Laurence Olivier incendia la memoria de Hollywood
Marilyn Monroe o Dustin Hoffman fueron v¨ªctimas de sus dardos en vida. Hoy afloran las grabaciones donde el actor despach¨® con odio al resto de sus colegas
En su tiempo fue proclamado el mejor actor en habla inglesa del siglo XX, triunf¨® como nadie sobre las tablas del exigente teatro brit¨¢nico y brill¨® en ese otro universo tan distante de Hollywood. Para quienes tuvieron el privilegio de verlo en escena era la encarnaci¨®n misma de los mejores personajes de Shakespeare. La figura profesional de Laurence Olivier (1907-1989) aparece inmensa a cualquier luz, pero eso no significa que fuera especialmente simp¨¢tico, deferente o generoso con sus cong¨¦neres. No lo era, y todos en el mundillo lo sab¨ªan. Aun as¨ª, los herederos del int¨¦rprete han esperado casi un cuarto de siglo despu¨¦s de su muerte para sacar a la luz sus opiniones m¨¢s afiladas sobre los colegas de oficio, que ¨¦l mismo estuvo tentado de utilizar en su autobiograf¨ªa pero que acab¨® guardando bajo llave. Si en vida ya ningune¨® a nombres del calibre de Marilyn Monroe o Dustin Hoffman, este material in¨¦dito nos revela a un Olivier m¨¢s implacable ante una generaci¨®n de estrellas con las que comparti¨® plano a lo largo de la era dorada del cine. A varios les negaba el talento.
La adorable Merle Oberon era en realidad una ¡°peque?a y tontorrona aficionada¡±, dictamina Olivier sobre su coprotagonista de la pel¨ªcula Cumbres borrascosas (1939) que afianz¨® al brit¨¢nico en la meca californiana del cine. A Joan Fontaine, junto a la que comparti¨® el mega¨¦xito de Rebeca (1940), de Hitchcock, un a?o m¨¢s tarde, la tilda directamente de ¡°desagradable¡±, en contraste con el cartel cinematogr¨¢fico de ambos en pose rom¨¢ntica que hizo furor en la ¨¦poca. El actor habla a tumba abierta durante m¨¢s de 50 horas grabadas por un escritor que deb¨ªa ejercer de negro y escribirle las memorias, aunque finalmente decidi¨® asumir la pluma ¨¦l mismo y omitir el contenido de las cintas. Su viuda, la actriz Joan Plowright, ha permitido solo ahora que el bi¨®grafo e historiador Philip Ziegler las recupere y recicle en un libro que saldr¨¢ al mercado en septiembre bajo el t¨ªtulo de Olivier para seguir alimentando el mito.
Laurence Olivier tuvo dos matrimonios anteriores, con las actrices Jill Esmond y Vivien Leigh. De la protagonista de Lo que el viento se llev¨® habla con tristeza. Se acusaba a s¨ª mismo de haberla animado a interpretar a Blanche Dubois en Un tranv¨ªa llamado deseo porque ¡°eso la rompi¨® y fue el comienzo de su enfermedad¡±. Supuso el segundo Oscar para Leigh, pero tambi¨¦n fue el rodaje en el que aflor¨® la esquizofrenia de la actriz.
Qu¨¦ pod¨ªan ense?arme esos dos sobre actuaci¨®n...", dijo sobre Burt Lancaster y Kirk Douglas tras trabajar con ellos
Hijo de un pastor protestante de Surrey, siempre quiso dedicarse a la interpretaci¨®n, una profesi¨®n que definir¨ªa como su raz¨®n de ser. Su temprano ¨¦xito en el West End londinense ¡ªgracias a la prestancia, la perfecta dicci¨®n, esa t¨¦cnica estilizada y luego legendaria¡ª, le procur¨® el billete hacia Broadway y, de all¨ª, a Hollywood. En unos tiempos donde el talento era el principal material de la industria del cine, aquel int¨¦rprete de sangre shakespiriana consigui¨® trasladar grandes piezas del Bardo a la pantalla, como su recordado Enrique V o ese Hamlet en el que se dirigi¨® a s¨ª mismo, labr¨¢ndose el Oscar por la actuaci¨®n.
A lo largo de cinco d¨¦cadas, obtuvo trece nominaciones a la estatuilla dorada y todo tipo de reconocimientos, pero las exigencias del oficio y la presi¨®n de las nuevas generaciones no hicieron sino ahondar en sus propias inseguridades. El Olivier que confes¨® a Orson Welles estar enamorado de su propia imagen tambi¨¦n sufr¨ªa de miedo esc¨¦nico (el pavor a olvidar el texto en escena) y no siempre le gustaba lo que ve¨ªa en el espejo: ¡°Un papel excelente, l¨¢stima que yo no diera la talla¡±, admite sobre alguna de sus intervenciones f¨ªlmicas. Cuando en 1957 enrol¨® a Marilyn Monroe en el filme El pr¨ªncipe y la corista, que ambos protagonizaron bajo la direcci¨®n de Olivier, el actor se sent¨ªa tan intimidado por la bomba rubia como ella de ¨¦l, aunque lo ocultara bajo una capa de ¨¢cida iron¨ªa e incluso desd¨¦n. ¡°Mi odio hacia ella es una de las emociones m¨¢s fuertes que he sentido¡±, lleg¨® a decir sobre la legendaria indisciplina de Marilyn proyectada en un rodaje ca¨®tico. Pero, una vez visionada la pel¨ªcula, entendi¨® ¡°lo maravillosa que era¡± y reconoci¨® sin ambages que la actuaci¨®n de la actriz eclipsaba la suya propia.
Desprecio absoluto reserva sin embargo para otras luminarias como Burt Lancaster y Kirk Douglas, con quienes trabaj¨® en El disc¨ªpulo del diablo (1959): ¡°Qu¨¦ pod¨ªan ense?arme esos dos sobre actuaci¨®n¡¡±. Iron¨ªas de la vida, un lustro m¨¢s tarde Lancaster acab¨® apropi¨¢ndose del personaje de El gatopardo que el director Luchino Visconti hab¨ªa concebido para Olivier: los productores italianos impusieron a la entonces estrella m¨¢s taquillera, y esa ya no era el brit¨¢nico.
Animal de teatro incluso por encima de ese lustre hollywoodense que tanto le complac¨ªa, Olivier siempre dio sobre las tablas brit¨¢nicas lo mejor de s¨ª mismo, aunque entre bambalinas pod¨ªa ser muy mezquino. Se sent¨ªa amenazado por aquellas otras vacas sagradas que brillaban en el teatro cl¨¢sico. Se consideraba el mejor, aunque no siempre, y reflejaba esa contradicci¨®n en el juicio de sus pares. Recuerda a Peter O?Toole en los ensayos como ¡°el Hamlet m¨¢s perfecto que creo que ver¨¦ nunca¡±, para acto seguido destrozarlo tras la noche del estreno: ¡°!Me sent¨ª tan avergonzado por el pobre tipo!¡±. A Ralph Richardson le reconoce su ¡°glorioso¡± Falstaff , pero a?ade la puntilla de que ¡°su Otelo no era bueno porque le falt¨® la valent¨ªa¡±. Otros grandes como John Gielgud, Alec Guinness o Robert Stephens ¡ªcompa?eros, a veces amigos y siempre rivales¡ª son tambi¨¦n v¨ªctimas de sus dardos. Los envidi¨® a todos, aunque no tanto como a una estrella que nunca necesit¨® declamar a Shakespeare para encarnar, seg¨²n Olivier, el paradigma de una carrera. Insospechadamente, se llamaba Cary Grant.
Vivien Leigh, su amor tr¨¢gico
¡°Aparte de su aspecto, que era m¨¢gico, proyectaba una atracci¨®n de la naturaleza m¨¢s perturbadora que encontr¨¦ jam¨¢s¡±, describ¨ªa Olivier a la maravillosa y tr¨¢gica Vivien Leigh, la segunda de sus tres esposas (todas ellas actrices).
De sus tumultosos veinte a?os como matrimonio y dorada pareja art¨ªstica da fe una profusa colecci¨®n de cartas incluidas en el archivo de Vivien Leigh que el museo Victoria & Albert de Londres acaba de comprar a sus herederos. El diario personal de la actriz brit¨¢nica ¨Cde cuyo nacimiento se cumple el centenario este 2013- , fotograf¨ªas, guiones y anotaciones de trabajo son algunos de los documentos que, una vez catalogados, ser¨¢n accesibles en la web de la instituci¨®n. Entre las perlas, destaca una misiva que le dirigi¨® el dramaturgo Tennesse Williams (autor de Un Tranv¨ªa¡) en la que le confiesa que "eres la Blanche que siempre hab¨ªa so?ado". El archivo revela tambi¨¦n c¨®mo Leigh y Olivier siguieron manteniendo una tierna correspondencia despu¨¦s de divorciarse (1960) y hasta la muerte de la actriz, a los 53 a?os, a causa de una tuberculosis.
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