El¨ªas
Tuvo la ambici¨®n y la suficiente rabia como para cambiar la mezquina sociedad espa?ola
El¨ªas y los otros. El¨ªas Querejeta y todos esos espa?oles, algunos conocidos, la mayor¨ªa an¨®nimos, que cambiaron este pa¨ªs, que lo sacaron de la incuria del franquismo y empujaron el rechinante carro de la Transici¨®n. Un pu?ado de hombres y mujeres que brillaban como conchas marinas en medio de la caspa y la ro?a de la ¨¦poca; que abr¨ªan ventanas y dejaban entrar el aire del futuro. Este es un buen momento para darles las gracias; todos ellos est¨¢n cumpliendo ya una avanzada edad, si es que no se han muerto.
El¨ªas y los otros, s¨ª, pero hoy hablemos sobre todo de Querejeta. De su rigor germano y obsesivo. De su inteligencia y su vasta cultura. De lo raro que resultaba en la ignorante mediocridad de los ¨²ltimos a?os de la dictadura: un marciano aterrizado en mitad del landismo. Le trat¨¦ mucho en los a?os setenta, cuando yo trabajaba en la revista Fotogramas y frecuentaba el ambiente del cine. El¨ªas parec¨ªa saber cosas que nadie m¨¢s sab¨ªa. Con una tenacidad casi feroz que le caus¨® algunos problemas (pertenec¨ªa a ese tipo de personas que creen tener siempre la raz¨®n, y es posible que en aquellos tiempos fuera verdad) consigui¨® no solo producir una serie de films admirables, sino renovar la manera en que los espa?oles nos mir¨¢bamos a nosotros mismos: gracias al espejo de sus pel¨ªculas, todos empezamos a ser un poco m¨¢s modernos, un poco m¨¢s europeos. Tuvo la ambici¨®n y la suficiente rabia como para cambiar la mezquina sociedad espa?ola: fue motor y gu¨ªa. Hac¨ªa a?os que no ve¨ªa a Querejeta y har¨¢ cosa de un mes me llam¨® por tel¨¦fono, aparentemente sin motivo. Le dije: ¡°A ver si nos vemos¡± y luego me olvid¨¦. No sab¨ªa que se estaba despidiendo. Con esto he aprendido que hay que apresurarse a ver a la gente a la que aprecias: no se deben dejar los cari?os para ma?ana. Es la ¨²ltima cosa que me ha ense?ado El¨ªas.
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