariado por la inoperancia o incluso la invisibilidad de las voces que advirtieron en directo sobre esas taras democr¨¢ticas y sobre la proliferaci¨®n pol¨ªtica del delirio megal¨®mano.
Algunos incluso reprobaron (reprobamos) hace a?os ese enquistamiento moralizante de algunos art¨ªculos de Mu?oz Molina, y alguna viej¨ªsima pol¨¦mica ha quedado en la memoria cultural como ejemplo paradigm¨¢tico de incomodidad con los tiempos modernos. A Mu?oz Molina le parec¨ªa obscena y superficial la exhibici¨®n de violencia impune y absurdo c¨®mico que destilan las pel¨ªculas de Quentin Tarantino, y a otros nos parec¨ªa que aplicaba una lente de lectura equivocada sobre ese cine. Sin embargo, era el s¨ªntoma est¨¦tico de un hast¨ªo ¨¦tico ante las expresiones gr¨¢ficas de la nueva cultura que ¨ªbamos haciendo entre todos, unos adulando a Tarantino y otros deplorando la anacron¨ªa de sus detractores. Hoy cobra ese sentido descriptivo la pelea de Mu?oz Molina contra iconos muy populares de la posmodernidad, y quiz¨¢ deja ver mejor que se trataba de la expresi¨®n de un disgusto latente ante parte de la cultura actual.
Hubo quienes advirtieron en directo sobre la proliferaci¨®n pol¨ªtica del delirio megal¨®mano
Sin embargo, ese talante cr¨ªtico del moralista a la francesa fue una de las aportaciones m¨¢s valiosas de la literatura y el ensayo en la prensa de la democracia. De Mu?oz Molina y de muchos otros, por supuesto, aunque hoy la memoria finja que nadie denunciaba nada, que nadie deploraba los abusos, que nadie reprend¨ªa al poder en sus comportamientos bochornosos. Esas taras estuvieron en los papeles, fueron le¨ªdas y difundidas desde los principales medios, y las firmaban personas de cr¨¦dito, capacidad argumental y audiencia: se llamaban Rafael S¨¢nchez Ferlosio o Fernando Savater, Carmen Mart¨ªn Gaite, se llamaban Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n, Javier Mar¨ªas, F¨¦lix de Az¨²a, Victoria Camps, Juan Jos¨¦ Mill¨¢s o Francisco Fern¨¢ndez Buey, y se fueron llamando Miguel S¨¢nchez-Ostiz, Rafael Chirbes, Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao o el mismo Cercas, entre muchos otros, y en los m¨²ltiples formatos que todos ellos han ensayado como escritores (del ensayo reflexivo o de batalla a la p¨¢gina de diario crispada y contundente).
Ha habido novelistas que han destinado gran parte de sus energ¨ªas novelescas a recrear la proliferaci¨®n de horteras con gomina y carteras abultadas, de trajes car¨ªsimos y comilonas ofensivas. Esos diarios que pocos leen y muchos consultan de Andr¨¦s Trapiello contienen una cr¨®nica secreta de esa conducta del poder, del literario, del pol¨ªtico, del medi¨¢tico, adem¨¢s de ser muchas cosas m¨¢s. Esa panoplia de observaciones jugosas y de reprobaciones concretas hace tiempo que es una fuente formidable de informaci¨®n sobre el interior imperfecto, a veces directamente oprobioso, de muchos sectores de la sociedad y la cultura espa?olas. Y nada de eso fue secreto, como no fueron secretas las ingentes cantidades de art¨ªculos y de ensayos sobre la imperfecci¨®n democr¨¢tica de nuestra democracia y sobre la evoluci¨®n de la imagen que la sociedad espa?ola generaba sobre s¨ª misma.
No ha llegado, por fin, el momento de la revelaci¨®n de secretos cobardemente callados por todos porque gran parte de ellos ya estaban aqu¨ª. Lo grave hoy ser¨ªa mantener la inconsecuencia con aquellos avisos y con los nuevos datos y las nuevas pistas sobre el interior turbio o directamente errado del sistema. La ¨¦tica democr¨¢tica se fabrica en una basculaci¨®n c¨ªclica de verdades y mentiras, pero no de hegemon¨ªas presuntamente asfixiantes y ¨²nicas. Hoy en la balanza ¨¦tica pesar¨¢ leg¨ªtimamente la denuncia de la mentira y el abuso del pasado, pero su productividad reformadora est¨¢ directamente atada al hilo rojo de una vocaci¨®n anal¨ªtica que hoy parece pura invenci¨®n pero existi¨® y fue cierta, aunque no muy eficaz (pero eso tampoco es exactamente una novedad). Cambiar hoy de manique¨ªsmo equivale a resucitar la peor herencia intelectual que dej¨® el franquismo: la propensi¨®n morbosa a dar la batalla arroj¨¢ndose mitos a la cabeza. Y el juego m¨¢s pueril de todos ser¨ªa hoy arrojar el mito de una Transici¨®n fraudulenta contra una Transici¨®n inmaculada.
Jordi Gracia es profesor y ensayista.
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