El gobierno de los otros
En un mundo interdependiente se han acabado los espacios delimitados de la soberan¨ªa: hemos de acostumbrarnos a que nos digan lo que tenemos que hacer. Pero con criterios de reciprocidad y deliberaci¨®n
Vivimos con la sensaci¨®n de ser gobernados por otros. Poderosas presiones exteriores ¡ªdesde la dudosa autoridad de los mercados hasta el creciente intrusismo de la comunidad internacional, pasando por los actuales desequilibrios de la Uni¨®n Europea que han instaurado una hegemon¨ªa alemana o el simple hecho de la afectaci¨®n, el contagio y la mutua exposici¨®n que forman parte de nuestra condici¨®n global¡ª parecen convertir el ideal de autogobierno democr¨¢tico en una promesa que las actuales condiciones no permiten cumplir. El mundo de Westfalia (los Estados autosuficientes, la soberan¨ªa de los electores) ha sido ¨²til para la construcci¨®n de una legitimidad democr¨¢tica que distingu¨ªa entre lo interior y lo exterior, entre las libres decisiones propias y las ileg¨ªtimas injerencias externas, pero en un mundo interdependiente ¡ªm¨¢s a¨²n en la Europa integrada¡ª solo se pueden mantener estas categor¨ªas pol¨ªticas si aciertan a transformarse profundamente.
Esta nueva constelaci¨®n obedece a procesos de alcance global y a la propia din¨¢mica de la integraci¨®n europea, fen¨®menos ambos que responden a la creciente interdependencia entre las sociedades y a la necesidad de gobernar de alg¨²n modo estas realidades. En el plano global se va configurando una opini¨®n p¨²blica mundial m¨¢s vigilante y una comunidad internacional m¨¢s intrusiva, con errores por exceso (como la invasi¨®n de Irak en 2003) o por defecto (las dudas frente Siria en estos momentos, por ejemplo). En lo que se refiere a la Uni¨®n Europea, basta un examen del vocabulario dominante para entender que la autodeterminaci¨®n en el formato habitual es una cosa del pasado: no hacemos otra cosa que hablar de supervisi¨®n, coordinaci¨®n, armonizaciones, riesgos compartidos, intervenci¨®n, exigencias, vigilancia, pactos vinculantes, cr¨¦ditos, regulaci¨®n, salvamentos, disciplina, sanciones¡
?C¨®mo podemos calificar este nuevo escenario? De entrada, deber¨ªamos evitar la generalizaci¨®n que valora toda injerencia como algo negativo y democr¨¢ticamente inaceptable. Se trata de un fen¨®meno ambivalente, positivo en unos casos y negativo en otros, como casi todo lo humano. El modo como se impone la austeridad en Europa es un ejemplo de erosi¨®n de nuestra comunidad democr¨¢tica, mientras que la actual vigilancia democr¨¢tica sobre Hungr¨ªa constituye un deber para salvaguardar los valores de la Uni¨®n Europea.
Comencemos por lo positivo. La idea de que hay deberes entre las naciones es un hecho y un valor del que se deducen no pocas instituciones, reglas comunes y derecho vinculante. La realidad de nuestros destinos compartidos nos sit¨²a frente a nuevas responsabilidades. En la medida en que se intensifica la interdependencia, los deberes de justicia dejan de estar circunscritos al marco ¨²nico del Estado nacional.
Ser responsable solo ante el electorado propio puede ser una forma de irresponsabilidad
Esta emergencia de nuevos deberes es especialmente intensa en la Uni¨®n Europa, cuyos miembros tienen cada vez menos ¡°asuntos interiores¡±. Los Estados miembros deben abrir sus democracias a los ciudadanos y los intereses de otros Estados miembros. La soberan¨ªa, en su momento un medio de configuraci¨®n de sociedades democr¨¢ticas, solo transformada y compartida sirve hoy para encontrar ¨¢mbitos de decisi¨®n que a¨²nen eficacia y legitimidad democr¨¢tica. En un mundo interdependiente, hemos de pasar de una soberan¨ªa como control a una soberan¨ªa como responsabilidad. Con todas las garant¨ªas que sean necesarias, el mismo argumento que se ha desarrollado para legitimar la protecci¨®n de las poblaciones frente a la violencia, debe avanzar tambi¨¦n cuando se trata de riesgos econ¨®micos que pueden tener efectos catastr¨®ficos sobre las personas.
La otra cara de la moneda de esta nueva intromisi¨®n es que no la hemos situado todav¨ªa en un contexto de justa reciprocidad. De ah¨ª que haya mucha asimetr¨ªa, presi¨®n, discrecionalidad sin reglas o simple amenaza. El problema que esto plantea es c¨®mo superar la escasa consideraci¨®n que prestan los Estados miembros al impacto que sus decisiones tienen sobre los dem¨¢s, que para respetar la democracia de unos (el respeto, pongamos, al electorado alem¨¢n), se desentiendan irresponsablemente de lo que podr¨ªamos llamar ¡°da?os colaterales de la propia democracia¡±.
Ser responsable ¨²nicamente respecto del propio electorado puede ser una forma de irresponsabilidad cuando se da?an intereses de otros que de alg¨²n modo forman parte de los nuestros. ?Act¨²a conforme a los principios democr¨¢ticos Angela Merkel cuando pretende asegurarse la reelecci¨®n a costa de graves da?os sociales en los pa¨ªses con los que comparte un proyecto de integraci¨®n y una larga trayectoria de cooperaci¨®n? Del mismo modo que ciertas empresas externalizan parte de su trabajo en otros lugares del mundo con salarios m¨ªnimos y escasos derechos (de lo que acaba de ser una tr¨¢gica ilustraci¨®n el accidente de una f¨¢brica textil en Bangladesh), tampoco es justo que Alemania asegure su Estado de bienestar imponiendo cargas que erosionan el contrato social en otras democracias europeas.
No es justo que Alemania asegure su Estado de Bienestar imponiendo cargas en otros pa¨ªses
As¨ª pues, el mutuo condicionamiento, el ¡°gobierno de los otros¡±, es un hecho que plantea oportunidades de democratizaci¨®n, pero tambi¨¦n amenazas desde el punto de vista de la justicia. ?Cu¨¢les son las condiciones para que lo inevitable sea adem¨¢s justo? Fundamentalmente se trata de introducir criterios de reciprocidad en unas relaciones que actualmente est¨¢n regidas por la asimetr¨ªa y la unilateralidad. El nuevo lenguaje de la interdependencia, especialmente en el seno de la UE, deber¨ªa estar articulado por conceptos como deliberaci¨®n, equilibrio, mutualizaci¨®n, solidaridad, autolimitaciones, confianza, compromisos, responsabilidad¡ En este sentido, por ejemplo, tiene plena l¨®gica la reivindicaci¨®n de los pa¨ªses de la periferia europea de que las exigencias de austeridad hacia ellos dirigidas se vean equilibradas por el impulso de Alemania a su demanda interna, de que la responsabilidad vaya de la mano de la solidaridad.
La democracia implica una cierta identidad de los que deciden y los que son afectados por esas decisiones. Respetar este criterio significa que son inaceptables los efectos de las decisiones de otras naciones si no hemos tenido la oportunidad de hacer valer nuestros asuntos en ¡°su¡± proceso de decisi¨®n y si no hemos estado dispuestos, rec¨ªprocamente, a tomar en consideraci¨®n a otras ciudadan¨ªas en nuestras decisiones. Todos estamos obligados redefinir los propios intereses incluyendo en ellos de alguna manera los de nuestros vecinos, especialmente cuando nos vincula con ellos no solo la cercan¨ªa f¨ªsica o la interdependencia general, sino la comunidad institucional, como es el caso de la Uni¨®n Europea. Precisamente el fracaso de la Uni¨®n a la hora de solucionar la actual crisis econ¨®mica se debe al desfase entre los instrumentos pol¨ªticos y la naturaleza de los problemas, a que los Estados han sido incapaces de internalizar las consecuencias de la interdependencia, contin¨²an imponi¨¦ndose externalidades unos a otros y son incapaces de regular las formas transnacionales de poder que se escapan de su control.
Se acabaron los espacios delimitados de la soberan¨ªa: tenemos que irnos acostumbrado a que nos digan lo que tenemos que hacer, lo que ¨²nicamente resulta soportable si tambi¨¦n nosotros podemos intervenir en las decisiones de los otros. Una cosa es que esas intervenciones hayan de estar justificadas y equilibradas por una l¨®gica de reciprocidad y otra que podamos volver a una relaci¨®n de sujetos soberanos.
?Por qu¨¦ tenemos que pagar las consecuencias del despilfarro de nuestros vecinos? ?Qu¨¦ derecho tienen otros a decirnos lo que hemos de hacer? Dos preguntas que sintetizan nuestra actual desorientaci¨®n porque la distinci¨®n entre nosotros y ellos ha dejado de ser evidente y operativa cuando nos beneficiamos y nos perjudicamos unos a otros. Deber¨ªamos aprovechar esta constelaci¨®n para dar una forma democr¨¢tica y justa a tales interdependencias, lo que podr¨ªa quedar formulado en un nuevo derecho a la autodeterminaci¨®n transnacional en el que el ¡°nosotros¡± que se gobierna incluya de alguna manera a otros.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco. Acaba de publicar el libro Un mundo de todos y de nadie. Piratas, riesgos y redes en el nuevo desorden global (Paid¨®s).
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