Catalu?a: unanimismo versus pluralismo
El soberanismo ambiguo catal¨¢n ha dado paso al secesionismo inequ¨ªvoco. Como consecuencia de este salto pol¨ªtico, la soluci¨®n a todos los problemas sociales queda aplazada al d¨ªa despu¨¦s de la independencia
?La espuma de los acontecimientos a menudo impide que percibamos las corrientes profundas que definen el signo de los procesos o, si se prefiere, los ¨¢rboles de la actualidad suelen provocar que nuestra mirada pierda la perspectiva acerca de las caracter¨ªsticas del bosque por el que deambulamos. Si aplicamos esta cautela a la situaci¨®n que se vive en Catalu?a, sin gran dificultad comprobar¨ªamos que muchos de los episodios que han tenido lugar en el transcurso del ¨²ltimo a?o, sorprendentes y novedosos para algunos, constituyen el efecto o consecuencia casi inevitable de premisas que nunca dejaron de estar presentes y operativas.
Acaso la que convendr¨ªa plantear en primer lugar ser¨ªa una premisa que el discurso nacionalista nunca ha dejado de dar por descontada, a saber, que toda naci¨®n debe tener un Estado, de forma que incluso la misma expresi¨®n "naci¨®n sin Estado" lo que en realidad estar¨ªa se?alando es una carencia, una falta profunda. Y aunque es cierto que de semejante convencimiento no siempre se ha desprendido program¨¢ticamente la exigencia inmediata de aqu¨¦l (no habr¨ªa m¨¢s que recordar el largo mandato de Pujol), s¨ª que ha se?alado de manera inequ¨ªvoca la direcci¨®n del proceso, el horizonte ¨²ltimo al que apuntaban incluso los sectores m¨¢s gradualistas del nacionalismo y que explicaba que sus reivindicaciones nunca parecieran tener fin.
Dicha premisa, planteada como un principio general de car¨¢cter hist¨®rico, casi prepol¨ªtico, ha funcionado como una aut¨¦ntica trampa para osos en la que han ido cayendo casi todo el resto de partidos, pero en especial ¡ªpara lo que me interesa plantear aqu¨ª¡ª los de izquierda. El unanimismo, al que siempre ha sido tan proclive el nacionalismo catal¨¢n (a condici¨®n de que la unanimidad lo tomara a ¨¦l como eje: del pal de paller a la casa gran del catalanisme), ha ido adoptando diversas apariencias, aunque sin variar su esencia ¨²ltima. El reclamo del ideal del autogobierno (?qui¨¦n se atrever¨ªa a sostener que est¨¢ en contra de semejante ideal tan obviamente ben¨¦fico?), cuyo l¨ªmite nunca se explicitaba, ha ido sirviendo para que el nacionalismo fuera dando pasos en la direcci¨®n se?alada sin encontrar la menor resistencia por parte de quienes se la deber¨ªan haber presentado y que, por el contrario, parec¨ªan entusiasmados por ser acogidos a la derecha del Gran Padre Transversal.
Resulta preocupante el seguidismo de los partidos de izquierda respecto al nacionalismo
As¨ª, el eslogan que durante buena parte de la democracia en Catalu?a se repet¨ªa era el de que todos los "partidos eran catalanistas", todos estaban por fer pais. M¨¢s tarde, durante el proceso de elaboraci¨®n del Estatut, se puso en primer plano, como una reivindicaci¨®n asimismo un¨¢nime, la condici¨®n de naci¨®n que le correspond¨ªa a Catalu?a (reivindicaci¨®n que, algunos lo recordar¨¢n, en aquel momento los propios nacionalistas pretend¨ªan presentar, con dudosa lealtad constitucional, como pol¨ªticamente inocua). De ah¨ª hemos pasado, en la presente legislatura, a la reciente declaraci¨®n del Parlament catal¨¢n en la que los partidos de izquierda apoyaron que se proclamara que el pueblo catal¨¢n era sujeto soberano para decidir su futuro. El desplazamiento terminol¨®gico, en apariencia inane para el menos avisado, ten¨ªa una intenci¨®n inequ¨ªvoca: del catalanismo al nacionalismo y de ah¨ª, al soberanismo.
Alguien podr¨¢ argumentar, no sin parte de raz¨®n, que estar por el derecho a decidir no es sin¨®nimo de decidir una determinada cosa (personas hay que tienen ganas de dejar clara en una votaci¨®n su rechazo al independentismo). As¨ª la direcci¨®n del PSC ha intentado clarificar este punto se?alando que su posici¨®n oficial es estar a favor de una consulta pactada, en la cual, llegado el caso, votar¨ªan no a la independencia. Pero no cabe olvidar que, a su izquierda, a estas alturas el ciudadano no sabe qu¨¦ propondr¨ªa la direcci¨®n de ICV que se votara en un hipot¨¦tico refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n o que, dentro del mismo PSC, contin¨²a habiendo sectores que parecen dispuestos a seguir acompa?ando a los sectores nacionalistas hasta el final, lo sit¨²en estos donde lo sit¨²en. Una corriente interna de este partido, autodenominada "Avancem", hizo p¨²blico recientemente un documento en el que se distanciaba de las propuestas de la direcci¨®n, declarando estar a favor de un Estado catal¨¢n "independiente o no". (La especificaci¨®n final debi¨® hacer que muchos lectores de la noticia recordaran el famoso chiste del humorista Eugenio acerca de las ovejas blancas y negras).
Recuperando el hilo de nuestro discurso, el nacionalismo ya ha dado el paso que faltaba y ha decidido transitar desde un soberanismo que todav¨ªa dejaba margen a una cierta ambig¨¹edad (si no hubiera entre qu¨¦ escoger, no habr¨ªa decisi¨®n posible) al secesionismo m¨¢s inequ¨ªvoco. La consecuencia ha sido que el espacio pol¨ªtico catal¨¢n se ha ido achicando de manera vertiginosa. Y de la misma forma que, durante a?os, solo cab¨ªa ser catalanista o nacionalista, el mensaje con el que ahora se nos bombardea desde los medios de comunicaci¨®n p¨²blicos catalanes es que no hay vida pol¨ªtica fuera del secesionismo. Tal vez fuera m¨¢s propio decir que en las tinieblas exteriores al independentismo solo habitan la irrelevancia p¨²blica o, peor a¨²n, el espa?olismo m¨¢s rancio y casposo. Que nadie considere estas ¨²ltimas palabras como una exageraci¨®n. Era precisamente el actual conseller de cultura (s¨ª, de cultura, han le¨ªdo bien) del gobierno catal¨¢n el que hace pocos d¨ªas dejaba caer, en un discurso que por cierto llevaba escrito, la afirmaci¨®n de que solo se pueden oponer a la creaci¨®n del Estado catal¨¢n "los autoritarios, los jer¨¢rquicos y los predem¨®cratas o los que confunden Espa?a con su finca particular".
La ilusi¨®n no es un valor en s¨ª misma ni la instancia para decidir entre opciones pol¨ªticas
Este secesionismo independentista, pretendiendo presentarse como algo prepol¨ªtico (o suprapol¨ªtico), lo que en realidad reedita es la vieja tesis conservadora de la obsolescencia de las ideolog¨ªas, de la superaci¨®n del antagonismo entre derechas e izquierdas, en este caso por apelaci¨®n a una instancia superior jer¨¢rquicamente en la escala de los valores como es la naci¨®n (ya saben: "ni derecha ni izquierda: ?Catalu?a!"). Este genuino vaciado de pol¨ªtica no es en absoluto inocente: gracias a ¨¦l, el gobierno catal¨¢n est¨¢ consiguiendo rehuir todas las cr¨ªticas que se le plantean (por ejemplo, a sus pol¨ªticas sociales) a base de aplazar al d¨ªa despu¨¦s de la independencia, identificada con la plenitud nacional catalana (Artur Mas dixit), la soluci¨®n taumat¨²rgica de todos los problemas. De ah¨ª que resulte preocupante el ruinoso seguidismo practicado por los partidos de izquierda catalanes en relaci¨®n con el nacionalismo no solo durante todos estos a?os sino, muy en especial, en los ¨²ltimos tiempos. Sin que sea de recibo argumentar, para intentar maquillar o neutralizar este car¨¢cter conservador del programa independentista, el valor pol¨ªtico que representa el hecho de que dicha corriente haya conseguido movilizar, insuflando ilusi¨®n, a amplios sectores de la sociedad catalana.
Enti¨¦ndaseme bien: sin duda ha sido as¨ª, pero resulta obligado plantearse el valor pol¨ªtico de dicha movilizaci¨®n o, si se prefiere, el contenido de la ilusi¨®n en cuanto tal. Quienes tanto se complacen en se?alar el car¨¢cter hist¨®rico de cuanto est¨¢ ocurriendo, o dibujan analog¨ªas extravagantes con determinados momentos del pasado (por ejemplo, con los procesos de descolonizaci¨®n del Imperio Espa?ol), no deber¨ªan ser tan hipersensibles cuando se les advierte de paralelismos hist¨®ricos mucho m¨¢s pertinentes. Cualesquiera intransigentes, fan¨¢ticos e intolerantes (de los cruzados medievales a los j¨®venes espa?oles que se alistaban voluntarios en la Divisi¨®n Azul, pasando por todos los ejemplos que se les puedan ocurrir) se sienten ilusionad¨ªsimos ante la expectativa de alcanzar sus objetivos, pero a nadie en su sano juicio se le ocurrir¨ªa sumarse a su causa solo por ello.
Con otras palabras, ni la ilusi¨®n es un valor en s¨ª mismo ni, menos a¨²n, constituye la instancia ¨²ltima con la que dirimir entre diversas opciones program¨¢ticas. La pol¨ªtica es discusi¨®n racional sobre fines colectivos en la plaza p¨²blica. No cabe, sin contradicci¨®n, apelar constantemente a la necesidad de la pol¨ªtica y, al mismo tiempo, optar por la irracionalidad de la ilusi¨®n sin m¨¢s. Porque si la indiferencia es mala, el unanimismo acr¨ªtico es, sin el menor g¨¦nero de dudas, mucho peor.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de filosof¨ªa contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona. Autor del libro Fil¨®sofo de guardia (RBA).
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