No es el descontento, es la desafecci¨®n
Si los ciudadanos pasan de los pol¨ªticos, no les piden cuentas, no castigan a los corruptos y no premian a los que se lo merecen, ?qui¨¦n controlar¨¢ a los partidos o a los Gobiernos? ?C¨®mo se les obligar¨¢ a cambiar?
Si en estos d¨ªas se votara la palabra m¨¢s utilizada para describir la pol¨ªtica espa?ola, es muy probable que la desafecci¨®n se alzara con el premio. Es un t¨¦rmino omnipresente. No hay tertuliano que no llegue a tres conclusiones: una, que la desafecci¨®n es el principal problema pol¨ªtico; dos, que su causa est¨¢ vinculada a la p¨¦sima actuaci¨®n en todos los ¨®rdenes de los principales partidos durante la crisis econ¨®mica; y tres, que ambos partidos est¨¢n sufriendo por ello p¨¦rdidas electorales crecientes y quiz¨¢ irreversibles. Pero todos tienen su propia idea de lo que sea desafecci¨®n. Circulan as¨ª conceptos tan dispares como desorientaci¨®n, decepci¨®n, insatisfacci¨®n, enfado e incluso cabreo y alienaci¨®n.
Las relaciones de los espa?oles con la pol¨ªtica han sido siempre dif¨ªciles. Durante la Segunda Rep¨²blica, la polarizaci¨®n ideol¨®gica y la atomizaci¨®n del sistema de partidos fomentaron la concepci¨®n del espa?ol como alguien medio anarquista y medio monje, individualista al m¨¢ximo y en todo caso ingobernable. Tras los horrores de la Guerra Civil, la dictadura franquista se asent¨® sobre la farsa de que la pol¨ªtica equivale a mentira y corrupci¨®n, por lo que era mejor dejarla en manos de una ¨¦lite que se sacrificar¨ªa por todos los espa?oles. Y en las casi cuatro d¨¦cadas transcurridas desde la Transici¨®n, los ciudadanos han podido crear partidos y votarlos, afiliarse a ellos o a cualquier otra organizaci¨®n, participar en actividades sociales o pol¨ªticas a trav¨¦s de muchos canales, interesarse por la pol¨ªtica o por cualquier otra cuesti¨®n, estar informados o conformarse con unos pocos clich¨¦s. En cambio, y como demuestran numerosos estudios, durante todos estos a?os los espa?oles se han quejado mucho de la pol¨ªtica y de los pol¨ªticos, al tiempo que desperdiciaban los mecanismos de participaci¨®n a su alcance, presum¨ªan de su desinter¨¦s e indiferencia hacia la pol¨ªtica y exhib¨ªan una informaci¨®n pol¨ªtica tirando a muy baja.
La insatisfacci¨®n con la democracia alcanza al 70%, el porcentaje m¨¢s alto desde la Transici¨®n
Todos estos elementos constituyen para nosotros un cuadro cl¨¢sico de desafecci¨®n, y distinto de lo que entendemos por descontento. Este ¨²ltimo supone la insatisfacci¨®n por los rendimientos negativos del r¨¦gimen o de sus dirigentes ante su incapacidad para resolver problemas b¨¢sicos. El descontento no suele afectar a la legitimidad democr¨¢tica, que sigue siendo alta incluso entre quienes est¨¢n sufriendo en mayor medida las consecuencias de la crisis econ¨®mica. En realidad, el descontento es sobre todo coyuntural, y depende de los vaivenes de una opini¨®n p¨²blica vinculada a la popularidad de los Gobiernos y de sus pol¨ªticas; de ah¨ª que pueda corregirse por los cambios electorales o las mejor¨ªas econ¨®micas. En cambio, la desafecci¨®n se expresa a trav¨¦s de un cierto desapego o alejamiento de los ciudadanos con respecto al sistema pol¨ªtico. Suele medirse por el desinter¨¦s hacia la pol¨ªtica, las percepciones de ineficacia personal ante la pol¨ªtica y los pol¨ªticos, el cinismo hacia ambos y los sentimientos combinados de impotencia, indiferencia y aburrimiento hacia la pol¨ªtica. En contraste con las oscilaciones del descontento, la desafecci¨®n tiende a ser estable y suele transmitirse por las v¨ªas de la socializaci¨®n pol¨ªtica. Solo as¨ª cabe explicarse c¨®mo, pese a los inmensos cambios de todo tipo ocurridos desde la Transici¨®n (y en general positivos), todav¨ªa predominaran antes de la crisis las im¨¢genes de la pol¨ªtica como enga?o y aprovechamiento, como una complicaci¨®n tan absurda como innecesaria; y tambi¨¦n las im¨¢genes de los pol¨ªticos (de todos ellos) como incompetentes, in¨²tiles y por supuesto corruptos.
Los datos existentes corroboran lo anterior. De acuerdo con la larga serie de encuestas del CIS, el descontento pol¨ªtico ha alcanzado niveles nunca vistos hasta ahora. Cuando tanto se discute sobre qui¨¦n podr¨ªa ser el peor presidente del Gobierno en la historia de la democracia espa?ola, Mariano Rajoy lleva las de ganar: disfruta de la valoraci¨®n m¨¢s baja que la de cualquiera de sus cinco antecesores, incluyendo Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero. Solo el 17% confiaba en Zapatero al dejar el Gobierno; pero solo el 12% lo hace ahora en Rajoy. Desde la restauraci¨®n de la democracia, ning¨²n Gobierno ha recibido peor valoraci¨®n que el actual del PP. La valoraci¨®n negativa de la situaci¨®n pol¨ªtica es del 70%, y la de la situaci¨®n econ¨®mica del 90%. Como consecuencia, la insatisfacci¨®n con los resultados de la democracia alcanza al 70% de los espa?oles, la m¨¢s elevada desde la Transici¨®n. Seg¨²n datos recientes del eurobar¨®metro, la desconfianza en los partidos est¨¢ entre las m¨¢s altas de los pa¨ªses europeos occidentales: en 2012 era del 90%, solo empeorada por la de los griegos e italianos.
La desafecci¨®n pol¨ªtica muestra tambi¨¦n niveles considerablemente altos; a diferencia de los del descontento, ya exist¨ªan con anterioridad a la crisis. Seleccionemos un solo indicador. Seg¨²n la encuesta social europea, Espa?a ha sido desde hace d¨¦cadas el pa¨ªs con menos inter¨¦s por la pol¨ªtica de todos los europeos, incluyendo las nuevas democracias del este de Europa; el promedio de desinter¨¦s se ha movido en torno al 80% que declaraba que la pol¨ªtica le interesa poco o nada. Este desinter¨¦s ha sido invariable: se ha producido tanto en momentos de crisis econ¨®mica como en los de bonanza, tanto con Gobiernos socialistas como con los conservadores, tanto cuando exist¨ªa una elevada satisfacci¨®n con la democracia y apenas casos de corrupci¨®n como cuando predominaba un cierto descontento. Es cierto que la desafecci¨®n pol¨ªtica ha aumentado algo en estos ¨²ltimos a?os, pero no tanto por la crisis econ¨®mica como por la pasividad de los partidos ante la dram¨¢tica situaci¨®n del desempleo, los chalaneos ante los esc¨¢ndalos de corrupci¨®n y el descaro del principal partido de la oposici¨®n cuando aseguraba que la crisis econ¨®mica acabar¨ªa como por ensalmo con la sola desaparici¨®n de Zapatero y su eventual llegada al poder.
El pol¨ªtico debe prestar atenci¨®n al ciudadano cr¨ªtico si quiere evitar el castigo electoral
En buena parte de los pa¨ªses europeos, el incremento de la insatisfacci¨®n con la democracia ha dado nacimiento durante las ¨²ltimas d¨¦cadas a los denominados ciudadanos cr¨ªticos. Su principal rasgo es que intervienen activamente en la vida pol¨ªtica para as¨ª modificar el funcionamiento e incluso los rendimientos del sistema pol¨ªtico que les disgustaban. Los pol¨ªticos deben necesariamente prestar atenci¨®n a la voz de esos actores si quieren evitar su castigo electoral en forma de no reelecci¨®n. En Espa?a, sin embargo, las principales caracter¨ªsticas de los desafectos han radicado en la desinformaci¨®n, la pasividad y el rechazo indiscriminado de partidos y dirigentes pol¨ªticos. Exceptuando algunas minor¨ªas muy movilizadas, la participaci¨®n pol¨ªtica de los espa?oles para expresar sus preferencias y necesidades ha sido escasa. Ello ha aumentado la brecha entre los ciudadanos y los pol¨ªticos, y sobre todo ha concedido a estos ¨²ltimos una enorme capacidad de maniobra para actuar al margen (y casi siempre en contra) de los ciudadanos. Cuando llegaban las elecciones, la rendici¨®n de cuentas ha sido muy deficiente y la posibilidad de castigar a estos malos pol¨ªticos resultaba aleatoria.
La crisis econ¨®mica puede estar cambiando esta situaci¨®n. Hay indicios de que el inter¨¦s por la pol¨ªtica se ha incrementado en algunos puntos, y es notorio que muchos espa?oles han participado quiz¨¢ por vez primera en actividades de protesta a trav¨¦s de alguna de las muchas mareas existentes. Si las protestas se mantuvieran ante la incompetencia, el acomodo o la frivolidad de las ¨¦lites pol¨ªticas, el descontento podr¨ªa radicalizarse y llevarse al ¨¢mbito electoral con consecuencias imprevisibles. Y si las protestas fueran sistem¨¢ticamente deso¨ªdas y no vinieran acompa?adas de cambios relevantes, la desafecci¨®n podr¨ªa agravarse al extenderse sentimientos de frustraci¨®n entre los ahora participantes que por fin ejercen su voz.
Ninguno de estos resultados hipot¨¦ticos es positivo. Los cambios, si se producen, deber¨ªan venir de otra direcci¨®n. Quiz¨¢ la crisis econ¨®mica, la gesti¨®n del Gobierno conservador y el descr¨¦dito de la oposici¨®n lleven a los espa?oles a la convicci¨®n de que la democracia tiene costes que solo ellos deben sufragar. Para ello hacen falta mayores dosis de informaci¨®n, vigilancia y participaci¨®n que permitan el control de los partidos y el env¨ªo a sus dirigentes de mensajes inequ¨ªvocos de lo que se quiere o de lo que se rechaza. Si los ciudadanos pasan de pol¨ªtica, no piden cuentas a los candidatos, no castigan a los corruptos, ni premian a quienes lo merecen, ?qui¨¦n controlar¨¢ a los partidos o a los Gobiernos, c¨®mo podr¨¢ oblig¨¢rseles a que cambien para convertirse en instrumentos democr¨¢ticos al servicio de los ciudadanos?
Jos¨¦ Ram¨®n Montero y Mariano Torcal son catedr¨¢ticos de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad Aut¨®noma de Madrid y en la Universitat Pompeu Fabra, respectivamente, y han publicado Political disaffection in contemporary democracies (Londres, 2006).
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