Bret¨®n
La literatura ha contribuido a sofisticar la mente de los malvados
Sentimos una necesidad primaria de explicarnos la naturaleza del mal por medio de la locura. En una apasionada cena con psiquiatras asistentes a un congreso en Avil¨¦s pregunt¨¦ a mis compa?eros de mesa por Bret¨®n, ese hombre de ojos alucinados del que hablan unos y otros testigos en las escenas del juicio en el que se le ha de sentenciar culpable o inocente de las muertes de sus hijos, Ruth y Jos¨¦. Confieso que esperaba que los especialistas, ricos en trato y experiencia con la enfermedad mental, relacionaran alg¨²n tipo de patolog¨ªa con el comportamiento de quien fr¨ªamente mata a sus hijos, que construye una endeble coartada con la que exculparse y que no se rinde jam¨¢s ante la evidencia, ni se desmorona ni parece sentir dolor ni remordimiento ni agobio ni ansiedad alguna. Cuentan los polic¨ªas que le custodiaron en la b¨²squeda que en las horas siguientes ya andaba confi¨¢ndoles episodios turbios con prostitutas.
Lo que desear¨ªamos es que la sordidez de su comportamiento tuviera un nombre, que estuviera catalogada y que pudi¨¦ramos dar con ella en una enciclopedia m¨¦dica. Pero no. Hay enfermedades mentales y hay maldad, maldad sin eximentes, maldad a lo bestia. Lo cual no significa que un individuo que tenga el cuajo de envenenar a sus hijos y quemarlos para borrar el rastro de su delito act¨²e de una manera normal, pero tampoco justifica el que se cargue sobre los hombros de quienes sufren una enfermedad el patrimonio de los sucesos sangrientos. Y eso es lo que se suele hacer fr¨ªvolamente, por el simple hecho de mitigar la idea de que el mal puede ser ejercido por un tipo com¨²n, como nosotros mismos. Se suele especular incluso con el alto nivel de inteligencia de los criminales. La literatura ha contribuido a sofisticar la mente de los malvados. Pero la realidad muestra que lo s¨®rdido y lo cutre conviven en perfecta armon¨ªa.
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