Abajo no est¨¢ arriba, ni arriba est¨¢ abajo
Quienes dirigen el mundo han acabado por robarnos el juicio y las palabras. Se divierten con ellas y nos subvierten su significado. Esta tergiversaci¨®n de ideas, sujetos y verbos impregna todo lo que tocamos
Vemos a Jos¨¦ K. inmerso en un trabajo que ahora conoceremos, m¨¢s concentrado y afanoso que nunca, sin prestar atenci¨®n a su emisora de siempre, rumor de fondo en su costroso transistor. Ha optado por quedarse en la mesa de la cocina ¡ª¨²nica, por otra parte¡ª en el muy modesto tabuco en el que agota sus a?os de vejez. ?ngrimo en su rinc¨®n, alejado de ruidos externos perturbadores, nuestro hombre avanza en su labor. Jos¨¦ K., impactado por esta vuelta al siglo XX, o quiz¨¢ al XIX, o al XVIII, o incluso al XVII o el XVI, a los que nos lleva el ministro Wert y su vuelta a la asignatura de religi¨®n, ha decidido preparar un esquema para un pr¨®ximo libro sobre la materia que se podr¨ªa dar, por ejemplo, en todos los centros de la Comunidad Aut¨®noma de Madrid.
Ya lleva pensados algunos cap¨ªtulos. Tal que la Historia del Vaticano. Ha quedado para m¨¢s adelante la descripci¨®n sobre algunas frusler¨ªas recientes como la del banco Ambrosiano y el ahorcamiento de Roberto Calvi, que se ha quedado enredado Jos¨¦ K. en aquellos memorables d¨ªas en los que los cardenales, directamente, se asesinaban los unos a los otros mientras pon¨ªan al frente de la Iglesia a hijos, hijas, queridas y mantenidos. Otro cap¨ªtulo entretenido podr¨ªa tratar sobre la Santa Inquisici¨®n, m¨¦todos y utensilios de tortura, tan eficaces para arrancar senos, romper brazos o arrancar jirones de carne con el misericordioso fin de salvaguardar la fe verdadera: los aplastacabezas, la bota espa?ola, el cepo, la cuna de Judas, la silla del interrogatorio, el potro. Por ¨²ltimo, est¨¢ pensando en c¨®mo explicar con detalle el imp¨²dico apoyo de la jerarqu¨ªa cat¨®lica a la mugrienta cruzada de Francisco Franco, aquel glorioso general que tras fusilar a miles de espa?oles entraba en las catedrales bajo palio y al que los cardenales rend¨ªan pleites¨ªa medieval. ?Claro que es conveniente que nuestros infantes estudien tan piadosas gestas!
La sinton¨ªa del bolet¨ªn informativo le saca de su ensimismamiento, cual perro de Pavlov, y presta o¨ªdos a la actualidad. En mala hora lo hiciera, que otra vez se le revuelven los higadillos y la pajarilla se le arrebola por los adentros. Porque quienes dirigen el mundo han acabado por robarnos, adem¨¢s, el juicio y hasta las palabras. Se divierten con ellas y nos subvierten su significado para que justicia siempre sea lo que les beneficia a ellos y delito lo que a ellos les perjudica. La misma piedra es una joya cuando sale de sus manos, y un simple pedrusco cuando llega a las tuyas. De su lado los campos feraces, del nuestro el barbecho. La culpa, finalmente, como el fracaso, son siempre nuestros, que la recompensa y el ¨¦xito siempre premian a los suyos.
Jos¨¦ K. quiere que la asignatura de religi¨®n incluya la Inquisici¨®n
y el apoyo a Franco
De Wert y la asignatura de Religi¨®n, verbigracia, habl¨¢bamos. ?Es una muestra de arcaico y retr¨®grado clericalismo esa imposici¨®n? No, en absoluto. Es anticlericalismo rancio y a?oso oponerse a ella. ?Queda claro? Este malabarismo de conceptos, esta tergiversaci¨®n de ideas, sujetos, verbos y predicados impregnan todo lo que tocamos. ?C¨®mo ser¨¢ de obvio y manifiesto el hurto, la rater¨ªa, el latrocinio, que hasta una princesa ¡ª?una princesa, all¨¢ en las alturas!¡ª se ha dado cuenta de la existencia de tanto vampiro!
Insta Jos¨¦ K. a seguir el razonamiento de Slavoj ?i?ek a prop¨®sito de la condena en Rusia a las Pussy Riot: ¡°Hay dos tipos de cinismo, el cinismo amargo de los oprimidos que desenmascara la hipocres¨ªa de aquellos en el poder, y el cinismo de los propios opresores que violan abiertamente sus propios principios proclamados¡±. ?Piden ustedes muestras? Con gusto. F¨ªjense qu¨¦ enorme violencia la de esas decenas de ciudadanos que se acercan ¡ªsolo se acercan¡ª a la vivienda del se?or ministro de Justicia a pegarle cuatro gritos y ense?arle unas pancartas. Intolerable, claro: una terrible coacci¨®n a la libertad del ministro y de su familia. Por contra, cu¨¢nta paz encierra la decisi¨®n de Alberto Ruiz-Gallard¨®n de negar a la madre que haga lo que crea conveniente con su vientre. Qu¨¦ ausente de violencia se muestra la decisi¨®n del ministro y todo el Gobierno de obligar a esa madre a convivir ¡ªya sea un d¨ªa o 30 a?os¡ª con un ser no querido, haya nacido o no con tal o cual enfermedad. ?Esos cat¨®licos que tanto presumen de amar y respetar al pr¨®jimo, por qu¨¦ obligan ¡ªs¨ª, obligan con la violencia de la ley¡ª a tener que aceptar sus creencias sobre algo tan alejado de las competencias de los obispos como la biolog¨ªa? Porque el adusto Antonio Mar¨ªa Rouco Varela no parece ser un experto investigador de zigotos, m¨®rulas, bl¨¢stulas y embriones.
?C¨®mo es posible que luzcan como grandes genios de las finanzas esos egresados de car¨ªsimas escuelas de negocios, que d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n inventan productos financieros a cu¨¢l m¨¢s complejo para que los bancos que les pagan ¡ªcon obscena generosidad¡ª puedan enga?ar m¨¢s y mejor a sus usuarios y guapear sus socali?as? ?Por qu¨¦ la culpa es del incauto endeudado que se pring¨® de por vida, se pregunta Jos¨¦ K. al borde de la apoplej¨ªa, y no del delincuente que vend¨ªa basura envuelta en papel dorado? Loado y list¨ªsimo quien vendi¨® enga?os; culpable, malquisto y bob¨®n quien los compr¨®. Con gran dolor ha observado nuestro hombre que los segundos andan ahora rebuscando yogures caducados en las basuras de los supermercados, mientras los primeros siguen mandando, dirigiendo y ordenando la circulaci¨®n. Y adem¨¢s, insultan a los m¨¢s angustiados y empobrecidos: manirrotos, les dicen. Imprudentes, les afean.
Lucen como genios de
las finanzas quienes inventan productos para enga?ar a los usuarios
As¨ª llegamos a que los jubilados sean unos insensatos que ponen en peligro el equilibrio financiero del mundo occidental porque piden, gentuza insolidaria, que no les bajen su ya magra pensi¨®n o, al menos, que se ajusten a la subida del IPC. Pero en cambio, qu¨¦ injusto y disolvente ¡ªcosas de rojos irredentos¡ª exigir, supongamos, una tasa a las operaciones financieras, una d¨¦cima de m¨¢s en las Sicav, o un mayor control fiscal a las grandes fortunas. ?Qu¨¦ tal si apretamos un poco las desorbitadas ganancias de ciertos empresarios textiles ¡ªespejos de emprendedores¡ª que hacen blusitas en edificios infectos de Bangladesh? Ya sabe Jos¨¦ K., ya, que es muy feo decir estas cosas. Una groser¨ªa, una muestra de intemperancia. Lo que le asombra es que sea mucho peor denunciar el crimen que cometerlo. Porque los culpables, no hay m¨¢s que tener ojos, son quienes promueven o mantienen con su acci¨®n o falta de ella, tantas y tantas injusticias. Y no, en absoluto, los damnificados por ellas o quienes, adoloridos, claman contra tanta infamia.
Y ahora, en medio de todos estos desmanes, surge un doloroso trabajo extra, que hay que ver lo acongojados que est¨¢n Gobiernos y banqueros porque acaban de descubrir que en el mundo existen, qu¨¦ sorpresa, ciertos lugares de nombres encantadores donde unos desaprensivos depositan miles de millones de euros, sin pagar por ellos ni un c¨¦ntimo en impuestos ni cosa que se le asemeje. Los llaman, qu¨¦ bonito, para¨ªsos fiscales. Y es all¨ª donde al parecer, los pobres del mundo guardan sus ahorros. ?Cu¨¢nto trabajador, cu¨¢nto peque?o empresario, cu¨¢nto aut¨®nomo esconde sus miles de millones en las islas Jersey, por citar una simp¨¢tica localizaci¨®n! Avariciosos y canallas que privan a sus conciudadanos de unos impuestos que permitir¨ªan, por lo menos, acabar con la pobreza.
Porque qui¨¦n va a creer ¡ªanatema¡ª que son esos mismos banqueros y esos mismos gobernantes que tanto sufren ¡ªpobres¡ª y que tanto se preocupan por nosotros, los culpables de esa infamia, de esa indecencia c¨®smica. Oh, no, de ninguna manera, se dice Jos¨¦ K., sonrisa de hiena, que anoche, antes de poner t¨¦rmino al detallado libro para Wert, hab¨ªa echado un vistazo, una vez m¨¢s, a su muy querida Alicia:
¡ªPero es que a m¨ª no me gusta tratar a gente loca.
¡ªOh, eso no lo puedes evitar. Aqu¨ª todos estamos locos. Yo estoy loco. T¨² est¨¢s loca.
-¡ª?C¨®mo sabes que yo estoy loca?
¡ªTienes que estarlo, o no habr¨ªas venido aqu¨ª.
(Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas, Lewis Carroll).
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