Las recomendaciones del Banco de Espa?a
Cuando uno hace muy bien su trabajo, se puede entender que ceda a la soberbia de dar consejos a los dem¨¢s sobre c¨®mo hacer el suyo. Se comprender¨ªa, y parecer¨ªa normal, por ejemplo, que Vicente del Bosque hiciera alguna recomendaci¨®n p¨²blica a Jos¨¦ Mourinho, aunque por supuesto una persona de la talla moral de nuestro seleccionador jam¨¢s caer¨¢ en esa tentaci¨®n. Pero cuando uno hace fatal su trabajo, y como resultado la colectividad se ve metida en un inmenso l¨ªo del que le costar¨¢ a?os salir, aun con enormes sacrificios, lo menos que cabe esperar es que revise todo lo que estaba haciendo mal, se ponga a hacerlo bien y est¨¦ haci¨¦ndolo bien en silencio un par de lustros por lo menos, hasta que haya acumulado el suficiente prestigio para volver a tener voz p¨²blica.
No es el caso del Banco de Espa?a. Se le puede atribuir buena parte de la responsabilidad de que hayamos estado al borde del rescate por su nefasta supervisi¨®n del sistema financiero. Y no porque sus inspectores no vieran lo que estaba sucediendo, sino porque sus informes negativos sobre las entidades inspeccionadas eran, como se ha sabido, progresivamente descafeinados al ascender por los escalones de la jerarqu¨ªa del supervisor.
Pues bien, en lugar de dedicarse a cumplir sus funciones, y conseguir que fluya el cr¨¦dito a las peque?as y medianas empresas, vuelve a proponer medidas que no le competen en nada y que adem¨¢s se han demostrado fracasadas para resolver el drama del paro.
La necesaria independencia del supervisor no puede suponer una patente de corso para inmiscuirse en la labor de otras instituciones. Intelectuales y economistas deben recordar al Banco de Espa?a para qu¨¦ est¨¢ ah¨ª, y exigirle que simplemente se limite a desempe?ar su funci¨®n con eficacia. Porque da la impresi¨®n de que, como no lo consigue, descarga sobre otros sus responsabilidades.¡ª Santiago Fern¨¢ndez D¨ªez-Picazo. Madrid.
Mi padre, que hoy tendr¨ªa 86 a?os, ten¨ªa un compa?ero que le contaba que de ni?o vio, en la plaza de su pueblo extreme?o, c¨®mo llegaba montado a caballo el capataz de las tierras del se?or de la zona y eleg¨ªa a los hombres, de entre el sombr¨ªo grupo que esperaba desde el alba, que ese d¨ªa tendr¨ªan la suerte de trabajar de sol a sol por una peseta. Cuando escogi¨® a los afortunados, uno de los hombres que ese d¨ªa no fue elegido, se acerc¨® al capataz y le dijo en voz baja ¡°se?or, yo lo hago por dos reales¡± (para los j¨®venes: la mitad de una peseta). El capataz descart¨® a un hombre de los elegidos y se lo llev¨®. Cuando yo de peque?o o¨ªa esta historia se me encog¨ªa el ¨¢nimo, pero, con todo, me consolaba pensar que ese mundo miserable estaba enterrado en el pasado. Ahora, nada menos que el gobernador del Banco de Espa?a le propone ¡°excepcionalmente¡± ese modelo a la nieta de mi padre, mi hija de 18 a?os. Qu¨¦ gran capataz de nuestros se?ores.¡ª Jos¨¦ Luis Martorell. Madrid.
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