Khaled Hosseini, testigo de Afganist¨¢n
Khaled Hosseini se ha convertido en la voz afgana m¨¢s influyente del mundo Exiliado en Estados Unidos desde que ten¨ªa 15 a?os, la marca afgana le persigue
Cuando hayan pasado a?os, d¨¦cadas, en otras ¨¦pocas, cuando las generaciones por venir quieran saber c¨®mo eran las gentes del Afganist¨¢n sumido en el caos ligeramente presente m¨¢s all¨¢ del ¨¢spero paisaje que les mostrar¨¢n las im¨¢genes de archivo en cualquiera de los dispositivos que est¨¦n por inventarse¡ Por encima de las bombas, las matanzas, las cuevas, las cabras en at¨®nita anarqu¨ªa, cuando la gente se pregunte si en mitad de esa telara?a violenta que desde hace m¨¢s de 40 a?os ¨Ccontando la invasi¨®n sovi¨¦tica en 1976 hasta las ¨²ltimas guerras contra los talibanes¨C los atrapa, los destripa, los atormenta; si alguien, en alg¨²n momento quiere enterarse de si all¨ª se forjaron sue?os, anhelos, vida amable, felicidad incluso, qu¨¦ com¨ªan, c¨®mo se divert¨ªan, en qu¨¦ casas refugiaban sus angustias, tendr¨¢n que leer a Khaled Hosseini.
M¨¢s all¨¢ de la urgencia de las noticias ¨Csiempre tendentes al espanto¨C, aparte de la sensaci¨®n de trampa y atraso casi medieval que nos espeluznaba en los a?os noventa, con sus burkas ocultando rostros, cuerpos y sus muyahidines mutil¨¢ndolos, Hosseini ha querido ser testigo certero de la normalidad y la vida en la tierra que le vio nacer un 4 de marzo en Kabul hace 48 a?os.
Jam¨¢s pens¨® que se ganar¨ªa los cuartos como escritor. Era un pasatiempo con el que sobrellevar la medicina, su primera carrera, que ejerci¨® en el Cedars-Sinai Hospital, de Los ?ngeles, y que hoy no echa de menos: ¡°No parezco sufrir ninguna nostalgia de ese mundo, salvo lo que extra?o a los compa?eros de trabajo y a algunos pacientes. Siempre tuve una relaci¨®n dif¨ªcil con ella¡±, asegura el autor durante un encuentro en Nueva York. Pero el ¨¦xito global de su primera novela, Cometas en el cielo (Salamandra), le cambi¨® el rumbo. Despu¨¦s vinieron sus Mil soles espl¨¦ndidos y entonces se convirti¨® en fen¨®meno editorial con 38 millones de copias vendidas por todo el mundo. ¡°No lo esperaba. Ni que se leyeran, ni que se vendieran¡±.
No parezco sufrir ninguna nostalgia de la medicina, salvo lo que extra?o a compa?eros de trabajo y a algunos pacientes¡±
Las razones de su ¨¦xito a muchos pueden no extra?arles nada y a otros dejarles perplejos. Perplejos porque, a priori, la vida com¨²n en Afganist¨¢n, un lugar contaminado por la mala prensa, dista mucho de ser un escenario para best-sellers que no tengan que ver con el espionaje y las guerras antitalib¨¢n. Tambi¨¦n porque, aun inundando sus historias de una ternura y una empat¨ªa humana sobresaliente ¨Cesa s¨ª es una raz¨®n palpable y loable de su ¨¦xito¨C, no pasan de puntillas sobre la violencia, el abuso, las calamidades, la guerra, la di¨¢spora, el horror¡ Es m¨¢s, lo relata como una parte demasiado cotidiana en sus vidas.
Con Y las monta?as hablaron (Salamandra), Hosseini regresa a Afganist¨¢n. Pero esta vez lo hace en cuerpo y alma. Su tercera novela es la m¨¢s arriesgada y, seg¨²n The New York Times, la mejor de cuantas ha publicado. En ella, el autor narra la historia de una separaci¨®n entre hermanos. Recorre el pa¨ªs a lo largo de seis d¨¦cadas, desde 1952 hasta el presente, y al tiempo esparce a sus gentes por el mundo mientras acerca a quienes no son de all¨ª, pero buscan en esa tierra sentido a sus vidas. El caso es que todos acaban atrapados en una especie de campo magn¨¦tico global, con aquel punto de Asia, dejado de la mano de los dioses, como un epicentro que engancha y del que resulta dif¨ªcil escaparse.
?l lo hizo junto a su familia. Contaba 11 a?os cuando salieron hacia Francia con su padre diplom¨¢tico y 15 cuando pidieron asilo en Estados Unidos. De all¨ª ya no se movieron. El joven Khaled estudi¨® medicina, y sus padres, un musulm¨¢n moderado y una profesora de persa con ascendentes pastunes, rehicieron sus vidas junto a sus cinco hijos.
Fue muy duro. En la turbulenta adolescencia, el reci¨¦n llegado a aquella nueva tierra tan distinta se sent¨ªa ignorado en el instituto. Pero sus padres debieron de sufrirlo m¨¢s. La ca¨ªda de alto funcionario a conductor, en el caso de su padre, y de responsable de un colegio a camarera, en el de la madre, debi¨® de doler. Al primog¨¦nito Hosseini siempre le pic¨® la curiosidad de las ra¨ªces y en 2003 pudo regresar a una tierra donde en principio, y sin haber superado la sensaci¨®n de extra?eza que le sacudi¨® a?os antes al aterrizar en EE UU, dijo sentirse tambi¨¦n como un turista.
Ahora, cada vez menos. Vencida la distancia del abrupto regreso, lo ha ido haciendo paulatinamente para poner en pie proyectos humanitarios con refugiados y gentes sin hogar junto a su fundaci¨®n. Con su labor all¨ª se ha convertido en un analista privilegiado. ¡°Vivimos un periodo de preocupaci¨®n y ansiedad, aunque no creo que volvamos a la situaci¨®n de los noventa. Incluso las milicias se han dado cuenta a estas alturas de que la paz es buena, que conviene¡±.
Pero como Hosseini no ha abandonado su tierra de ninguna manera es en la ficci¨®n. Afganist¨¢n, sus monta?as peladas, el bullicio de las ciudades, las competiciones de cometas entre los chiquillos que fueron dando paso a la locura por el f¨²tbol, los pozos, las excursiones a los lagos, los platos de qabuli, el pan reci¨¦n salido del tandur, el cordero, las uvas pasas, son, entre otras cosas, su mundo literario, su Macondo, el lugar donde crea, imagina o echa mano de sus recuerdos para hacer penetrar de una manera aut¨¦ntica a los lectores en sus olores, sus sabores, su clima, sus contornos, sus espejismos.
Tambi¨¦n Hosseini sabe utilizar el aliento l¨ªrico de sus gentes ¨C¡°en los palacios, los grafitis son versos, la poes¨ªa est¨¢ en nuestro ADN¡±, comenta¨C, las historias orales, de las que bebe para redondear las suyas propias. Aunque eso, con cuidado: ¡°La exageraci¨®n es nuestro deporte nacional¡±. Salvando dicho inconveniente, no tan grave para quien se dedica a la ficci¨®n, en su ¨²ltima novela, Hosseini arriesga en forma y fondo, con estructuras cambiantes y saltos en el tiempo, con lenguajes depurados y personajes poblados de luces, sombras, haza?as, miedos y mazmorras interiores.
¡°Me limitaba a seguirlos, surg¨ªan de un tronco y se ramificaban, pod¨ªan acabar en cualquier parte del mundo¡±, asegura. De hecho, los escenarios de Y las monta?as hablaron, aparte de Afganist¨¢n, nos llevan a la Grecia de los recortes, a Espa?a, a Par¨ªs, a Estados Unidos¡ ¡°Trataba de que no me adentraran en ninguna jungla, pero tambi¨¦n su propia complejidad me parece muy interesante para el lector¡±.
Es el caso, entre otros, de Nabi, el mayordomo y t¨ªo de los hermanos separados, de Markos, el griego cooperante que huye hacia el propio infierno para escapar de sus demonios locales, o de la pareja formada por Suleiman y Nila Wahdati, la fascinante poeta existencialista, que rompe el molde que nos han dibujado de la mujer afgana. ¡°Un personaje que nace en el lugar y el tiempo equivocados. Yo conoc¨ª mujeres as¨ª antes de la invasi¨®n sovi¨¦tica. Exist¨ªan y vest¨ªan ropa moderna. Opinaban, fumaban. Resultaban ex¨®ticas, atractivas e intimidantes. En fin, son reliquias de mi infancia¡±.
Como puede comprobarse, casi todos ellos, unidos a Pari y Abdul¨¢, los hermanos separados con tres y 10 a?os, respectivamente, resultan un puro retrato del desarraigo: el gran tema de su ¨²ltima novela. ¡°Desde que nacemos experimentamos el sentido de la p¨¦rdida. Queremos siempre permanecer conectados a algo, es vital. Desprendernos del origen se vuelve una obsesi¨®n fundamental en esta obra, algo vital. Lo que perdemos o lo que creemos que hemos perdido, eso que si no llegamos a hablarlo alg¨²n d¨ªa, compartirlo con quien tambi¨¦n lo ha sufrido, nunca estamos del todo seguros de hasta qu¨¦ punto nos afecta¡±. Para luchar contra eso o para vencerlo, Hosseini ha tirado del hilo del recuerdo.
Con esa arma tambi¨¦n ha logrado superar todos los inconvenientes de sentirse un mero autodidacto en el oficio. M¨¢s all¨¢ de alg¨²n taller literario, no ha estudiado nada que tenga que ver con su actual trabajo. ¡°Siempre me mov¨ª en un ambiente muy cient¨ªfico, nadie me aconsejaba y mis lecturas eran muy poco disciplinadas. Le¨ªa desde Stephen King hasta thrillers diversos, ahora disfruto con novelas de todas partes o con escritores como George Saunders o Colum McCann¡±.
Los j¨®venes afganos se muestran sobrios, realistas y optimistas con los retos que tienen por delante¡±
Y de todas partes atrapa su inmensa capacidad de comprensi¨®n hacia las circunstancias y las limitaciones de cada cual. ¡°He cambiado. Mis personajes son m¨¢s ambiguos¡±. Pero no sus percepciones del pasado. Incre¨ªblemente concretas. ¡°Guardo una gran memoria de los a?os previos a 1976. Cierro los ojos y escucho, huelo, me deslumbro con las luces y el tr¨¢fico. No necesito ni siquiera hacer ning¨²n trabajo de investigaci¨®n, resucitan en mi interior y me resulta crucial esa resurrecci¨®n¡±.
Sobre eso se deja llevar. ¡°No intento por nada del mundo cambiar mi percepci¨®n, escribo tal cual veo, tal como recuerdo. Aun as¨ª, en cada viaje, mis percepciones se transforman. Lo que intento con mis libros es que se conviertan en ventanas a trav¨¦s de las cuales la gente pueda entrar e identificarse con quienes los habitan¡±.
Por eso detesta los estereotipos. Como, por ejemplo, ese viciado empe?o que tenemos los occidentales de ver en los afganos a pobres v¨ªctimas atrapadas, sin salida. ¡°Cuando paso tiempo all¨ª, no me encuentro con eso. Ni con perpetuos seres humillados, ni con fan¨¢ticos enemigos de Occidente atrasados. No deber¨ªamos ser tan vagos a la hora de mirar otras realidades. Los j¨®venes afganos est¨¢n conectados a lo que nos rodea, son perfectamente conscientes de lo que ocurre y comparten la complejidad de las sociedades modernas¡±. Adem¨¢s de eso, asegura Hosseini, ¡°si bien no son gente con recursos en su mayor¨ªa, se muestran sobrios y realistas, incluso optimistas con los retos que tienen por delante¡±.
Los libros de este autor tan implacable como ultrasensible, con todo su drama, su peso, sus vicisitudes, dan tambi¨¦n buena fe de ello. Pero lo que m¨¢s ¨ªntimamente desea Hosseini, despu¨¦s de las humillaciones, el sufrimiento que ha marcado a su pa¨ªs de origen durante d¨¦cadas, es que a partir de ahora los nuevos ecos de las monta?as lleguen a o¨ªdos de sus gentes con otros sones, con otras m¨²sicas completamente distintas al maldito redoble de los tambores de guerra.
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