El papanatismo tecnol¨®gico
La idea de ciudades sin librer¨ªas, cines ni salas de m¨²sica evoca un mundo de androides que se comunican con frases cortas desde hogares automatizados. Y que consumen entretenimiento masivo sin autenticidad
Luis Bu?uel relat¨® en sus memorias c¨®mo los conciertos de la gran orquesta sinf¨®nica de Madrid en Zaragoza constitu¨ªan uno de los mayores acontecimientos de su adolescencia, all¨¢ por los comienzos del siglo XX. Su grupo de amigos aguardaba con excitaci¨®n los detalles del programa, buscaban las partituras, imaginaban las piezas con antelaci¨®n tarare¨¢ndolas y por fin, en la noche del concierto, acud¨ªan con una alegr¨ªa incomparable. Reflexionaba el genio aragon¨¦s con perplejidad sobre el contraste entre aquella intensidad colectiva y el hecho de que, a?os despu¨¦s, se hubiera vuelto cotidiano escuchar en un aparato dom¨¦stico cualquier m¨²sica apretando un bot¨®n, lo que alteraba a su juicio irremediablemente nuestra relaci¨®n con el arte, pues se hab¨ªan perdido ¡°las tres condiciones necesarias para llegar a toda belleza: esperanza, lucha y conquista¡±.
Cabe dudar, sin embargo, si con el paso del tiempo, los discos de m¨²sica no fueron convirti¨¦ndose en depositarios de esos mismos atributos de ansia e ilusi¨®n: en los ochenta, un adolescente que atravesara el patio del instituto para regalar un disco a una chica se estaba asegurando la admiraci¨®n pasmada y un lugar imborrable en la memoria de su grupo de amigos; y para quienes recordamos amores de juventud por cines de Madrid o maneras de vivir por libros le¨ªdos y charlas de caf¨¦, suscita una aprensi¨®n, comparable a la de Bu?uel ante los aparatos de m¨²sica, la idea de que un d¨ªa existan ciudades sin librer¨ªas ni salas de m¨²sica ni cine. La imagen nos evoca un paisaje lunar carente de ficciones o pensamientos, un mundo de androides que se comunican desde sus hogares automatizados con frases cortas y consumen entretenimiento masivo rentable, carente de riesgo o autenticidad, a trav¨¦s de ordenadores y m¨®viles. Ojal¨¢ el futuro revele exagerados esos temores.
Desde el entorno de la cultura y, en especial, de la literatura, se reconoce a veces falta de conexi¨®n para influir en una sociedad cada vez m¨¢s distinta de la que alumbr¨® las manifestaciones estelares de la cultura: los intelectuales debaten sobre la muerte de la novela, la banalizaci¨®n del arte y, en general, sobre la limitaci¨®n de las formas cl¨¢sicas para batir a experiencias de ocio m¨¢s absolutamente modernas. Esas consideraciones suelen reconocer defectos dentro del propio engranaje de creadores e industria, entre los que un observador podr¨ªa citar desde la endogamia cl¨¢sica de los sectores en decadencia ¡ªtanta metaliteratura y tantas corrientes¡¡ª hasta la falta de un lenguaje atractivo ¡ªtanta melancol¨ªa y tanta epifan¨ªa¡¡ª.
La cultura tiende al cuestionamiento; la evoluci¨®n tecnol¨®gica, al optimismo ad¨¢nico
?Cabe buscar orientaci¨®n en cl¨¢sicos mayores? Stendhal sosten¨ªa que la pol¨ªtica en una novela es como ¡°un pistoletazo en mitad de un concierto¡±. Y en una sociedad que parece comprenderse sobre todo como fruto de los dictados de pol¨ªticos mediocres, que sirven a una econom¨ªa omnipresente, tal vez esos asuntos sean materia poco d¨²ctil o grata para una narraci¨®n. Por su parte, Goethe advert¨ªa contra el exceso de negatividad y de subjetividad, por juzgarlos elementos que imped¨ªan el logro m¨¢ximo en la obra de arte e incluso el progreso de la sociedad; estos, pensaba el genio alem¨¢n, requer¨ªan de un equilibrio entre elementos subjetivos y objetivos, esto es, entre rabia y realidad, entre lo privado y lo com¨²n, as¨ª como entre sentimientos negativos (la rebeld¨ªa rom¨¢ntica, el vac¨ªo existencialista) y los positivos de compartir una creaci¨®n (¡°Cada vez me doy m¨¢s cuenta de que la poes¨ªa es un bien com¨²n de la humanidad que se manifiesta en todos los lugares y ¨¦pocas y en cientos de personas¡±). En Goethe encontramos tambi¨¦n, por cierto, una afirmaci¨®n que ¨¦l refer¨ªa a una disputa del momento sobre m¨¦trica de versos y que hoy se antoja de vigencia extensible: ¡°Siempre es s¨ªntoma de falta de progreso en una ¨¦poca el hecho de que se adentre en exceso en la pedanter¨ªa de lo t¨¦cnico¡±.
En este sentido, llama la atenci¨®n hasta qu¨¦ punto la cultura tiene una tendencia natural al cuestionamiento, tambi¨¦n sobre s¨ª misma, mientras la evoluci¨®n tecnol¨®gica se muestra siempre con un halo de optimismo ad¨¢nico, plagado de promesas de un futuro mejor. Ya el primer n¨²mero del suplemento cultural de este peri¨®dico, hace dos d¨¦cadas, se dedic¨® al llamado ¡°papanatismo cultural¡±: abordaba el engolamiento con que artistas, escritores o cr¨ªticos cultivan un risible aire de exclusividad en su complaciente papel de conciencias desapegadas del sistema. Sorprende que, en cambio, apenas sea posible leer art¨ªculos desglosando un fen¨®meno paralelo, el ¡°papanatismo tecnol¨®gico¡±. Es indudable que la velocidad a la que se transmiten acontecimientos e ideas es un rasgo definitorio de nuestro tiempo y que la Red est¨¢ alterando mentalidades y jerarqu¨ªas y abriendo posibilidades impensables. Con todo, parece desproporcionada la atenci¨®n prestada al medio frente al mensaje; a los m¨²ltiples aparatos por los que nos llega la misma informaci¨®n mil veces, frente a los cada vez mayores intereses por controlar esa informaci¨®n; a cada nueva funci¨®n de esos cacharritos chinos con dise?o californiano que permiten ver pel¨ªculas y leer gratis, frente a la despreocupaci¨®n sobre las dificultades econ¨®micas de sectores enteros de la cultura y la comunicaci¨®n, que mejor o peor han alimentado la aspiraci¨®n de varias generaciones de que comprender y saber, escuchar o sentir, transitar por esa senda com¨²n de la curiosidad y el esp¨ªritu que es una buena historia, hacen la vida diferente, valiosa. Confiemos en que gur¨²s y prohombres de negocios multimedia hayan subestimado la terquedad de los libreros para resistir y de los cineastas para so?ar, la pasi¨®n incondicional de una vocaci¨®n art¨ªstica o la simple perduraci¨®n biol¨®gica de lectores a los que nos gusta formar una biblioteca propia y regalar libros en momentos especiales.
En los flujos de informaci¨®n dominantes existen demasiados intereses en juego
Podr¨ªa adem¨¢s suceder que la novela no haya muerto y libros importantes de estos a?os hayan pasado sin ocupar mucha atenci¨®n en los medios de conexi¨®n social de las masas. Javier Mar¨ªas ofrece, en las m¨¢s de mil p¨¢ginas de acci¨®n en perpetuo suspense reflexivo de Tu rostro ma?ana, dos personajes que resumen actitudes antag¨®nicas ante los conflictos de la sociedad: Juan Deza, el padre del protagonista, y Bertram Tupra, un responsable del espionaje brit¨¢nico, dos personajes que solo se cruzan en la novela a trav¨¦s de la existencia del narrador y que representan, de alg¨²n modo, la eterna lucha entre el poder y la raz¨®n; entre un pragmatismo que justifica el recurso a la violencia y el car¨¢cter predatorio de la actividad econ¨®mica como consustanciales a la humanidad (¡°It¡¯s the way of the world¡±, repite Tupra) y un esp¨ªritu humanista que nunca se cansar¨¢ de explorar la sabidur¨ªa acumulada en el pasado y de aventurarse por su sentido para estos tiempos dif¨ªciles, sin dejarse ni sobornar en el esfuerzo ni malear por el rencor. Esos dos extremos, el pragmatismo que no necesita pensar en oposici¨®n a las convicciones que se resisten a entregarse, son hoy m¨¢s visibles que nunca, cuando tantas cosas desde el poder se imponen como tan irremediables que ni siquiera se nos concede discutir sus ¨²ltimos motivos, aunque las paguemos.
Por eso, en ¨²ltima instancia, nunca agotaremos la esperanza de la que hablaba Bu?uel, por m¨¢s dif¨ªciles que nos pongan la lucha y la conquista, mientras existan obras que nos permitan reivindicar, ante quienes dicen que ¡°la ¨²ltima raz¨®n es la de la fuerza¡±, exactamente lo contrario: que la ¨²ltima fuerza es la de la raz¨®n.
Novelas y pel¨ªculas, obras de teatro o poemas, nos hacen falta porque a veces solo explorando el pasado o indagando en s¨ªmbolos podemos destilar verdades de las groseras simplificaciones en que aprisiona nuestro entendimiento el lenguaje de las ¨¦lites, o incluso nuestra propia pereza; porque en los flujos de informaci¨®n dominantes existen demasiados intereses en juego para que sea posible, solo con ellos, comprender lo que pasa. Y porque cuando encontramos ideas o descubrimos historias tras los hechos, desdoblamos la aventura humana en otra dimensi¨®n; del mismo modo que, tras una infancia feliz, algunos adolescentes se encuentran de pronto desdoblados entre quienes son y quienes les gustar¨ªa ser, entre el mundo que se encuentran y el que deber¨ªa ser posible, y de ah¨ª, a trav¨¦s de peque?as historias sucesivas de esperanza, de lucha y de conquista, arranca el destino de toda una vida: poder hacer mejor de vez en cuando un lugar en el mundo, y que baste el encanto.
Emilio Trigueros es qu¨ªmico industrial y especialista en mercados energ¨¦ticos.
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