El final de la Monarqu¨ªa prepol¨ªtica
Se impone reformar la Constituci¨®n y someter a la Corona al control democr¨¢tico
El problema de las desgracias no es ¨²nicamente que nunca vengan solas, sino que, por el hecho de venir acompa?adas, redoblen su condici¨®n de desgracias. Intento explicarme. La complicada tesitura por la que atraviesan las dos m¨¢s altas autoridades del Estado, el Rey por el caso Urdangarin y el presidente del Gobierno por el caso B¨¢rcenas,tiene m¨¢s rasgos en com¨²n que el mero hecho de que ambas est¨¦n siendo sometidas a un chantaje. Acaso el m¨¢s importante sea el inequ¨ªvoco aroma de corrupci¨®n y despilfarro que ambas situaciones desprenden, rasgo particularmente escandaloso en las actuales circunstancias, en las que amplios sectores de la sociedad est¨¢n pasando por momentos de extremada dureza ¡ªcuando no, en muchos casos, directamente dram¨¢ticos¡ª mientras tienen que escuchar, en bastantes casos en boca de las mencionadas autoridades, reiterados llamamientos a la austeridad y el sacrificio.
Pero junto a este rasgo, ciertamente destacado, habr¨ªa otro que tampoco deber¨ªa pasar inadvertido. Son muchas las personas que en estos d¨ªas se preguntan, asombradas, c¨®mo puede ser que un elevado n¨²mero de pol¨ªticos del PP, ahora salpicados por el esc¨¢ndalo de su extesorero, se comportaran durante bastante tiempo sin la menor cautela, dejando un rastro de gastos ostentosos, facturas comprometedoras y otros indicios inequ¨ªvocamente culpabilizadores. Es m¨¢s que probable que la clave de tanta audacia residiera en la sensaci¨®n de impunidad que sin duda les proporcionaba a todos ellos haber ido consiguiendo desde hace a?os ¡ªen alg¨²n caso a base de triqui?uelas legales¡ª escapar a la acci¨®n de la justicia.
Perseverancia an¨¢loga parece haberse producido en la Jefatura del Estado, ¨¢mbito en el que quisiera centrarme en lo que resta del presente texto. No cabe obviar, a estas alturas, que llueve sobre mojado. A lo largo de los ¨²ltimos 30 a?os (esto es, iniciando la cuenta a partir del 23-F) no han ido faltando las ocasiones en las que el ciudadano de este pa¨ªs pod¨ªa tener fugaz noticia de la existencia de alg¨²n comportamiento de dudosa valoraci¨®n en m¨¢s de un aspecto por parte del Monarca. Me vienen ahora a la cabeza alusiones, le¨ªdas en semanarios o en un rinc¨®n apenas destacado de alg¨²n peri¨®dico, a compa?¨ªas poco recomendables desde el punto de vista pol¨ªtico-econ¨®mico, a ostentosos regalos de los consabidos jeques ¨¢rabes (que se justificaban de manera indefectible con referencias a una vieja amistad), o a an¨¦cdotas, inoportunamente reveladas, que delataban un tren de vida lujoso en exceso. En la pr¨¢ctica totalidad de los casos, de inmediato se corr¨ªa una cortina de silencio sobre la informaci¨®n. Pare-c¨ªa existir un acuerdo entre las grandes empresas period¨ªsticas ¡ªignoro hasta qu¨¦ punto era t¨¢cito o expl¨ªcito¡ª para poner a salvo a la Corona del escrutinio p¨²blico que esos mismos medios se supone que hab¨ªan aplicado siempre al resto de los mortales.
Se ha protegido al monarca hasta que la realidad misma se ha encargado de emitir severas se?ales de alarma
El presumible motivo del silencio daba la impresi¨®n, al menos en primera instancia, de resultar muy atendible. Se trataba de salvaguardar una instituci¨®n que hab¨ªa desempe?ado un papel fundamental no solo en el advenimiento de la democracia sino, tal vez sobre todo, en su mantenimiento al asumir una decidida defensa de la misma frente al intento de golpe de Estado de Tejero. De hecho, no otro es el argumento que en estos d¨ªas reiteran todav¨ªa muchos de los que, incluso desde la izquierda, defienden la figura del Rey frente al alud de cr¨ªticas que est¨¢ recibiendo.
Pero tal vez el error haya consistido en no someter en ning¨²n momento a revisi¨®n la manera inicialmente elegida de proteger al Monarca, perseverando en ella hasta que la realidad misma se ha encargado de emitir severas se?ales de alarma. O hasta que, por decirlo con otras palabras, se ha hecho evidente que dicha manera encerraba una profunda contradicci¨®n, que ha terminado por resultar insostenible. Porque parec¨ªa tratarse, por decirlo de forma extremadamente sint¨¦tica, de garantizar la persistencia de la democracia a base de poner al margen de ella al que se presum¨ªa su mejor defensor. De atribuir al Monarca un lugar prepol¨ªtico, como si su supuesta funci¨®n de condici¨®n de posibilidad del sistema democr¨¢tico justificara convertirlo en tan inmune a la cr¨ªtica p¨²blica como irresponsable desde el punto de vista legal. En el fondo se estaba transmitiendo el mensaje de que la democracia no puede ser autosuficiente, no resulta capaz de controlar sus propios desvar¨ªos ni de neutralizar sus propios anticuerpos, sino que necesita siempre de una instancia exterior a ella misma para garantizarla.
Solo cabe saludar, desde luego, como un gesto positivo el que se adopten ahora iniciativas como la de incluir a la Casa del Rey en la futura ley de transparencia, pero lo menos que cabe comentar al respecto es que semejante iniciativa est¨¢ llegando con d¨¦cadas de retraso, durante las cuales se han ido acumulando errores hasta llegar a la situaci¨®n actual, en la que cualquier ciudadano puede escuchar, escandalizado, en alguno de los debates pol¨ªticos que ocupan la programaci¨®n televisiva del fin de semana, c¨®mo el tradicional elogio dirigido al titular de la Corona seg¨²n el cual este era el mejor embajador de Espa?a en el mundo y quien m¨¢s eficazmente facilitaba que las empresas espa?olas pudieran expandirse m¨¢s all¨¢ de nuestras fronteras, ha mutado en la brutal observaci¨®n de que lo que en realidad desarrollaba durante sus viajes oficiales al extranjero eran tareas de comisionista.
Dur¨® mucho el empecinamiento en el error como para que sirvieran de algo los tard¨ªos intentos, ret¨®ricos, de enderezar el rumbo. Las dos afirmaciones mayores del discurso de Navidad de 2011, la de la necesidad de ejemplaridad de quienes ocupan cargos p¨²blicos y la de la igualdad de todos ante la ley han terminado volvi¨¦ndose, en dos momentos diferentes (el del accidente de Botsuana y el de la imputaci¨®n de la Infanta), como un demoledor bumer¨¢n contra quien las pronunci¨®. Nunca debi¨® plantearse ¡ªalguien lo dijo¡ª en t¨¦rminos de ejemplaridad lo que era una cuesti¨®n de responsabilidad, imposible de resolver con meras excusas, por m¨¢s que fuera de agradecer el detalle.
Gestos como incluir en la ley de transparencia a la Casa del Rey llegan con d¨¦cadas de retraso
Por todo ello, se impone cambiar el rumbo y abordar de forma abierta y decidida la empresa del desarrollo y reforma de los t¨ªtulos de la Constituci¨®n que hacen referencia a la Corona con el objeto de someter su funcionamiento a control democr¨¢tico. No le faltaba raz¨®n al secretario general del PSC, Pere Navarro, al introducir en el debate pol¨ªtico de este momento la cuesti¨®n de la sucesi¨®n en la Jefatura del Estado (aunque se equivocara por completo en la elecci¨®n del momento de plantearla). Pero inyectar en nuestra m¨¢s alta magistratura la pol¨ªtica que le hace falta a fin de que salga de una vez por todas del limbo prepol¨ªtico en el que ha vivido instalada hasta hoy implica necesariamente anudar el relevo sucesorio con el resto de las ineludibles reformas constitucionales que tiene pendientes este pa¨ªs.
El desaf¨ªo que en todo caso le aguardar¨ªa al heredero iba a ser de enorme envergadura. Incluso cabr¨ªa anticipar que comparable al que le toc¨® afrontar, hace casi 40 a?os, a su padre. La ineludible regeneraci¨®n democr¨¢tica y la soluci¨®n al problema territorial, representando sin duda problemas de enorme magnitud, acaso no sean los m¨¢s graves con los que va a tener que enfrentarse necesariamente la sociedad espa?ola cuando emprenda la revisi¨®n de su Carta Magna. Porque si la Constituci¨®n de 1978 fue elaborada, de acuerdo con lo que suelen repetir sus m¨¢s reticentes cr¨ªticos, bajo la estricta supervisi¨®n de los poderes f¨¢cticos herederos del franquismo, cualquier reforma que a partir de ahora se emprenda con toda seguridad va a estar estrictamente tutelada por otro tipo de poderes, como la desafortunada reforma expr¨¦s de agosto de 2011 dej¨® meridianamente claro. No se imaginan ustedes cu¨¢nto me gustar¨ªa equivocarme, pero mucho me temo que el rumor de sables de los a?os setenta va a ser un juego de ni?os comparado con el ensordecedor rumor de mercados que va a atronar la atm¨®sfera de este pa¨ªs en cuanto nos pongamos manos a la obra.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona. Acaba de publicar el libro Fil¨®sofo de guardia (RBA).
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