Historia de una pashmina
Siendo pieza tan cotizada, es probable que en todo el meneo a Pantoja alguien aprovechara para llev¨¢rsela para su uso personal o como 'souvenir'.
As¨ª fue es el t¨ªtulo de uno de los mejores ¨¦xitos de Isabel Pantoja. Compuesta por el m¨ªtico cantante mexicano Juan Gabriel, es la historia de un desamor que gener¨® ventas millonarias en toda Latinoam¨¦rica. En ella, Pantoja exprime su garganta melodram¨¢tica al grito de ¡°No te aferres¡ ya no te aferres, a un imposible, no me hagas ni te hagas m¨¢s da?o¡±. La frase hoy d¨ªa sobrevuela el tremendo zarandeo vivido por la tonadillera a la salida del juzgado donde acababan de condenarla para no encarcelarla. Pantoja, Mu?oz y Zald¨ªvar se aferraron a un imposible: que la justicia no quisiera dar un castigo ejemplar.
Aferrarse es un intento de supervivencia, as¨ª como de tozudez. Pantoja se aferr¨® a Juli¨¢n Mu?oz y fue su error. El Partido Popular se aferra a la idea de que sus cuentas son legales porque el Tribunal de Cuentas las valid¨®, y eso alargar¨¢ la sombra de B¨¢rcenas sobre sus dirigentes. Nicol¨¢s Maduro se aferra al poder en Venezuela de la misma manera que Capriles se aferra a la idea de que el conteo de votos le dar¨¢ la victoria. Oriol Pujol se aferra a Catalu?a como la Infanta Cristina a la Corona. Todos aferrados a algo porque el mundo no hace m¨¢s que resquebrajarse.
El ¨¢spero juicio del caso Malaya oblig¨® a Pantoja a aferrarse a algo suave: su pashmina color blanco roto. La us¨® en todas las citas clave, como un fetiche judicial. La pashmina es un chal de lana de cachemir, muy de moda en los noventa, que gusta a grandes damas como Carolina de M¨®naco. Recientemente, la princesa la ha llevado en su visita a Londres por el nacimiento de su primer nieto. Se ve que en para¨ªsos como Montecarlo y Marbella la suavidad de la pashmina aporta calidez y bienestar, pero no ahoga. Lo que a veces se ignora es que vestirla puede provocar roces con la ley: la cabra de Cachemira muda su pelaje invernal cada primavera; esas fibras quedan atrapadas en los arbustos, pero la demanda internacional ha hecho que se esquilme brutalmente a los animales. Siendo pieza tan cotizada, es probable que en todo el meneo a Pantoja alguien aprovechara para llev¨¢rsela para su uso personal o como souvenir. O, sencillamente, que Isabel la dejara atr¨¢s porque ya no la necesitaba. Probablemente la infanta Cristina no haya podido ver las im¨¢genes de la reina de la copla desmayada, as¨ª que tampoco puede imaginar un escenario parecido si acudiese a declarar. Nosotros tampoco. ?C¨®mo la tratar¨ªa la gente arremolinada? ?Le gritar¨ªan tambi¨¦n a la vez choriza y guapa? Por si acaso, Cristina le ha pedido prestada una pashmina a su madre y un buen abogado a su padre.
Hoy Pantoja est¨¢ medio ahogada, pero cuando emprenda su gira de resurrecci¨®n (y no tenga los problemas de insomnio de Michael Jackson), volver¨¢ a rugir no solo el lenguaje secreto de las coplas y su dominio de la bata de cola, sino tambi¨¦n su maestr¨ªa en hacernos sentir de nuevo parte de ella, de sus culpas, sus equivocaciones, su necesidad de perd¨®n. Con Pantoja lo hemos vivido todo: el arrebato sentimental con Paquirri, la herida de la viudez, el trascendental paso de Paquirr¨ªn a Kiko, la adopci¨®n de Chabelita y los juegos a la sombra de la espuma con Mar¨ªa del Monte (momento realmente feliz en todo el pantojeo). Y, de repente, un verano y un Roc¨ªo, los bigotes de Juli¨¢n Mu?oz la devuelven a la heterosexualidad contante y sonante. Al ver c¨®mo el pa¨ªs navegaba en la corrupci¨®n, ella tambi¨¦n, marinera de luces, quiso probarlo dej¨¢ndose llevar por la corriente aferrada a un tri¨¢ngulo amoroso. Ahora, condenada y libre, espera renacer en un espumoso momentazo de ave f¨¦nix.
No est¨¢ tan claro que lo mismo pueda sucederle a Francisco Camps, que tambi¨¦n desea volver a los escenarios. Ni a Luis B¨¢rcenas, otro que se aferr¨® a su partido y sus escritos, del cual todos prefieren desembarazarse como si fuese algo muy pegajoso, pero no hallan c¨®mo. En el gimnasio, donde el extesorero y yo compartimos vestuario y donde nos hemos visto con nuestras toallas siempre bien aferradas a la cintura, consideran que su presencia choca con la remodelaci¨®n de las instalaciones. El d¨ªa de la reapertura, los clientes se aferraban a la barandilla de la escalera pendientes de su llegada. Se dec¨ªa que algunos socios hab¨ªan pedido su expulsi¨®n ¡°porque casi me hace arrepentirme de mi voto al Partido Popular¡± y exclamaban. ¡°?Es una verg¨¹enza!¡±. Mientras, en esquinas m¨¢s discretas y entre bicis est¨¢ticas, se comentaba que, pese a la remodelaci¨®n, las taquillas de B¨¢rcenas y de su enemigo Tr¨ªas se manten¨ªan peligrosamente pr¨®ximas. Otra idea a la que nos aferramos: la democracia y los partidos tambi¨¦n se dirimen en los vestuarios.
Al final, cuando toda esta crisis termine, alg¨²n d¨ªa no antes de 2016, recordaremos a los imputados como los nuevos vips, que rebajaban kilos gracias al deporte y ganaban popularidad seg¨²n aparecieran en sus pase¨ªllos ante los jueces, como un photocall. En realidad esas apariciones se han transformado en el ¨²nico escapismo que somos capaces de generar en estos meses. As¨ª, cada vez que hablen de I?aki o de Panto o de Oriol Pujol consigues olvidarte de un desahucio o cualquier otra inmoralidad, dej¨¢ndote atrapar por la melod¨ªa de una canci¨®n titulada As¨ª fue.
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