El juramento
El general y cient¨ªfico Emilio Herrera pidi¨® en 1931 al rey Alfonso XIII que lo liberara del v¨ªnculo del t¨ªtulo de Gentilhombre de C¨¢mara para optar por la causa republicana, a la que fue fiel hasta el final de la guerra
Mi padre ten¨ªa un recuerdo n¨ªtido de aquella tarde oto?al de 1928, cuando un gran pez plateado qued¨® suspendido sobre el cielo de Barcelona mientras los ¨²ltimos rayos de sol se reflejaban en sus escamas de aluminio. El Graf Zeppelin hab¨ªa sobrevolado el puerto y, tras seguir el rumbo marcado por las Ramblas, cruzaba lentamente la plaza de Catalunya. Hemos visto reproducida con frecuencia la fotograf¨ªa del gigantesco dirigible, como varado sobre la ciudad, as¨ª como otra imagen del mismo zeppelin sobre los rascacielos de Nueva York, una vez realizada la legendaria traves¨ªa del Atl¨¢ntico. Ahora s¨¦, gracias a los estudios de Emilio Atienza, que a bordo se hallaba, como segundo comandante, un hombre de una personalidad extraordinaria, el cient¨ªfico y militar Emilio Herrera, un personaje singular bajo todos los puntos de vista.
La verdad, sin embargo, es que hubiese debido conocer desde hace tiempo la participaci¨®n del general Herrera en la aventura del Graf Zeppelin pues durante a?os tuve un informador de primera mano: su nieto Jos¨¦ Miguel Herrera, uno de los amigos m¨¢s entra?ables que yo haya tenido, muerto prematuramente hace un par de lustros. Jos¨¦ Miguel, con quien entabl¨¦ amistad en Roma, donde ambos viv¨ªamos, adoraba a su abuelo y no se cansaba de relatar hechos relacionados con su figura. Pero, por alguna raz¨®n, no me cont¨®, estoy casi seguro, la odisea del Graf Zeppelin.
Mi amigo era una encarnaci¨®n y un fruto del exilio republicano. Hijo del poeta Herrera Petere, naci¨® en M¨¦xico y luego vivi¨® entre Par¨ªs y Ginebra. Conoc¨ªa familiarmente a muchos de los miembros de la Generaci¨®n del 27, as¨ª como a destacados intelectuales del destierro. Si no estoy equivocado Picasso era su padrino y, en Roma, Alberti, su mentor. Hablaba, aunque sin insistencia, de todos ellos. No obstante, quien le merec¨ªa aut¨¦ntica devoci¨®n era su abuelo. Yo, por supuesto, no sab¨ªa qui¨¦n era el general Emilio Herrera que, en boca de Jos¨¦ Miguel, se convert¨ªa en un h¨¦roe renacentista trasladado al siglo XX. El general Herrera era, seg¨²n su nieto, un cient¨ªfico de gran categor¨ªa que se carteaba a menudo con Einstein; un aviador osado, capaz de las haza?as m¨¢s audaces; y un hombre de honor que, como militar, hab¨ªa respetado su juramento de lealtad a la Rep¨²blica, oponi¨¦ndose a la rebeli¨®n de Franco.
Cuando venci¨® Franco, fue expulsado de la memoria colectiva y tratado como traidor
Un d¨ªa Jos¨¦ Miguel se present¨® con un ejemplar de la revista La Estampa, correspondiente a abril de 1932. S¨¦ con exactitud el nombre de la publicaci¨®n y la fecha gracias a que aparece en la excelente biograf¨ªa del general escrita por Emilio Atienza, y que ha puesto referencias exactas a un fragmento de mi memoria. Lo que conten¨ªa aquella p¨¢gina de La Estampa era una cr¨®nica de una conferencia dictada por Emilio Herrera sobre c¨®mo se desarrollar¨ªan en las pr¨®ximas d¨¦cadas los viajes a la Luna. Herrera hab¨ªa dise?ado una nave que recorrer¨ªa la distancia a 33.000 kil¨®metros por hora y, a trav¨¦s de c¨¢lculos aeron¨¢uticos, quer¨ªa demostrar que la carrera espacial ya era perfectamente posible. Me acuerdo muy bien c¨®mo estuvimos comentando el curioso dise?o de la nave, un h¨ªbrido de avi¨®n y cohete. En parte, entonces, por las informaciones de Jos¨¦ Miguel, en parte, ahora, por la lectura de los textos de Atienza, tambi¨¦n estoy al corriente de la participaci¨®n de Emilio Herrera en destacadas investigaciones cient¨ªficas, sobre todo tras su exilio en Francia, desde estudios sobre la energ¨ªa at¨®mica, incluida cierta premonici¨®n sobre el desastre de Hiroshima, hasta asombrosas aproximaciones a lo que ser¨ªa el futuro traje espacial que, llegado el momento, le valieron el reconocimiento tanto de los rusos como de los americanos.
Todo eso era, desde luego, fascinante, pero lo que subyugaba a Jos¨¦ Miguel y, a trav¨¦s de sus palabras, a m¨ª era la dimensi¨®n moral de Emilio Herrera. A¨²n hoy creo que en toda su historia hab¨ªa algo de personaje de Joseph Conrad, en especial a partir de un acontecimiento que marcar¨ªa su vida. Emilio Herrera, nacido en el seno de una familia de militares, era un hombre conservador aunque ilustrado. Cat¨®lico y mon¨¢rquico, le hab¨ªa sido otorgado por el rey, a consecuencia de sus m¨¦ritos cient¨ªficos, el t¨ªtulo de Gentilhombre de C¨¢mara. En 1931, tras la proclamaci¨®n de la Rep¨²blica, Herrera realiz¨® un viaje a Par¨ªs, donde se hallaba exiliado el rey, para pedir personalmente la liberaci¨®n del v¨ªnculo. Alfonso XIII le excus¨® de su juramento, de modo que pudiese sentirse libre para elegir. Despu¨¦s de agradecerle el gesto Herrera comunic¨® al monarca que optaba por la causa republicana y que, en consecuencia, mantendr¨ªa hasta el final el juramento de lealtad a la Rep¨²blica que, como militar, iba a realizar.
Y lo mantuvo. De modo que cuando en julio de 1936 la inmensa mayor¨ªa de los militares se sublevaron contra la Rep¨²blica, quebrando el juramento y convirti¨¦ndose en traidores, el general Emilio Herrera se mantuvo fiel a s¨ª mismo, leal antes al compromiso con la Monarqu¨ªa y tambi¨¦n leal despu¨¦s al que le un¨ªa a la Rep¨²blica. Naturalmente, vencedor Franco en 1939, Herrara fue expulsado de la memoria colectiva espa?ola e incorporado ¡ªcomo los otros militares republicanos¡ª a las tinieblas de la traici¨®n, cumpli¨¦ndose el reflejo en el espejo invertido que todav¨ªa perdura entre nosotros, y que hace brumosa la identificaci¨®n de la indignidad, tanto ayer como hoy.
Como tuvo que realizar muchos vuelos nocturnos, aprendi¨® el m¨¦todo braille para poder leer
Como si fuera el protagonista de una novela de Conrad Emilio Herrera estuvo en todo momento atento al mantenimiento de la dignidad lo que, ya en el exilio, le vali¨® el reconocimiento de unos pero tambi¨¦n la aversi¨®n de otros, los m¨¢s sectarios, quienes consideraban poco fiable, y aun peligroso, a un hombre que defend¨ªa la supremac¨ªa de la ¨¦tica sobre la ideolog¨ªa. Entre estos ¨²ltimos no le faltaron los reproches de los que reconoc¨ªan su fidelidad a la Rep¨²blica pero reprobaban su anterior adhesi¨®n a los principios mon¨¢rquicos. Sin embargo, creo que era ese desprecio por los sectarismos y esa ecuanimidad casi incomprensible en medio de bandidajes y partidismos lo que despertaba la admiraci¨®n del nieto.
Hay, por ¨²ltimo, una an¨¦cdota relatada por mi amigo Jos¨¦ Miguel, y confirmada por su bi¨®grafo Emilio Atienza, que transmite con precisi¨®n la pasi¨®n y tenacidad del general Herrera. Como uno de los responsables m¨¢ximos de la aviaci¨®n republicana, Herrera deb¨ªa realizar continuos vuelos nocturnos, sin luz alguna en los aparatos, para evitar el fuego enemigo. As¨ª recorr¨ªa la Pen¨ªnsula, de un extremo a otro, incluidas las zonas franquistas. Su nieto aseguraba que su pasi¨®n por la lectura era tal que hab¨ªa aprendido el m¨¦todo braille para leer, como los ciegos, en plena oscuridad. Debo reconocer que siempre pens¨¦ que se trataba de una exageraci¨®n. Sin embargo, en la biograf¨ªa de Atienza hay una cita de Pablo Neruda en la que se prueba que yo estaba equivocado: ¡°Obligado (Emilio Herrera) a volar en la m¨¢s absoluta oscuridad, aprendi¨® el m¨¦todo braille para mantener su mente ocupada. Cuando domin¨® la escritura de los ciegos viajaba en sus peligrosas misiones leyendo con los dedos, mientras Espa?a abajo ard¨ªa en el fuego y dolor de la guerra. Alcanz¨® a leerse El conde de Montecristo, y al iniciar Los tres mosqueteros fue interrumpida su lectura nocturna de ciego por la derrota y el exilio¡±.
Rafael Argullol es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.