Las formas de la desigualdad
La riqueza actual no conecta con la propiedad, sino con la burocracia. En el otro extremo est¨¢n los trabajadores que carecen de una retribuci¨®n digna porque las sociedades no los necesitan para crecer
Escrib¨ªa el soci¨®logo Barrington Moore que la desigualdad ha sido un hecho universal en las sociedades humanas dotadas de escritura. Por ello, lo m¨¢s interesante de este fen¨®meno no es tanto su pura constataci¨®n, ni siquiera la medici¨®n del grado cuantitativo que alcanza, sino el estudio de las formas concretas que adopta la desigualdad en cada sociedad y ¨¦poca concretas, as¨ª como los principios que cada cultura utiliza para legitimarlas a los ojos de sus miembros.
Dado que la desigualdad econ¨®mica ha vuelto a ser un tema de actualidad, resulta conveniente analizar las formas m¨¢s llamativas que adopta esa desigualdad hoy en d¨ªa en una sociedad europea como la espa?ola. Porque si la desigualdad es una constante, las desigualdades son distintas: si hablamos solo de la primera de una manera gen¨¦rica corremos el riesgo de recaer en clich¨¦s manidos que poco aportan a la comprensi¨®n de la realidad, por muy cargados de emoci¨®n que est¨¦n. As¨ª suced¨ªa hace poco en este diario con un autor que celebraba el redescubrimiento de que en la sociedad existen las clases que Marx estudi¨® en su momento. Un hallazgo de m¨¢s que dudoso valor.
Aqu¨ª queremos contextualizar en su particular diversidad dos de las m¨¢s llamativas desigualdades econ¨®micas que tienen lugar entre nosotros. La primera, la de ese reducido estrato social que acapara una porci¨®n de renta descomunal por relaci¨®n a su tama?o num¨¦rico, los que se suelen denominar como ¡°upper-class¡±, y que en lenguaje m¨¢s popular son ¡°los ricos¡±. La segunda, la del ampl¨ªsimo estrato de los que est¨¢n excluidos del trabajo suficientemente remunerado, bien por hallarse en paro bien por poseer empleos que no proporcionan un nivel de vida digno.
Con respecto a los ricos, hay que empezar con la constataci¨®n bastante obvia de que el siglo XXI es en materia de desigualdad una ¨¦poca weberiana, no una marxista. Vamos, que la riqueza no conecta con la propiedad sino con la burocracia, en concreto con la organizaci¨®n gestora de los conglomerados empresariales y financieros. Como Max Weber anunci¨®, el uso exclusivista de la informaci¨®n por parte de quienes se sit¨²an en lo m¨¢s alto de las burocracias es lo que les permite fundar su poder, en este caso el de apropiaci¨®n privilegiada de rentas. El capitalismo actual es un capitalismo de gestores, no de propietarios. La propiedad de los conglomerados empresariales o financieros se disemina entre los muchos, pero esos muchos desinteresados conf¨ªan la gesti¨®n a los pocos. Es un fen¨®meno econ¨®mico conocido que ya Adam Smith anotaba con preocupaci¨®n en sus albores como posible fuente de ¡°insensatez, negligencia y derroche¡±, palabras que suenan a conocido despu¨¦s lo ocurrido anteayer en el pistoletazo de salida de la crisis.
Solo desde la pol¨ªtica podr¨ªa controlarse el saqueo organizado de las ¨¦lites dirigentes
El gobierno corporativo se materializa en una relaci¨®n de agencia descompensada, en la que el agente domina al principal y es capaz de imponer sus propios intereses particulares a los del conjunto que se le ha confiado, no digamos al de sus pasivos propietarios. Las empresas son burocracias, como los partidos pol¨ªticos, y por ello est¨¢n sometidas a las mismas leyes de hierro de la oligarqu¨ªa de control. Y no se percibe, de momento, manera de desactivarlas desde la propia econom¨ªa.
De esta forma concreta de desigualdad econ¨®mica interesa destacar dos aspectos: por un lado, la proximidad amistosa de la ¨¦lite managerial privada con la ¨¦lite pol¨ªtico-burocr¨¢tica, una interpenetraci¨®n (?complicidad?) que contribuye a sostener el andamiaje con el que los gestores desv¨ªan en su favor las rentas de situaci¨®n correspondientes. Porque solo desde la pol¨ªtica podr¨ªa controlarse esta forma de saqueo organizada. Pero la pol¨ªtica no percibe incentivos concretos para intervenir autoritariamente en ese mundo, algo que, por otro lado, le generar¨ªa dificultades sin cuento en el corto plazo.
El otro aspecto es el de la legitimaci¨®n social, es decir, los valores socialmente difusos que permiten a este estrato obtener unos rendimientos tan descomunales sin mayor oposici¨®n. Las sociedades occidentales aceptan hoy sin mayor cuestionamiento (tambi¨¦n los medios creadores de opini¨®n son dirigidos por gestores) la idea de que los conocimientos o habilidades especiales de un individuo legitiman sin m¨¢s su renta superior, y adem¨¢s no poseen ning¨²n criterio sobre sus l¨ªmites (?cu¨¢ntos cientos de miles de euros debe ganar un cirujano cardiovascular o un gestor habilidoso de fondos?). Se cree, con inexplicable ingenuidad, que hay un mercado que lo determina adecuadamente.
Esta aceptaci¨®n acr¨ªtica de esta desigualdad concreta implica que no se percibe que el ¨¦xito individual es en gran parte el fruto de una previa organizaci¨®n social muy compleja, de manera que el m¨¦rito (si de tal hay que hablar) es social y no individual. De nada le valdr¨ªa a Ronaldo su peculiar habilidad con la pierna si no se hubiera desarrollado la sociedad en que crece. Pero es que, adem¨¢s, existe una peculiar tautolog¨ªa en la explicaci¨®n social funcionalista de la desigualdad managerial: las ¨¦lites afirman que su alta retribuci¨®n se debe al hecho de que desarrollan una actividad especialmente necesaria y apreciada, pero la ¨²nica prueba de ello es el hecho de que reciben una retribuci¨®n muy alta. Una circularidad argumentativa carente de corroboraci¨®n externa. Y es que el darwinismo siempre fue una explicaci¨®n ¡°excesiva¡± en lo social, pues justifica cualquier desigualdad existente por el simple hecho de existir.
Se sostiene el estatus de los perceptores de rentas medias con ayudas cuyo coste se difiere al futuro
Por su parte, la exclusi¨®n econ¨®mica de la parte de poblaci¨®n que carece de empleo retribuido dignamente obedece sin duda a razones econ¨®micas conectadas a la exposici¨®n a una globalizaci¨®n acelerada. Quienes no pueden situarse en Occidente en un nicho particular de trabajos protegidos de la competencia mundial, ven desplomarse su retribuci¨®n o su empleabilidad, que tiende a igualarse a la de sus hom¨®logos orientales, y engrosan las filas de un estrato nuevo: la de quienes, aun trabajando, no podr¨¢n vivir. Dicho de otra forma, parece bastante cierto que las sociedades desarrolladas no pueden dar trabajo aceptable a todos sus miembros: la contradicci¨®n fundamental es que todos necesitan trabajar para vivir, pero que la sociedad no necesita del trabajo de todos para crecer.
El fr¨ªo dato globalizador oculta, adem¨¢s, unas contradicciones de segundo orden que son tan llamativas como deliberadamente ocultadas: las que operan entre generaciones o, si se prefiere, entre el tiempo presente y el futuro. Las sociedades europeas son de hecho unos sistemas econ¨®micos depredadores del futuro, y quienes viven razonablemente bien en ellas lo hacen a costa de la exclusi¨®n de las generaciones m¨¢s j¨®venes. El sistema econ¨®mico est¨¢ organizado para sostener el estatus de los perceptores de rentas medias mediante ayudas p¨²blicas cuyo coste est¨¢ diferido al futuro. De manera que la mayor parte de las generaciones j¨®venes nunca vivir¨¢n como sus precedentes, pero financiar¨¢n la prosperidad actual de estos. Esta es una contradicci¨®n que ninguna ideolog¨ªa pol¨ªtica de las existentes est¨¢ capacitada para asumir y desarrollar, por lo que se la ignora tanto en la pr¨¢ctica pol¨ªtica como en el discurso p¨²blico. Por otro lado, no resulta dif¨ªcil mantener enga?ada a la generaci¨®n m¨¢s joven mediante el uso de utop¨ªas cr¨ªticas sobre el sistema econ¨®mico en general.
La crisis econ¨®mica actual y su dif¨ªcil salida est¨¢ emborronando ese hecho: nunca habr¨¢ ya buenos trabajos para todos porque nunca se precisar¨¢ de tanto trabajo humano. Y si eso es as¨ª, la ¨²nica salida social posible es romper la conexi¨®n hasta hoy ineluctable entre trabajo y supervivencia. La sociedad deber¨¢ garantizar la vida digna a todos con independencia de que trabajen o no. Algo que implica un cambio revolucionario, no tanto en la pr¨¢ctica econ¨®mica (en donde en realidad se consumen ya hoy enormes esfuerzos fiscales para mantener trabajos no necesarios), como en las mentes. Resultar¨¢ muy dif¨ªcil (y tendr¨¢ consecuencias sociales probablemente insospechadas) avanzar en una desvinculaci¨®n manifiesta entre trabajo y vida. El paradigma del ser humano ha sido el del homo laborans durante la mayor parte de su existencia en la tierra, y cambiar la conciencia de esa mismidad costar¨¢ m¨¢s que cambiar la realidad objetiva misma. Y, sin embargo, no parecen existir muchas alternativas.
J. M. Ruiz Soroa es abogado.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.