La nueva poes¨ªa del espionaje
Antes sab¨ªan lo que buscaban y necesitaban medidas excepcionales para violar la privacidad. Hoy, la cibervigilancia ha convertido la intimidad en un conjunto de datos que facilitan nuestras pr¨®tesis electr¨®nicas
En un ensayo sobre el disc¨ªpulo de Ezra Pound y oscuro funcionario de la CIA James Jesus Angleton, Eliot Weinberger, tras notar la curiosa tendencia norteamericana a reclutar esp¨ªas entre aspirantes a poeta graduados de las facultades de Ingl¨¦s en las universidades de la Ivy League, nos regala la idea de un libro todav¨ªa no escrito sobre ¡°poes¨ªa y espionaje¡±. ¡°Un esp¨ªa¡±, dice, ¡°debe averiguar d¨®nde est¨¢ la mejor informaci¨®n, hacerse de ella sin que lo descubran y lograr transmitirla¡±. Desde Chaucer hasta Basil Bunting, al menos, los bardos han tenido facilidad para esas tareas, tal vez porque, como pensaba Angleton, un poeta es alguien con sensibilidad especial para la ambig¨¹edad y los sentidos ocultos, casi siempre convencido, adem¨¢s, de servir a unos grandes poderes demasiado imprecisos.
He recordado estos d¨ªas el sugerente ensayo de Weinberger a prop¨®sito del caso Snowden. Resulta bastante obvio que en los ¨²ltimos a?os el debate sobre el ¡°uso liberador¡± de las nuevas tecnolog¨ªas ha dejado lugar a otro sobre el uso gubernamental de la cibervigilancia y los l¨ªmites de lo privado en la era digital. Y junto a ese desplazamiento de nuestro inter¨¦s, empieza a filtrarse un nuevo tipo de cinismo: aquel que acepta la decadencia de la privacidad como algo inevitable, el precio a pagar en esta ¨¦poca de nuevos retos a la seguridad y amenazas globales.
Despu¨¦s de Edward Snowden, y sea cual sea el juicio que su actitud nos merezca, tenemos ya evidencias de un pacto inaceptable entre poderes p¨²blicos y compa?¨ªas privadas, una peligrosa componenda entre los Gobiernos democr¨¢ticos y las principales empresas tecnol¨®gicas a las que llevamos a?os usando como mediadoras de nuestra intimidad. Pero tal vez no nos damos cuenta de hasta qu¨¦ punto el funcionamiento de esta nueva entente, bajo nombres tan poco imaginativos como PRISM o UPSTREAM, representa la mutilaci¨®n de algunos criterios fundamentales que en el pasado sirvieron para afirmar al individuo frente a la doble l¨®gica del mercado o el Estado.
Tenemos ya evidencias de un pacto inaceptable entre poderes p¨²blicos y compa?¨ªas privadas
Tras el esc¨¢ndalo suscitado por las declaraciones de Snowden, el analista Evgeni Morozov dej¨® caer un tuit tan socarr¨®n como revelador: ¡°Estoy espantado de que la Administraci¨®n de Obama no est¨¦ haciendo ning¨²n esfuerzo para que los datos de la NSA sean compatibles con el open government¡±. El azote de la pol¨ªtica norteamericana con respecto a Internet y las nuevas tecnolog¨ªas se burlaba de una evidente contradicci¨®n entre las dos grandes pasiones del Gobierno dem¨®crata: por una parte, la confianza casi ilimitada en las nuevas herramientas y su capacidad para facilitar pol¨ªticas p¨²blicas m¨¢s transparentes; por otra, el papel de implacable censor de informaci¨®n que esa misma Administraci¨®n ha jugado en los casos de Wikileaks y Snowden.
En lo que tal vez sea su mejor ensayo hasta el momento, The price of hypocresy, Morozov analizaba hace poco la nueva econom¨ªa pol¨ªtica del ¡°consumismo de informaci¨®n¡±, una suerte de tendencia contempor¨¢nea que unifica la l¨®gica de mercado con el adocenado optimismo presente a todos los niveles gubernamentales de nuestra ¨¦poca: Big Data ha terminado siendo la manera en que el mercado negocia con la informaci¨®n al margen de cualquier consideraci¨®n moral, y esto tambi¨¦n tiene su traducci¨®n pol¨ªtica. Con la excusa de garantizar nuestra seguridad, el Estado adopta los m¨¦todos m¨¢s sofisticados de una nueva l¨®gica de mercado donde la informaci¨®n personal es una mercanc¨ªa m¨¢s. Ambas instancias est¨¢n dotadas con tecnolog¨ªa punta y mientras el primero tiene la capacidad casi ilimitada de espiarnos, la segunda trata de seducirnos con una amplia variedad de gadgets concebidos para recopilar informaci¨®n a todos los niveles y proponernos constantemente una nueva idea de nosotros mismos. Una idea reduccionista de nosotros que ni nosotros mismos imaginamos.
El ensayo de Morozov ven¨ªa precedido de un par de fotos elocuentes del general Keith Alexander, director de la agencia de Seguridad Nacional de EE<TH>UU: una con uniforme de gala, y otra, durante Defcon 2012, un encuentro de hackers, vistiendo una camiseta de la Electronic Frontier Foundation. Los nuevos esp¨ªas no se reclutan ya, al parecer, entre aspirantes a poeta, sino entre j¨®venes apasionados por las nuevas tecnolog¨ªas.
La figura misma del esp¨ªa parece haber sido sustituida por la del ¡°analista¡± o selector. Se da menos importancia a localizar la mejor informaci¨®n o interpretar las acciones de un sospechoso sin hacerse notar, que a hacer acopio y decantar a distancia una inmensa cantidad de datos y metadatos cotidianos, limitando el riesgo y los rejuegos de ambig¨¹edad que caracterizaron al espionaje en los siglos precedentes. El nuevo esp¨ªa ya no tiene mucho que ver con un atento lector de poes¨ªa, sensible a las sutilezas del lenguaje, o con un estudioso del New Criticism, familiarizado con los ¡°siete tipos de ambig¨¹edad¡± definidos por William Empson, sino que es m¨¢s bien el encargado de hacer un retrato robot del sospechoso utilizando la mayor cantidad de metadatos que pueda conseguir.
El Estado adopta la nueva l¨®gica del mercado, donde la informaci¨®n personal es una mercanc¨ªa m¨¢s
Algunos liberales de la vieja escuela han acusado a Obama y su Gobierno de incurrir en los mismos pecados que Nixon. Se equivocan: la realidad es bastante peor. En la ¨¦poca de Watergate, los esp¨ªas sab¨ªan exactamente lo que buscaban, y la violaci¨®n gubernamental de la privacidad operaba desde la antigua noci¨®n de medidas excepcionales para casos extraordinarios, al margen del statu quo. Con esa legislaci¨®n, los culpables directos e indirectos de la intrusi¨®n pod¨ªan ser enjuiciados. Todo eso ahora pertenece al pasado.
Cuando en 1978 Susan Sontag incluy¨® la nota titulada Debriefing, en su novela, Yo, etc¨¦tera (¡°Aprender que el Gobierno, usando informaci¨®n que por ley requiere ser grabada y almacenada indefinidamente en bancos, la compa?¨ªa telef¨®nica, las l¨ªneas a¨¦reas, las compa?¨ªas de cr¨¦dito ¡ªpueden saber ahora m¨¢s de m¨ª (de mi vida social, en cualquier caso) de lo que s¨¦ yo misma¡±) seguramente no pod¨ªa imaginar que cuatro d¨¦cadas despu¨¦s disculpar¨ªamos esas intrusiones como algo obvio, casi banal.
Fue un espect¨¢culo lamentable o¨ªr al presidente Obama decir que la informaci¨®n sobre llamadas telef¨®nicas recopilada por la NSA era ¡°solo metadatos¡± y ¡°no inclu¨ªa el contenido¡± de ninguna llamada. El uso indiscriminado del espionaje a partir de una ingente cantidad de esos llamados metadatos no solo resulta m¨¢s invasivo que cualquier otro m¨¦todo de vigilancia, sino que reduce notablemente la idea misma de lo privado, recre¨¢ndola para uso policial.
Es como si, para seguir con la met¨¢fora que hemos usado antes, un poeta pretendiera hacer poes¨ªa ya no con las palabras cotidianas, elegidas y colocadas en cierto orden para crear determinados efectos y connotaciones, sino que prefiriese un conjunto heter¨®clito de signos literales y forzara con ellos una b¨²squeda sem¨¢ntica de la misma manera que proceden los nuevos algoritmos de Google: a partir de un proceso, m¨¢s o menos complejo, de desambiguaci¨®n. El resultado, sin embargo, no garantiza la precisi¨®n prometida por los defensores de estos m¨¦todos, como tampoco las nuevas b¨²squedas sem¨¢nticas garantizan un mejor procesamiento conceptual de la informaci¨®n humana. Con respecto al funcionamiento democr¨¢tico, hay un peligro fundamental en ese punto en que el Gobierno, como dec¨ªa Sontag, sabe m¨¢s de uno que lo que puede recordar uno mismo.
Se trata menos de la nostalgia por aquellos esp¨ªas de la era de Kim Philby y el C¨ªrculo de Cambridge, como de una queja sobre los presupuestos a los que el Estado ha reducido la idea de intimidad, y la banalizaci¨®n definitiva de la manera en que nos vemos a nosotros mismos. Para los nuevos esp¨ªas, como para esas compa?¨ªas que se ocupan de recopilar cada d¨ªa nuestras huellas en la Red y ofrecernos una mon¨®tona carta de sugerencias precocinadas, la intimidad, lo privado, es un conjunto manipulable de datos obtenidos a trav¨¦s de nuestras pr¨®tesis electr¨®nicas. Ese es el verdadero peligro de aceptar como inevitable una vigilancia rutinaria, que llegar¨¢ el momento en que a fuerza de creernos poco interesantes acabemos por serlo.
Ernesto Hern¨¢ndez Busto es ensayista (premio Casa de Am¨¦rica 2004). Desde 2006 edita el blog de asuntos cubanos PenultimosDias.com.
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