Primer ministro y... taxista
Jens Stoltenberg, el candidato laborista, coge el volante para conocer la opini¨®n de los votantes noruegos
Aunque solo fuera por unas horas, el primer ministro noruego Jens Stoltenberg decidi¨® cambiar de trabajo y se convirti¨® en taxista. Lo hizo atendiendo a la hip¨®tesis de que en los taxis ¡°la gente realmente dice lo que piensa¡±, explic¨®. Puesto que un primer ministro debe conocer la voz de calle y lo que piensan los ciudadanos, ni corto ni perezoso abandon¨® el traje de pol¨ªtico y se enfund¨® el de conductor. Y afin¨® el o¨ªdo.
Conviene saber que el 9 de septiembre hay elecciones legislativas en Noruega y que su partido, el Laborista, va en las encuestas tres puntos por detr¨¢s de la derecha que lidera la conservadora Erna Solberg. No se trata, por tanto, solo de un primer ministro que acude sol¨ªcito a conocer las necesidades de su pueblo sino que el inesperado taxista es tambi¨¦n el candidato de un partido en apuros. Los laboristas llevan gobernando, con o sin mayor¨ªa absoluta, desde 1927, as¨ª que para evitar el bochorno de perder el poder despu¨¦s de tanto tiempo, Jens Stoltenberg seguro que est¨¢ dispuesto a realizar cualquier pirueta medi¨¢tica que le recomienden sus asesores de imagen. En el v¨ªdeo que recoge su particular campa?a se le ve sonriente y los clientes celebran descubrir a semejante conductor. Tuvo que frenar una vez de manera un tanto precipitada pero, por lo dem¨¢s, cumpli¨®.
Para evitar que el primer ministro anduviera dando vueltas in¨²tiles, el Partido Laborista contrat¨® a cinco personas (de las catorce que tuvieron el privilegio de un conductor tan especial) para que cogieran el taxi. El v¨ªdeo muestra la sucesi¨®n de incredulidad y risas que provoc¨® en los pasajeros descubrir qui¨¦n era el conductor. El caso es que Stoltenberg debati¨® con sus clientes de educaci¨®n, de los sueldos de los altos cargos y de pol¨ªtica petrolera. Habr¨¢ que ver si su esfuerzo se traduce en votos.
En Espa?a tendr¨ªa que haber sido a la inversa. Aqu¨ª son los taxistas los que diseccionan la realidad ante los clientes, con m¨¢s o menos tino. Por lo tanto, m¨¢s que conducir, a Stoltenberg le hubiera tocado levantar la mano y subir al veh¨ªculo. Una vez dentro, sin duda hubiera conocido lo que piensan los taxistas: su indignaci¨®n lo habr¨ªa dejado temblando.?
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