Maradona, el exilio de dios
Solo, en el sof¨¢ de su mansi¨®n de Dub¨¢i, el astro del f¨²tbol argentino ha encontrado al fin la paz Sin alcohol ni coca¨ªna, el embajador del deporte de Emiratos ?rabes llena su vac¨ªo con f¨²tbol televisado, humo de habanos, pachangas con otros funcionarios y visitas de su novia de 22 a?os Atado a las tres mujeres de su vida, despojado de su identidad, vive resignado, pero en su lugar
El hombre que aterriz¨® en el aeropuerto de Ezeiza el mi¨¦rcoles 15 de mayo parec¨ªa asustado. Iba enfundado en una as¨¦ptica camiseta azul a rayas blancas, de la mano de una muchacha rubia que aparentaba ser su hija, cuando se encontr¨® rodeado de una multitud vociferante de espont¨¢neos barras bravas y periodistas locales que le pon¨ªan micr¨®fonos en la boca, le exhortaban a decir algo o le aclamaban como si se dispusiese a ofrecer un mitin.
¡ª?Diego! ?Querido! ?El pueblo est¨¢ contigo! / ?Diego! ?Querido! ?El pueblo¡!
Las primeras bocanadas de aire que respir¨® al poner el pie en la tierra de la Barrick Gold, los K y los piquetes estuvieron cargadas de trueno popular. En la Argentina contempor¨¢nea, ¨ªdolos y villanos se abocan a la aparici¨®n repentina de barras bravas. A unos les aplican la cadena, la pistola o el sopapo. A otros les regalan su coreograf¨ªa, su m¨²sica. Al hombre de la camiseta azul le trataron como a un verdadero l¨ªder, pero su reacci¨®n fue dar media vuelta y echar a correr arrastrando tras de s¨ª a la muchacha rubia. Presa del p¨¢nico.
Ahuecando la garganta para imprimir dramatismo en la noticia, el periodista de Canal 5 Noticias que relataba los hechos en directo dec¨ªa:
¡ªDiego lleg¨® al pa¨ªs. Vamos a escucharle¡
Los telespectadores lo sobreentienden. Diego hay uno solo. ¡°Al pa¨ªs¡± significa al ¨²nico pa¨ªs posible. Al pa¨ªs inexorable. Al pa¨ªs de Diego. Pero no hubo nada que escuchar. El hombre de la camiseta azul se limit¨® a fruncir el ce?o y echar un vistazo antes de huir. De camino a la calle, se encontr¨® con un grupo de fot¨®grafos. Les pidi¨® fuego. No pod¨ªa aguantar m¨¢s. No pod¨ªa respirar m¨¢s el aire porte?o sin a?adirle una calada de esencia de tabaco cubano. Encendi¨® un puro. Lo recogieron en un coche. Al ver que los fot¨®grafos le segu¨ªan por la autopista, mand¨® parar en el peaje. Sali¨® del veh¨ªculo bajo la lluvia, revolvi¨® el barro en busca de proyectiles y los arroj¨® contra los reporteros que encontr¨® m¨¢s a tiro. Cuando se le acabaron las piedras, la emprendi¨® a patadas. Se mont¨® de nuevo en el coche y vol¨® hacia lo desconocido.
Vive dos duelos: su retirada del deporte activo y la muerte de su madre, se siente ¡°un exiliado del f¨²tbol¡±
Dicen que fue a Buenos Aires en compa?¨ªa de su ¨²ltima pareja, la muchacha que parec¨ªa su hija, de nombre Roc¨ªo Oliva, de 22 a?os, a conocer a Diego Fernando Maradona Ojeda, su hijo nacido en febrero fruto de su relaci¨®n con Ver¨®nica Ojeda. Su paso por Argentina dej¨®, en cualquier caso, un rastro fugaz de gritos y reproches. Giannina Dinorah y Dalma Nerea, hijas de su primer matrimonio, lamentaron p¨²blicamente que la se?ora Ojeda se negara a recibirlas junto a su padre. ¡°Nosotras¡±, inform¨® Dalma en Radio Pop, ¡°no opinamos m¨¢s si quiere tener m¨¢s hijos. ?l dice que no quiere tener m¨¢s hijos. Despu¨¦s, las circunstancias que se dan y las mujeres con las que est¨¢¡ whatever¡±.
Naturalmente, el hombre no tard¨® en volver a Ezeiza para embarcarse de regreso a los Emiratos ?rabes Unidos, donde vive desde 2011 bajo palio de la familia del emir de Dub¨¢i, Mohammed bin Rashid al Maktoum. Su casa es un chal¨¦ del archipi¨¦lago artificial de La Palmera, famoso complejo residencial recientemente construido sobre la plataforma submarina del golfo P¨¦rsico. Quienes le han visitado aseguran que la casa es muy amplia y dispone de una playa de arena dragada del fondo del mar. El interior no destaca por su opulencia, sino por sus grandes salones silenciosos, alterados ¨²nicamente por las empleadas dom¨¦sticas y por el ruido del televisor. La pantalla permanece encendida todo el d¨ªa. El hombre asegura que ve entre cinco y siete partidos por d¨ªa, gracias a la antena parab¨®lica que capta se?ales de canales europeos y americanos. Cualquier partido de f¨²tbol es capaz de atraparle en el sof¨¢: incluso los partidos de la Segunda Divisi¨®n francesa.
Mirar f¨²tbol por la tele y fumar habanos. ?ltimamente, en un d¨ªa normal, no hace otra cosa. Su labor como representante diplom¨¢tico del deporte de Dub¨¢i ha convertido el calendario de actividades en algo parecido a un solar. Prevalecen las horas muertas. Las comparte con el personal del servicio dom¨¦stico, cuando no recibe la visita de alg¨²n amigo, o de Roc¨ªo Oliva, que es jugadora de f¨²tbol del River Plate y que en el ambiente popular porte?o goza de cierta celebridad tras sus noviazgos con el boxeador Rodrigo Barrios, La Hiena, y con el barra brava riverplatense Cucaracha Gir¨®n.
Recientemente fue a verle un pariente y confes¨® que se sent¨ªa ¡°un exiliado del f¨²tbol¡±. Sus hu¨¦spedes tuvieron la sensaci¨®n de que cumpl¨ªa con un doble duelo. La muerte de su madre, La Tota, en 2011, y su retirada del f¨²tbol en activo hab¨ªan dejado un vac¨ªo gigantesco en su existencia. A sus 52 a?os, su lucha cotidiana consist¨ªa en llenar el hueco y soslayar la desdicha. Sin alcohol ni coca¨ªna. Hace a?os que da la impresi¨®n de estar completamente limpio. Sereno. Sin altibajos. Sus d¨ªas transcurren en una melanc¨®lica homogeneidad. Ya no se ti?e el pelo de amarillo, ni se practica cortes estrafalarios, ni se ufana de sus camisas de Versace, ni se pone tapados de piel de zorro gris. Su uniforme es una sucesi¨®n de polos a rayas. Quiz¨¢ cuando se mira al espejo no se reconoce. Quiz¨¢ piensa que es mejor as¨ª, aunque de vez en cuando, por la labor representativa que le encomienda el Gobierno local, debe ejercer de Maradona, ponerse un traje y acudir a eventos deportivos, torneos de tenis, giras de equipos europeos o encuentros amistosos para ejercer de cicerone.
Gracias a las exenciones fiscales, los sueldos generosos y la pasi¨®n que despierta el f¨²tbol en sus habitantes, desde hace unos a?os Dub¨¢i se ha convertido en un reducto de entrenadores y t¨¦cnicos en busca de tranquilidad. Uno de estos t¨¦cnicos comentaba hace poco que la colonia extranjera es amplia, pero suele coincidir en los mismos sitios. Nadie, sin embargo, se encuentra con Maradona desde que lo echaron del Al Wasl.
El Al Wasl es el club local que le contrat¨® en 2011 como entrenador a cambio de 34 millones de d¨®lares por dos a?os. La labor de Maradona durante el campeonato local se caracteriz¨® m¨¢s por sus intentos continuados de intimidar a los ¨¢rbitros durante los partidos que por imprimir al equipo una idea de juego. La gente le recuerda poco por su trabajo. Son m¨¢s los que retienen su enfrentamiento con unos hinchas musulmanes que reprocharon la presencia de Ver¨®nica Ojeda en la grada del estadio durante un partido. Nunca el choque de culturas, los machistas criollos contra los machistas musulmanes, se hizo patente con m¨¢s vehemencia. ¡°El hombre que agrede a una mujer es un cobarde¡±, dijo Maradona en su comparecencia p¨²blica m¨¢s difundida en el Al Wasl, ¡°porque no tiene las pelotas de enfrentar a un hombre... Yo soy incapaz de faltarle al respeto a una mujer porque yo vine de una mujer y hoy la tengo en el cielo¡±.
Maradona fue despedido del Al Wasl por malos resultados. Puesto que el club, como casi todos los clubes del emirato, tiene v¨ªnculos de propiedad con el Gobierno, los arist¨®cratas locales le ofrecieron nombrarle embajador deportivo del pa¨ªs. Maradona accedi¨® y Claudia Villafa?e dio el visto bueno.
Claudia, su primera esposa, su primera novia, madre de Dalma y Giannina, es su persona de confianza y la administradora de su patrimonio. Hace a?os, ya separada de ¨¦l, le record¨® que todos los agentes que hab¨ªa tenido a lo largo de su carrera, Marcos Franchi, Guillermo Coppola y Jorge Cyterszpiler, le hab¨ªan estafado. Le propuso enmendarse dejando que ella le llevara sus negocios. De este modo, si se quedaba con su dinero, al menos tendr¨ªa la seguridad de que lo har¨ªa en beneficio de sus hijas. Maradona acept¨®. Y desde entonces vive mejor. Al menos, cumple sus contratos. La relaci¨®n de dependencia con su exmujer es tan extrema que en Argentina circula un rumor extravagante. La leyenda cuenta que los abogados de Villafa?e redactaron un contrato para regular la relaci¨®n entre Maradona y su expareja Ver¨®nica Ojeda imponiendo que no tendr¨ªan hijos. El embarazo de Ojeda vulner¨® irreparablemente una de las cl¨¢usulas. As¨ª fue como Maradona se qued¨® solo en Dub¨¢i.
Solo en casa, salvo, espor¨¢dicamente, para ir a trabajar, o para montarse en su Rolls Royce para ir a jugar partidos del campeonato local de funcionarios de los ministerios locales. Hay im¨¢genes en YouTube que le registran enfurecido con el ¨¢rbitro como si se estuviese disputando un Mundial, caminando con dificultad, con las rodillas r¨ªgidas y los tobillos hinchados. Artr¨ªtico. Como si el tiempo le hubiese borrado su identidad f¨ªsica. Como si fuese otro. Resignado, pero, extra?amente, en su lugar.
Pocas obras art¨ªsticas explican el espanto que siente Maradona cada vez que vuelve a Argentina como la horrorosa canci¨®n que le compuso el grupo de rock Ratones Paranoicos: ¡°Quisiera ver al Diego para siempre, gambeteando para toda la eternidad. / Es verdad que el Diego es lo m¨¢s grande que hay. / Es nuestra religi¨®n. / Nuestra identidad. / Quiero que siga jugando para toda la gente¡ Para el pueblo, lo mejor, Diego Armando Maradooooo¡¡±.
Ratones Paranoicos advierten de que hay una multitud de desalmados deseosos de que Maradona siga siendo Maradona, la parodia de Dios. El hombre, en cambio, prefiere olvidarse de s¨ª mismo. Prefiere recluirse en Cuba, o en Dub¨¢i, donde los veranos registran temperaturas de 50 grados y la atm¨®sfera se carga de nubes de part¨ªculas de arena del desierto. En esos d¨ªas de can¨ªcula, cierra su casa a cal y canto, enciende el aire acondicionado y solo interrumpe su recogimiento para salvar los metros que le separan del mar, darse un chapuz¨®n y volver al sof¨¢.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.