M¨¢s participaci¨®n para salvar la pol¨ªtica
Las tribulaciones han engendrado multitud de ocurrencias sobre leyes de partidos y cambios electorales. Pero el ¨²nico remedio es una mayor implicaci¨®n de los ciudadanos y una reforma constitucional
En tiempos de tribulaci¨®n abundan las ocurrencias. Como dec¨ªa Robert Lynd, para ¡°dar clases de navegaci¨®n mientras el barco se hunde¡±. Entiendo por ¡°ocurrencias¡± diagn¨®sticos y propuestas que se realizan con insuficiente reflexi¨®n.
Una primera ocurrencia consiste en atribuir nuestros males a una ¡°¨¦lite extractiva¡±: nuestros pol¨ªticos. Se abusa de un concepto de Daren Acemoglu y James Robinson, que deriva de ideas de un Nobel de Econom¨ªa, Douglass North. Una ¡°¨¦lite extractiva¡± goza de impunidad para ignorar los intereses generales y explotar a la poblaci¨®n ¡ªya sea en el Congo, Sierra Leona, Hait¨ª o Rusia¡ª. El concepto no sirve para interpretar el oscuro t¨²nel por el que pasa la pol¨ªtica espa?ola.
Se utiliza este concepto respecto de los ¡°pol¨ªticos¡±, no respecto de banqueros o empresarios. Pero los primeros dependen de los votos; los segundos, no. Si los pol¨ªticos fuesen una ¡°casta¡± que expoliase a los ciudadanos, no se explicar¨ªan diferencias entre ellos. Pero Bachelet o Brandt no son Berlusconi; Palme no es Andreotti o Aznar. Hablar de una ¡°¨¦lite extractiva¡± resulta m¨¢s ex¨®tico que afirmar que ¡°todos los pol¨ªticos son iguales¡±, pero no arroja ninguna luz sobre la pol¨ªtica.
Si los pol¨ªticos fuesen una casta que expolia a los ciudadanos no habr¨ªa las diferencias que hay entre ellos
Una segunda ocurrencia es asignar los males a la transici¨®n a la democracia. Una benevolencia con el franquismo, unas estrategias de consenso, una Constituci¨®n pactada generaron una ¡°casta pol¨ªtica¡± aislada respecto de los ciudadanos. Sin embargo, la movilizaci¨®n ciudadana fue considerable, muy superior a Grecia, Chile, Brasil, Argentina o Hungr¨ªa. Los franquistas se opusieron violentamente a la Constituci¨®n de 1978, con dos golpes militares en febrero de 1981 y junio de 1985 e innumerables conspiraciones. La Transici¨®n no fue pac¨ªfica: hubo m¨¢s de 660 muertos entre 1975 y 1982, una violencia muy superior a la habida en Grecia o Portugal, exhaustivamente analizada por Ignacio S¨¢nchez-Cuenca.
Muchas ocurrencias se refieren al sistema electoral. Pretenden, por una parte, reducir la distancia entre pol¨ªticos y ciudadanos; por otra, acabar con el bipartidismo y reflejar mejor la diversidad de preferencias de los ciudadanos.
Para el primer objetivo, se defiende la introducci¨®n de un sistema mayoritario. Pero en Estados Unidos solo vota la mitad de la poblaci¨®n. Un sistema mayoritario no permite tampoco la entrada de m¨¢s partidos sino que refuerza el bipartidismo. Y en sociedades polarizadas, con intereses divergentes e intensos, los conflictos civiles son mucho m¨¢s probables. Para el segundo, se propone lo opuesto: una mayor proporcionalidad. Si aumenta el n¨²mero de partidos, genera tambi¨¦n Gobiernos de coalici¨®n ¡ªseg¨²n Schumpeter, ¡°el reino de los pol¨ªticos¡±¡ª. Aqu¨ª, a espaldas de los ciudadanos, los pol¨ªticos hacen y deshacen Gobiernos. Los ciudadanos pueden elegir en un men¨² m¨¢s abundante, pero pierden el control de los gobernantes: en las coaliciones, el 61% de los cambios de primeros ministros se deben a conspiraciones de otros pol¨ªticos, no al voto de los ciudadanos.
La Transici¨®n no fue pac¨ªfica: m¨¢s de 660 muertos entre 1975 y 1982, muchos m¨¢s que en Grecia o Portugal
Los objetivos de representar m¨¢s fielmente las preferencias de los ciudadanos, de acercar los ciudadanos a los pol¨ªticos y de controlar mejor a los Gobiernos, no son f¨¢cilmente compatibles. Por tanto, se deben abordar con cuidado. T¨¦ngase en cuenta que el sistema espa?ol, de proporcionalidad muy corregida, ha dado lugar durante 23 a?os a Gobiernos minoritarios dependientes del apoyo parlamentario de otros partidos: cinco a?os con Su¨¢rez, siete con Gonz¨¢lez, cuatro con Aznar, siete con Zapatero. Desde 1977 se han producido cuatro cambios de Gobierno (1982, 1996, 2004, 2011), frente a solo tres en los casos de Gran Breta?a (1979, 1997, 2010) o Alemania (1981, 1998, 2005) ¡ªcon dos sistemas electorales muy apreciados por los ¡°reformadores¡±¡ª. Si queremos reformarlo, hay que pensar con cuidado en la alternativa.
Veamos el sistema electoral alem¨¢n. La mitad de los esca?os se asignan seg¨²n los votos a listas de los partidos; la otra mitad, seg¨²n los votos a candidatos en circunscripciones uninominales. Los resultados electorales ser¨ªan equivalentes al sistema espa?ol. Solo cambiar¨ªan si se introdujeran en Espa?a circunscripciones peque?as o medianas, en torno a siete diputados cada una. Alberto Penad¨¦s lo ha mostrado de forma muy convincente. Si podr¨ªan producirse cambios en la calidad de los candidatos en las circunscripciones uninominales, as¨ª como en la relaci¨®n entre votantes y representantes. Aqu¨ª radica para m¨ª el mayor inter¨¦s del sistema alem¨¢n.
Otras ocurrencias tienen que ver con la selecci¨®n negativa de nuestros pol¨ªticos. Este es, sin duda, uno de los principales problemas de la democracia. Pero cuanto m¨¢s se denigre la pol¨ªtica, peores ser¨¢n aquellos que se dediquen a ella. Muchas propuestas para ¡°mejorarla¡± son dudosas:
¡ªUna ¡°ley de partidos¡± no constituye una varita m¨¢gica. En los pa¨ªses donde funcionan bien, esa ley no existe; ni los congresos ni la selecci¨®n de candidatos se regulan por ley. Pa¨ªses con partidos abiertos y democr¨¢ticos disponen de reglas similares a las espa?olas.
¡ªElecciones primarias pueden ser plebiscitos escasamente democr¨¢ticos. Tony Blair utiliz¨® consultas directas a los afiliados para saltarse los controles intermedios del partido laborista. No entiendo por qu¨¦ una mayor democracia interna consiste en desarbolar los ¨®rganos de representaci¨®n y control internos. Deseo un debate p¨²blico de calidad y las primarias no lo aseguran.
¡ªCircunscripciones uninominales y listas abiertas pueden permitir una mayor autonom¨ªa de los representantes respecto de la direcci¨®n central de su partido. Pero cabe que generen caciques con apoyos propios, independientes de la direcci¨®n del partido. No existe en Estados Unidos una mayor limpieza de la pol¨ªtica; s¨ª una mayor influencia del dinero y chantajes como los de la National Rifle Association.
Catalu?a, la pol¨ªtica fiscal, la crisis del euro, el gasto social, la UE: esos s¨ª son problemas serios
Sin duda la disciplina de los grupos parlamentarios resulta penosa. Fernando Abril Martorell la defendi¨® en su d¨ªa para evitar que los partidos se convirtieran en ¡°una especie en v¨ªas de extinci¨®n¡±: ese momento sin duda ha pasado. Pero un partido con m¨²ltiples posiciones suele ser rechazado: los ciudadanos no saben a cu¨¢l de esas posiciones atenerse. Y los debates internos con frecuencia se interpretan como peleas por el poder. Lo que los ciudadanos en las 21 democracias parlamentarias de la OCDE apoyan es una peculiar mezcla de participaci¨®n y autoridad, ambas democr¨¢ticas.
No pienso que existan remedios institucionales m¨¢gicos a las carencias de nuestra vida pol¨ªtica, pero no acepto resignaci¨®n y fatalismo. Creo que la soluci¨®n podr¨¢ venir de una mayor participaci¨®n pol¨ªtica en una sociedad largo tiempo desmovilizada; de ciudadanos que defiendan activamente aquello en lo que crean, fuera o dentro de los partidos; de que medios de comunicaci¨®n y jueces desempe?en adecuadamente su papel de control. De que los ciudadanos mantengan toda la desconfianza pol¨ªtica, pero sin ceguera alguna: descalificaciones gen¨¦ricas de la pol¨ªtica y de los pol¨ªticos socavan la democracia. Nunca he comprendido por qu¨¦ uno es felicitado por no volver a la pol¨ªtica en vez de ser criticado.
Apoyo una reforma constitucional. Quiero un Estado laico de verdad; un mejor acomodo para Catalu?a, cuya autonom¨ªa tiene una raz¨®n de ser muy diferente de aquellas para las que se pens¨® el art¨ªculo 143 de la Constituci¨®n; una Monarqu¨ªa transparente y que rinda cuentas; una educaci¨®n p¨²blica cuyo refuerzo requiere reformar el art¨ªculo 27 de la Constituci¨®n; una sanidad p¨²blica tratada como un derecho no relegado al art¨ªculo 43. Pero no basta con que yo lo quiera.
Una reforma constitucional no se puede justificar con el argumento de Jefferson de que una generaci¨®n no puede ser gobernada por una Constituci¨®n elaborada por una generaci¨®n anterior. La opini¨®n de Madison ha prevalecido en todas las democracias: si una generaci¨®n ha tenido que hacer frente al caos, ese caos no tiene por qu¨¦ ser sufrido por generaciones siguientes. Las reformas solo se justifican con argumentos rigurosos acerca de problemas muy serios. Por poner algunos ejemplos: Catalu?a, la pol¨ªtica fiscal, la crisis del euro, programas de gasto social no redistributivo, la direcci¨®n pol¨ªtica de la Uni¨®n Europea. Si no es as¨ª, reformar o renovar solo consistir¨¢ en fichar a un Justin Bieber; en sustituir ideas por palabras ret¨®ricas.
Jos¨¦ Mar¨ªa Maravall, soci¨®logo y pol¨ªtico, fue ministro de Educaci¨®n y Ciencia (1982-1988) en Gobiernos de Felipe Gonz¨¢lez. Su libro m¨¢s reciente es Las promesas pol¨ªticas (Galaxia Gutenberg/C¨ªrculo de Lectores).
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