?Hacia d¨®nde se dirige Egipto?
Hoy m¨¢s que nunca hemos de apoyar a los dem¨®cratas, que son la tercera fuerza
Hay una cosa segura en Egipto: el islam radical se ha desacreditado a s¨ª mismo; ha demostrado su incapacidad tanto para empezar a construir un Estado como para impulsar un inicio de desarrollo econ¨®mico y social. Pase lo que pase, los Hermanos Musulmanes habr¨¢n sido los verdaderos sepultureros del proyecto de un islamismo moderado, de la idea de una alternancia islamista que no se convertir¨ªa en una forma m¨¢s de despotismo.
Pero hay otra cosa igual de segura: el Ej¨¦rcito ha perdido su credibilidad; ha demostrado a quienes dudaban de ello que no ha aprendido ni olvidado nada desde la era Mubarak. La idea de un Ej¨¦rcito del pueblo y para el pueblo, la hip¨®tesis de un Ej¨¦rcito republicano que no interviene para confiscar el poder en defensa de sus propios intereses y privilegios, sino, como hicieron los capitanes de abril de la revoluci¨®n portuguesa de hace 40 a?os, para socorrer a un movimiento civil ¨¢vido de derechos y libertades, se ha convertido en una quimera absurda, triste y tr¨¢gicamente absurda desde la masacre del 27 de julio, que vino a sumar otros 72 muertos a los del tiroteo del 9 de julio.
A partir de aqu¨ª, ?qu¨¦ puede ocurrir?
Por supuesto, uno podr¨ªa imaginar un retorno sorpresa de los Hermanos Musulmanes, que, catapultados por el aura de martirio que les han proporcionado los acontecimientos recientes, volvieran a instalarse en un poder del que les ha expulsado el pueblo. ?Acaso la religi¨®n de la muerte y la sangre no es tambi¨¦n su religi¨®n? ?Acaso ellos respetan la vida humana mucho m¨¢s que los militares asesinos? Y, ?acaso hace dos a?os y medio, durante los primeros d¨ªas de la rebeli¨®n de la plaza de Tahrir, no escuch¨¦ c¨®mo uno de los suyos, miembro de la direcci¨®n estrat¨¦gica de la hermandad, me describ¨ªa hasta el ¨²ltimo detalle la cadena de acontecimientos a la que estamos asistiendo y que, en su opini¨®n, solo pod¨ªa terminar jugando a su favor?
Uno podr¨ªa imaginar tambi¨¦n una nueva y duradera dictadura apoyada por unos asesinos cargados de galones, so pretexto de un imaginario ¡°mandato¡± de acabar con el ¡°terrorismo¡±. ?No hablaba Mohamed Ibrahim, el nuevo ministro de Interior, unas horas despu¨¦s de la masacre, de un ¡°nuevo amanecer¡± para las Fuerzas Armadas? El tema de los ¡°30 millones de simpatizantes¡± con el que la televisi¨®n oficial justifica a los erradicadores durante todo el santo d¨ªa, ?no funciona como una aut¨¦ntica licencia para matar? Y, aunque seguramente Al Sisi carezca de la estatura para desempe?ar duraderamente el papel, ?c¨®mo no recordar el precedente de los a?os cincuenta, cuando un coronel apellidado Nasser terminaba imponi¨¦ndose tras los dos a?os de semianarqu¨ªa que sucedieron al golpe de Estado de los llamados Oficiales Libres?
El Ej¨¦rcito no ha aprendido ni olvidado nada desde la era Mubarak
Otra posibilidad ser¨ªa un escenario a la argelina, en el que los dos bandos se enfrentasen en una lucha sin piedad y, en cierto modo, sin fin. En su d¨ªa, yo mismo vi c¨®mo se dibujaba ese escenario e inform¨¦ del doble reinado del FIS y el GIA, por un lado, y los servicios secretos del r¨¦gimen, por otro. Por desgracia, hoy, no me cuesta imaginar al Egipto de Mahfouz y Cavafis, de Durrell y Forster, al Egipto real y m¨ªtico que, desde la noche de los tiempos, es otra patria de los sabios y los magos, de los fil¨®sofos y los amigos de la inteligencia, presa de la misma ley de las masacres, seg¨²n la cual a las matanzas del ej¨¦rcito responder¨ªan, en una espiral sin fin, las represalias de los islamistas, y viceversa.
Finalmente, hay otra salida; la ¨²ltima. No digo que sea la m¨¢s probable, pero tampoco es la m¨¢s improbable. En todo caso, es la que deber¨ªan desear con toda el alma los verdaderos amigos de Egipto, aquellos que han aprendido a amarlo a trav¨¦s de sus escritores y sus ciudadanos, de los relatos del edificio Yacobi¨¢n y de los libros de la Biblioteca de Alejandr¨ªa, escuchando a aquellos egipcios para los que Egipto es una tierra y en contacto con los que lo conciben como una Idea y como la fuente de una historia que es una parte de la historia de la humanidad. Me refiero al retorno del esp¨ªritu de Tahrir, que, hace poco m¨¢s de dos a?os, anim¨® a la juventud a vencer el miedo y a desafiar y derrotar a un Al¨ª Bab¨¢ que se cre¨ªa fara¨®n.
Para que tal cosa sucediera, har¨ªa falta que se rompiese esa alianza contra natura, a la que ya no pueden justificar las circunstancias, entre los activistas de Tamarod y el Ej¨¦rcito.
Har¨ªa falta que Mohamed el Baradei, conciencia de la nebulosa liberal, no se limitase a un tuit para ¡°condenar¡± el uso excesivo de la fuerza ni para llamar a ¡°trabajar duro¡± para salir del impasse en el que se encuentra Egipto.
Y, sobre todo, har¨ªa falta que el pueblo comprendiese que solo la discordia en campo amigo, la divisi¨®n de los dem¨®cratas, dispersos en dos o tres candidaturas, fue lo que permiti¨® que se hiciese con el poder un islamista por el que, en resumidas cuentas, solo hab¨ªa votado un elector de cada cuatro.
Una revoluci¨®n no se hace en un d¨ªa, ni en dos a?os.
Es un acontecimiento de larga duraci¨®n, oscuro, conflictivo, en el que los avances repentinos vienen seguidos de retrocesos desesperantes.
Y no ser¨¢ un franc¨¦s quien diga lo contrario, a menos que haya olvidado aquella interminable revoluci¨®n que tuvo que pasar por el Terror, la Reacci¨®n de Termidor, dos imperios y una Comuna ahogada en su propia sangre, antes de contemplar el nacimiento de la Rep¨²blica definitiva.
Hoy, m¨¢s que nunca, tenemos que apoyar a los dem¨®cratas, que son la tercera fuerza del Egipto actual.
Bernard-Henri L¨¦vy es fil¨®sofo.
Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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