Millones y ¡°millonas¡±
Los dobletes de g¨¦nero son una epidemia que contin¨²a y que causar¨¢ un perjuicio notable a la lengua
La confusi¨®n entre el sexo y el g¨¦nero sigue rampante en algunas (quiz¨¢ privilegiadas) cabezas. El problema no es puramente escol¨¢stico, ni menos a¨²n personal suyo, sino que nos afecta a todos. Porque desde esas cabezas pasa a sus respectivas voces y escrituras, y de estas a los o¨ªdos y ojos de cualquiera que est¨¦ a su alcance. Desde ah¨ª inexorablemente se mete en su cerebro, en el que irremediablemente se instala la misma confusi¨®n.
Quiz¨¢ el lector recuerde el revuelo provocado por el neologismo puntual ¡°miembra¡± salido hace unos pocos a?os de la boca (y por tanto del cerebro) de la entonces ministra espa?ola de Igualdad Bibiana A¨ªdo. El p¨²blico manifest¨® en masa su desagrado y la se?ora ministra se vio obligada a rectificar.
Ah¨ª m¨¢s o menos acab¨® todo, al menos en Espa?a: el mundo hispanohablante es ancho, y en parte ajeno por la distancia. Ahora llegan noticias de Venezuela, el pa¨ªs de la constituci¨®n dobletista (¡°los venezolanos y las venezolanas¡±), de que en efecto hay un l¨ªmite a lo que el hablante inocente puede tolerar y aguantar.
El detonante esta vez ha sido la expresi¨®n ¡°millones y millonas¡± emitida por el presidente de aquella rep¨²blica en un discurso televisado al pa¨ªs. La respuesta en sus medios sociales no se hizo esperar: ¡°Hay millonas de razonas para irsa de Venezuelo; pera iguala me quedo¡±, escribi¨® en Twitter un usuario. Y millones (hiperb¨®lico) m¨¢s.
?De d¨®nde procede y a qu¨¦ viene todo esto, muy vigente tambi¨¦n en Espa?a, con dobletes de g¨¦nero y sus secuelas ahora presentes por doquier y algunas normas oficiales incluso imponiendo su uso en ciertos espacios?
La respuesta es sencilla, aunque quiz¨¢ menos para las privilegiadas cabezas de las que salen los mencionados partos. El sexo (el aparato reproductor que se revela en la zona central baja del tronco y en las conductas y taxonom¨ªas que de ¨¦l se derivan) ha pasado a confundirse en esas cabezas (no puede uno saber si de modo real o imaginario, en aras de sus intereses particulares) con el g¨¦nero de las palabras de la lengua. Hasta el punto de verse ya la misma palabra g¨¦nero utilizada por sexo en documentos oficiales o paraoficiales: se pregunta, por ejemplo, por el ¡°g¨¦nero¡± del solicitante, cuando el solicitante (una persona, no una palabra) por definici¨®n no puede tener g¨¦nero, aunque s¨ª tiene sexo, la informaci¨®n que la pregunta evidentemente (pero no expl¨ªcitamente) busca obtener.
El sexo se confunde con el g¨¦nero de las palabras por cuestiones pol¨ªticas
El g¨¦nero de las palabras castellanas (y el de las de otras lenguas que lo poseen) es un simple fen¨®meno gramatical de concordancia (es decir, encaje mutuo) entre palabras de ciertas clases en este aspecto subordinadas y sus palabras rectoras, los sustantivos. Se dice, por ejemplo, EL orden (de factores) pero LA orden (franciscana) ?Por qu¨¦ esta diferencia? Simplemente porque el castellano es as¨ª. No hay m¨¢s: en castellano tambi¨¦n decimos yo bebo pero t¨² bebes y nosotros bebemos, con concordancia de n¨²mero y persona en el verbo con el sujeto, pero en ingl¨¦s son respectivamente I drink, you drink, we drink, sin concordancia en el verbo drink. Tanto la concordancia del verbo como la de g¨¦nero en relaci¨®n a los nombres (el cometa frente a la cometa) son as¨ª fen¨®menos ling¨¹¨ªsticos, no pol¨ªticos. Menos a¨²n biol¨®gicos como lo es el sexo.
Hace unas pocas d¨¦cadas, un feminismo a mi juicio muy mal inspirado y peor orientado concibi¨® el g¨¦nero (gramatical) como panacea para la promoci¨®n de causas en s¨ª tan loables como la justicia y la consiguiente igualdad de derechos, alegando monstruos donde no los hab¨ªa. Todo el mundo que habla espa?ol sabe que una casta?a es un fruto, no un ¨¢rbol, precisamente por hablarlo. Tambi¨¦n sabe que en los trabajadores recibir¨¢n un aumento de salario la palabra trabajador no lleva significado sexual, simplemente porque en castellano no lo posee (habr¨ªa que decir los trabajadores varones para d¨¢rselo), como casta?a no lo tiene arb¨®reo: aprendemos esto seg¨²n vamos absorbiendo la lengua en la ni?ez, espont¨¢nea e inocentemente, sin pol¨ªticas ni politiqueos. Pero ahora nos vienen con el camelo de que trabajador (?y cientos de otras!) denota solo hombres, con las mujeres excluidas, reclamando por ello el uso de dobletes ¡°los ¡ y las ¡¡±, flagrantemente aberrantes para el hablante espont¨¢neo de buena fe.
No solo aberrantes, sino en extremo perjudiciales. Porque, como puntualic¨¦ al inicio, las palabras (cada una con su sonido, su significado y su gram¨¢tica espec¨ªficos) pasan de unos cerebros a otros a trav¨¦s de la boca, el aire y el o¨ªdo. La ¨²nica interpretaci¨®n que el hablante com¨²n del castellano puede dar a ¡°los vascos y las vascas¡± es que los vascos incluye solo hombres: de no ser as¨ª, con decir precisamente los vascos llega y sobra, en efecto la realidad en el castellano aut¨¦ntico de todos y de siempre.
El ¡°miembra¡± de la entonces ministra A¨ªdo fue una estrella fugaz. Pero la epidemia contin¨²a y se agrandar¨¢ si no se la contiene: ¡°millonas¡± ahora. Acabar¨¢ cambiando el significado de cientos de palabras y causando as¨ª un perjuicio muy notable a la lengua de todos: const¨¢tese en la mism¨ªsima constituci¨®n venezolana (¡°los venezolanos y las venezolanas¡±, etc.). Estas acciones de ¡°terrorismo ling¨¹¨ªstico¡± (expresi¨®n atinada, por precisa, de ?lvaro Garc¨ªa Meseguer, un temprano abogado de la causa) no caen fuera de la ley, y as¨ª salen impunes. El ¨²nico muro de contenci¨®n y neutralizaci¨®n somos pues los hablantes. Todos y cada uno. Sin desmayo. A una, como Fuenteovejuna.
Ignacio M. Roca es catedr¨¢tico de ling¨¹¨ªstica.
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