El altruismo en las cat¨¢strofes
La ciencia muestra que volcarse en el dolor ajeno es una reacci¨®n innata
Lo que nos ense?a la experiencia acumulada acerca del funcionamiento de la psicolog¨ªa humana en las cat¨¢strofes sucedidas en las complejas ciudades del siglo XXI es que, ya sea en los atentados terroristas contra las Torres Gemelas de Nueva York o en nuestro fat¨ªdico 11-M, el accidente nuclear de Fukushima, o el accidente del tren Alvia, el conocimiento de que otros seres humanos necesitan ayuda inmediata activa espont¨¢neamente procesos neuronales adaptados para el comportamiento altruista.
Hemos vuelto a presenciar en los medios c¨®mo personas an¨®nimas han arriesgando sus propias vidas, o al menos se han expuesto desinteresadamente a un peligro, en la labor de socorrer a las v¨ªctimas, salvar a los heridos y apoyar con lo que ten¨ªan a familias y organizaciones sociales implicadas en la cat¨¢strofe ferroviaria de Galicia. Tras el descarrilamiento del tren en la fat¨ªdica curva de Angrois, la gente acudi¨® en masa a donar sangre, los vecinos comenzaron a sacar heridos de los vagones antes de que se organizara el dispositivo oficial de emergencias; personas corrientes aportaron mantas, agua, coches particulares y cuidados personales para atender a los heridos. Los profesionales de la polic¨ªa, sanidad, bomberos, etc¨¦tera, volvieron a demostrar que, incluso en momentos de un amplio descontento en la moral c¨ªvica y profesional, la gran mayor¨ªa lo deja todo para entregar sus destrezas y conocimientos a una causa humanitaria urgente.
Estos comportamientos altruistas, e incluso heroicos, aparecen mezclados con otros de distinta ¨ªndole, ego¨ªstas sin m¨¢s, y cuya motivaci¨®n apunta directamente a obtener una ganancia ventajista aprovech¨¢ndose de la situaci¨®n, o a utilizar la tragedia para sacar brillo a la ambiciosa reputaci¨®n de un hip¨®crita. Hemos sido testigos estupefactos de las zonas oscuras de la naturaleza humana, esas que en buena parte del discurso oficial de los fundamentos de la moralidad ego¨ªsta est¨¢n justificadas por sus presuntos efectos positivos en el bien com¨²n. Un p¨ªcaro haci¨¦ndose pasar por familiar de una v¨ªctima no identificada, caza clientes de bufete profesional hablando de indemnizaciones entre los hierros retorcidos y las l¨¢grimas, y todo tipo de pol¨ªticos y altos cargos tratando de anticiparse a los movimientos de sus oponentes para, tal vez, ¡°invertir¡± racionalmente en reputaci¨®n y virtud.
Pese a la crisis y la degradaci¨®n pol¨ªtica, nos aferramos al sentir comunitario
Sin embargo, aunque la teor¨ªa de la decisi¨®n y la supuesta mentalidad del metaf¨®rico homo economicus hagan hincapi¨¦ en que resultan indiferentes las motivaciones e intenciones si de lo que se trata es de conseguir objetivos y optimizar recursos, toda la tradici¨®n de pensamiento y ciencia exploradora del comportamiento altruista, desde santo Tom¨¢s de Aquino, pasando por Adam Smith, Darwin y Schopenhauer, y terminando con la psicolog¨ªa experimental y la neurociencia contempor¨¢neas, inciden en que el aparente altruismo del calculador racional y el verdadero altruismo son dos rutas emotivo-cognitivas diferenciadas y que, en circunstancias propicias, producen resultados distintos: en ambientes de anonimato y carencia de incentivos el falso altruista, igual que ocurre con el sacerdote y el levita de la par¨¢bola del buen samaritano, evitar¨¢ ensuciarse las manos en un altruismo que no le reporta ganancia. Por el contrario, el genuino altruista act¨²a motivado por el sufrimiento ajeno, aliviarlo y consolarlo, aun asumiendo un coste personal irrecuperable y sin que nadie se aperciba de ello. Como explica el fil¨®sofo Thomas Nagel en La posibilidad del altruismo, no todo comportamiento es interesado, aunque existan comportamientos desinteresados que reciban un premio a posteriori. La clave distintiva del buen samaritano estriba en que su motivaci¨®n consiste en ¡°que un acto m¨ªo beneficiar¨¢ a alguien m¨¢s (lo cual) puede motivarme solo porque quiero su bien, o quiero algo que conduce a ello¡±.
En una sociedad en la que ha arraigado culturalmente la panoplia de valores individualistas y competitivos, todos somos capaces de apreciar genuinos comportamientos altruistas no solo en el ¨¢mbito reducido de la vida familiar, donde el altruismo tiene una clara funci¨®n biol¨®gica, sino adem¨¢s en otros ¨¢mbitos cotidianos en los que la funci¨®n biol¨®gica no resulta tan evidente. La explicaci¨®n neurocient¨ªfica estriba en el poder motivador de las emociones que se activan en el ¨¢rea m¨¢s primitiva del cerebro, aquella que produce comportamientos instant¨¢neos no deliberados. Cuando estamos ante un serio dilema moral que requiere una actuaci¨®n urgente, a veces segundos o d¨¦cimas de segundo, el paleocerebro coge las riendas y saca a la luz lo mejor y lo peor de la naturaleza humana.
No obstante, hoy d¨ªa la ciencia respalda con abundantes investigaciones que, en condiciones predisponentes, la mayor¨ªa de los homo sapiens responden con un altruismo no utilitario ante los est¨ªmulos del sufrimiento y la necesidad de otros.
La grave crisis econ¨®mica, y la degradaci¨®n pol¨ªtica y moral que contempla con estupor y resignaci¨®n buena parte de la ciudadan¨ªa, pueden llegar a justificar que, ante la escasez de recursos, resulte ¡°racional¡± modificar los principios ¨¦ticos del altruismo para, cambi¨¢ndolos por otros m¨¢s ¡°rentables¡±, imitar a los triunfadores en el juego de la ruleta social. Sin embargo, lo que se aprecia en esta tensa situaci¨®n es que la criminalidad no se incrementa en Espa?a, sino que se reduce, la familia se fortalece, las organizaciones que gestionan la asistencia social reciben m¨¢s contribuciones an¨®nimas y, a la par que la estructura institucional del bien com¨²n se desmantela so pretexto de sostenibilidad financiera y el mal menor, la ciudadan¨ªa no especialista en estos vericuetos contables, la del paleocerebro que impulsa a saltar las vallas y entrar en los vagones siniestrados, se aferra al sentir comunitario, aunque le digan que eso sale caro o que es irracional.
La neurociencia cognitiva social explica que practicar el altruismo produce la experiencia que llamamos felicidad, y la neuroendocrinolog¨ªa ha demostrado que los comportamientos amistosos y cooperativos aumentan la esperanza de vida tanto como abandonar el h¨¢bito tab¨¢quico o el alcoholismo. ?Ser¨¢ que, como concluy¨® Spinoza en su ?tica, ¡°la felicidad no es un premio que se otorga a la virtud, sino que es la virtud misma¡±? Los mismos innatismos prosociales que salvaron a nuestra especie en momentos cr¨ªticos de la historia evolutiva siguen operativos en la actualidad. Adam Smith, el santo de la econom¨ªa, lo ten¨ªa claro, y en su libro de psicolog¨ªa social dej¨® escrito acerca de los seres humanos, que est¨¢n dotados de ¡°un amor a la vida y un temor a la muerte, un deseo de continuar y perpetuar la especie, y una aversi¨®n ante la idea de su total extinci¨®n. Pero (¡) no se ha confiado a la lenta e incierta determinaci¨®n de nuestra raz¨®n el descubrir los medios adecuados para conseguirlos¡±.
Jos¨¦ Luis Herranz Guill¨¦n es economista.
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